¿Misoginia o privilegios de casta?
Hay una agenda paralela y no solo es la de Cristina Kirchner, obsesionada con sus causas: es la de la clase política –y sus privilegios– con la vida cotidiana de la gente. Una distancia que cada vez se ensancha más.
“El vaso está lleno. Y no necesariamente la gota más grande puede rebalsarlo”. La metáfora pertenece a Alejandro Catterberg, director de Poliarquía, quien viene alertando sobre el humor oscuro que amasa una sociedad donde se han roto las expectativas de progreso y en la que el salario real y el consumo caen impiadosamente desde hace tres años: una catástrofe que convive con la perpetuación de una casta, política y sindical, cada vez más rica y privilegiada.
En medio de este debate, el verdadero, se filtraron más privilegios en la cumbre del poder. Una lista de frivolidades y visitas a Olivos en pleno confinamiento: una asesora de imagen que ingresó más de 60 veces a la residencia, el colorista de Fabiola Yáñez, el adiestrador de Dylan, las inquietudes veganas de Liz Solari. Hasta que Fernando Iglesias tuiteó infelizmente sobre “escándalos sexuales” –una suposición que sí es parte de una agresión contra las mujeres y que dejó en una situación profundamente incómoda a María Eugenia Vidal–, el verdadero eje de la discusión era que mientras los argentinos estaban encerrados en sus casas, las pymes quebraban y las familias no podían despedirse de sus seres queridos fallecidos, en Olivos –y sin ninguna empatía con esta tragedia social– se celebraban cumpleaños hasta bien entrada la madrugada y Florencia Peña, junto a otros amigos y amigas del poder, podía reunirse libremente con un presidente que violaba las reglas que él mismo había impuesto.
Era la época en la que el kirchnerismo tipificaba a los runners porteños como potenciales asesinos egoístas.
Especialista en apropiarse, partidizar y prostituir causas nobles –como lo hizo con los derechos humanos–, el kirchnerismo pretende ahora convertir al feminismo, un colectivo que está de moda, en una bandera del oficialismo. Una causa en la que Cristina Kirchner es, apenas, una recién llegada y a la que, durante la mayor parte de su carrera política, jamás le prestó atención. Oportunistas, pero también militantes coherentes como Vilma Ibarra, salieron rápidamente a manipular el debate público metiendo en el centro de la escena la “misoginia” y el “odio” de la “derecha antidemocrática” –como soltó ayer Santiago Cafiero–, en lugar de responder sobre la cuestión de fondo, mucho más incómoda: la desigualdad frente a la ley y las arbitrariedades de un poder que se autopercibe con derechos especiales por sobre los argentinos a los que representa: una autopercepción que, en sí misma, es profundamente antidemocrática.
Sin ponerse colorado, Cafiero justificó ayer las celebraciones nocturnas en Olivos como parte de la agenda “laboral” del Presidente. El argumento, más que frágil, insulta la inteligencia del ciudadano de a pie.
El kirchnerismo ejerce un feminismo selectivo, la misma manipulación que empleó para usufructuar políticamente los derechos humanos: defender a los y del palo y hacer la vista gorda frente a las defecciones y atrocidades de los propios.
Un grupo de diputadas del FdT pidió la expulsión de Iglesias de la Cámara de Diputados, al mismo tiempo que callan frente a las denuncias de abuso sexual contra el exgobernador José Alperovich y silencian graves demandas que involucran a otros diputados del kirchnerismo, como reveló en un tuit la abogada feminista Emilia Cabrera. “Esa doble vara no es feminismo; es política partidaria”. Si hablamos de violencia de género en la política, mejor no agitar esas aguas: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
¿Dónde estaba la voz del colectivo feminista K cuando, durante la cuarentena, decenas de mujeres (pobres, en su mayoría) denunciaban la violencia policial que padecían sus hijos, muchos de ellos desaparecidos o muertos en comisarías de provincias gobernadas por el oficialismo? El caso Astudillo fue paradigmático.
¿Significa esto que no hubo prejuicios machistas en las denuncias por el vodevil de Olivos? Sí, los hubo. Asociar con la prostitución a artistas o modelos que ingresaron a la residencia presidencial es parte de ese arraigado prejuicio y Fernando Iglesias debería disculparse por eso. Pero aprovechar esa frase desafortunada para tapar lo importante es parte de esos viejos trucos K que, a medida que avanza la campaña, parecen rendir menos.