Misas sin fieles por la pandemia: ¿una controversia?
Por Jorge Oesterheld y José Ignacio López
El carácter inédito, augural de una nueva época que la pandemia ha contribuido a acentuar, desata reflexiones de todo tipo sobre cambios y transformaciones que por ahora solo se vislumbran. El fenómeno se despliega en el escenario comunicacional y compite con el registro del avance de la peste con sus miedos, incertezas, angustias.
También en la Iglesia se insinúan esas reflexiones sobre lo que vendrá, al acentuarse inequívocas expresiones del cambio de época. Una Pascua con templos vacíos, expresada por la conmovedora imagen del papa Francisco solo en aquel lluvioso atardecer de la Plaza San Pedro desierta.
Asoman diferentes intentos de teorizar sobre el futuro de la Iglesia y como es inevitable y hasta enriquecedor esas búsquedas expresan expectativas diversas y reflejan las diferentes concepciones sobre el modo de ser Iglesia que conviven en la actualidad dentro de la institución.
Antes de llegar a ese necesario tiempo de otear la pospandemia ahondando en el rumbo de la Iglesia sinodal naciente, algunos rasgos de estos días dolorosos exhibieron una discusión sobre la celebración de las misas sin fieles, es decir, sobre la imposibilidad de participar de las celebraciones sacramentales.
Misas, celebraciones sin fieles pero comunidades cristianas y de otras confesiones y creencias orando y comprometidas, solidarias, consolando en medio del dolor y la peste. ¿Qué se discutía?
Si hasta el mismo Papa quedó envuelto en la polémica porque para algunos su actitud de aceptar las disposiciones de la sociedad civil fue algo parecido a una traición o una claudicación.
De algún modo insólita, la controversia sobre la imposibilidad de acceder a los sacramentos puso de manifiesto actitudes preocupantes que parecen traslucir una concepción de los sacramentos y de la vida espiritual alejada de las enseñanzas de la palabra de Dios y de la tradición de la Iglesia. Por lo visto y escuchado en estos días a laicos, y también a unos cuantos pastores, aun se denota una concepción ritualista de la vida cristiana.
Bien podría preguntarse: ¿desde cuándo los sacramentos son un derecho y dejaron de ser para los cristianos un regalo de Dios?
La angustia por no poder acceder a los sacramentos,¿no expresa una errónea o inmadura relación personal con Dios? Cuando se dice que no se puede prescindir de los sacramentos para alcanzar la paz interior, ¿no se está expresando que sin ellos, sin esos ritos, reaparecen la angustia de la culpa y el temor? ¿Qué relación tienen con Dios, con el Evangelio, quienes por tener que estar un tiempo sin sacramentos reaccionan de manera desmedida y carente de caridad cristiana?
Tal vez cuando llegue el momento de la reflexión y la búsqueda compartida de un modo de Iglesia para la nueva época, agradezcamos a estos tiempos tan tristes habernos permitido redescubrir la auténtica maravilla de cada eucaristía, de cada bautismo y haber vivido la experiencia de encontramos en familia de una manera nueva con el buen Padre Dios que habita tanto en nuestros corazones y nuestras casas como en las iglesias y los sacramentos.