Mitre y los uruguayos
En este año en que se ha conmemorado el centenario del fallecimiento del ilustre Bartolomé Mitre, viene a cuento recordar de qué modo él y su familia se vinculan con el Uruguay desde su misma raíz. Veamos.
El general Bartolomé Mitre y Martínez nació en Buenos Aires el 26 de junio de 1821, primer hijo de Ambrosio Estanislao de la Concepción Mitre, quien había nacido en 1774 en el pago de Santa Lucía, en Uruguay, entonces un hermoso y apacible paraje de su ondulada campaña, al costado del río del mismo nombre, donde luego se asentaría la villa de San Juan Bautista , más tarde rebautizada como Santa Lucía. Allí se formó don Ambrosio, hasta los 25 años cuando marchó a Buenos Aires, donde se casó con Josefa Martínez, la madre de quien sería presidente.
El padre de don Ambrosio, el primer Bartolomé Mitre, había nacido en Montevideo en 1740, afincándose en esas mencionadas tierras santalucenses donde murió, a los 89 años, como respetado hacendado, en 1828, cuando estaba naciendo a la plena independencia la República Oriental del Uruguay. Este Bartolomé Mitre era hijo, a su vez, de Joseph Mitre, quien figura entre los pobladores que fundaron Montevideo. Lo interesante es que este Joseph Mitre figura como José Demetrio, o Joseph de Metrio, o aun Joseph de Mitre en las nóminas del reparto de chacras y estancias o en la revista de la española Compañía de Caballos Coraza, que integraba. De modo que el apellido se castellaniza sólo a partir de él como Mitre, pues su padre había figurado como Demetrio Bentura, o Ventura de Metro, natural de España, aunque de remoto origen griego.
Volviendo a don Ambrosio, el padre del presidente, ya se había destacado en las luchas de la independencia, incluso como fundador del fuerte de San Rafael, en Mendoza. Fue nombrado ministro tesorero de la provincia de Buenos Aires y enviado a Carmen de Patagones. Allí instaló y dirigió una escuela, a la que asistían también sus hijos, entre ellos Bartolomé, quien aprendió a leer y escribir. Carmen de Patagones fue atacada por una escuadra brasileña, en marzo de 1827, poco después de la memorable batalla de Ituzaingó. Don Ambrosio organizó una heroica resistencia.
La vida quiso que la libertad ganada con tan enormes sacrificios se oscureciera con la dictadura de Rosas y don Ambrosio tuviera que retornar a su tierra natal uruguaya con toda su familia. Su hijo Bartolomé tenía 18 años y en Montevideo llegó a ser oficial de artillería en la precaria escuela del arma que se había instalado en el fuerte San José. Recibido de alférez, se incorporó al ejército uruguayo que, al mando del general Fructuoso Rivera, se preparaba para detener la invasión rosista comandada por Echagüe.
En la víspera de la esperada batalla, don Ambrosio escribe a su hijo Bartolomé esta carta de espartano aliento: "Espero que sabrás llenar tu deber; si mueres, habrás llenado tu misión; pero cuida que no te hieran por la espalda. Después de perderte (lo que puede suceder y para lo que estoy preparado), consolará el resto de mi triste vida la memoria honrosa que espero me legues. Así, mi querido hijo; tú eres mi esperanza". En Cagancha, Rivera derrota al invasor, el joven Mitre recibe su bautismo de fuego y no sólo sobrevive sino que, en 1840, llega a capitán y poco después se casa, en enero de 1841, en Montevideo, con María Luisa de Vedia, hija del general Nicolás de Vedia.
Allí, entre 1843 y 1846, se destaca en la heroica Defensa de Montevideo y lucha en Arroyo Grande, donde Rivera es derrotado por Urquiza, para proseguir luego su carrera en Bolivia y en la Argentina. En sus años montevideanos, el artillero convivió con el escritor, que volcaba apasionados escritos en los diarios de Andrés Lamas, Miguel Cané (El Iniciador) y Rivera Indarte (El Nacional). El Montevideo de la Defensa, bautizado por Alejandro Dumas La Nueva Troya, a la sazón vivió un verdadera ebullición del pensamiento liberal que, luego de la caída del dictador, abriría el amplio espacio de una institucionalización democrática ganado por el esfuerzo de Mitre.
Cuando murió, hace cien años, el entonces presidente de Uruguay, José Batlle y Ordóñez, envió un telegrama de condolencia "por el fallecimiento del ilustre general Bartolomé Mitre, cuya personalidad constituía la cumbre moral más prominente y luminosa de la América latina". Quienes conocemos la parquedad para el elogio del gran estadista uruguayo, que hacía cuestión -además- de no edulcorar sus juicios ante la muerte, podemos apreciar hasta qué punto este breve telegrama medía el respeto y admiración del país. Al sepelio concurrieron dos baterías del Regimiento de Artillería de Línea. En nombre del gobierno uruguayo habló el poeta Juan Zorrilla de San Martín, el más inspirado orador de su tiempo. Por cierto, no faltaron los cuestionamientos y en el Parlamento, al votarse todos esos homenajes, los legisladores blancos, salvo Arturo Lussich, se retiraron de sala, abroquelados aún en su oposición a la Triple Alianza y su inexplicable defensa de la tiranía del mariscal López, que desgraciadamente todavía tiene en la llamada izquierda latinoamericana a quienes lo ubican como una suerte de precursor desarrollista, pese a su sanguinario régimen y a la enceguecida conducción que hizo de un país al que llevó a la muerte y la miseria.
Al celebrarse los cincuenta años del fallecimiento de Mitre, en 1956, el entonces embajador argentino en Uruguay, Alfredo Palacios, el formidable líder socialista, le rindió un hermoso homenaje en la ciudad de Santa Lucía.
Siempre han generado polémicas los juicios de Mitre sobre Artigas. Su plan original era escribir sobre el caudillo oriental y sus apuntes a partir de una semblanza que su suegro, el general de Vedia, le había hecho, por haberlo conocido, muestran una actitud respetuosa, pese a sus ideas anticaudillistas. Más tarde, en la Historia de Belgrano, su juicio se hizo más severo, pero como bien lo demuestra Acevedo Díaz en El mito del Plata, escrito precisamente para comentar sus opiniones sobre Artigas, Mitre condena más lo que representa el levantisco caudillo oriental, que su propia personalidad. Le reconoce su condición de fundador incuestionable del sentimiento de nacionalidad oriental -luego uruguayo- que, curiosamente, muchos le niegan en el propio Uruguay.
Mitre siempre tuvo para Uruguay, en el que se hizo militar, una actitud afectuosa y respetuosa. Siendo presidente, incluso, mantuvo estricta neutralidad cuando sus correligionarios colorados, sus amigos, enfrentaban en una revolución al gobierno blanco de Bernardo P. Berro. Se ha sostenido lo contrario, pero baste recordar que el general Flores, cuando resolvió sublevar a Uruguay con su Cruzada Libertadora, renunció a su generalato argentino e "invadió" el país con el general Francisco Caraballo, el ayudante Clemente Cáceres y su leal Silvestre Farías. Tres personas... Lo que el propio Berro consideró una locura y, en cualquier caso, prueba de que Mitre no confundió nunca sus preferencias políticas con sus deberes para con el Estado y su institucionalidad, perfil que lo destaca con singularidad propia en toda la historia rioplatense.