Mirtha Dermisache. El enigma por descifrar
En el Malba, la primera retrospectiva de la artista argentina en un museo ilumina una prolífica obra elogiada por Roland Barthes
Mirtha Dermisache es una de las artistas más singulares en la historia del arte argentino. Introvertida, de pocas palabras, de una intensidad y capacidad de trabajo poco comunes, se convirtió en una artista de culto gracias a la originalidad de su producción y el modo de exhibirla al público. Su obra, que habita un lugar intermedio entre la plástica y la escritura, está constituida por textos plasmados en escrituras y códigos personalísimos, contenidos en formatos impresos con diversidad.
Nacida en Buenos Aires en 1940, estudió Bellas Artes en las escuelas Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón. En 1967 trazó lo que ella llamó sus “primeros garabatos” y enseguida sintió el impulso de organizarlos como libro. Años más tarde, el prestigioso filósofo, escritor, ensayista y semiólogo francés Roland Barthes elogiaría sus “escrituras ilegibles”.
La muestra Mirtha Dermisache. Porque ¡yo escribo!, inaugurada esta semana en el Malba y curada por Agustín Pérez Rubio, es su primera retrospectiva en un museo. Abarca un conjunto extenso de obras, acompañado por un catálogo con estudios y amplia reproducción de sus variadas publicaciones.
A continuación, algunas claves para comprender la obra de esta artista, fallecida en 2012.
Conciliación de opuestos
En los años setenta, en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, se oía hablar de Mirtha Dermisache entre los alumnos que estaban al tanto de las últimas novedades del ambiente de las artes y de la música. La artista estaba muy activa y había sido invitada a exhibir sus escrituras junto con el Grupo de los Trece, agrupación de artistas en torno al conceptualismo creada por Jorge Glusberg en 1971. Ese año exhibió con ellos en Londres e integró la muestra Arte de sistemas I en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, organizada también por Glusberg con una representación internacional de la primera línea del conceptualismo.
Pasó un tiempo hasta que su nombre se identificó con un acontecimiento a gran escala, la sexta edición de las Jornadas del Color y de la Forma. Realizada en los días fundacionales del Centro Cultural Recoleta, en diciembre de 1981, ocupó toda la institución.
La artista impartía un método que aplicaba en su taller particular con el nombre tAC (taller de Acciones Creativas). Entre las numerosas técnicas se incluyó entonces el video, una novedad para la época. Se trató de una organización con un grupo de colaboradores y coordinadores que tenían la misión de guiar a los recién llegados en sus experiencias individuales o grupales.
En tiempos de dictadura militar, allí se vivió a gran escala un clima inédito para Buenos Aires: una euforia festiva a través del estímulo creativo en contacto con procedimientos y materiales. No era necesario contar con ningún conocimiento para participar. Dermisache no abandonó nunca esa actividad, que continuó de manera privada e ininterrumpida en su taller.
Este clima de extroversión absoluta era la contracara de su trabajo artístico personal y de laboratorio, sus experiencias propias con escrituras ilegibles, que constituyeron el corpus de obras que ahora se empiezan a difundir a escala mayor en la Argentina. De artista de culto a la práctica multitudinaria de las artes, allí se revelaba su verdadera doble esencia.
Lo uno y lo múltiple
Las “escrituras ilegibles” de Dermisache, tal como llamó a sus grafías Barthes en una carta que envió a la artista en 1971, alcanzan una diversidad pocas veces vista. Según afirma Belén Gache en su ensayo del catálogo, adquirieron varios formatos según la voluntad de su autora: diarios, cartas y libros, entre otros.
Su obra no fue tan reconocida en el mundo de los museos como en el de los editores, con los que tuvo intercambios permanentes. Por ejemplo con Guy Schraenen, editor y curador en Amberes y París, con quien Dermisache mantuvo una relación intensa desde mediados de la década de 1970. Junto con Florent Fajole, profesor de estética y teoría del libro, realizó a partir de 2004 dispositivos editoriales que exploraron las dimensiones de la instalación y la edición; con él hizo presentaciones en Buenos Aires, París, Londres y Roma. Por último, no se debe olvidar que en Buenos Aires Glusberg fue su promotor y editor en los tempranos años setenta.
La artista no estaba interesada en la idea de obra única, lo cual subvierte ciertos cánones de la historia del arte occidental. Las ediciones, si bien cuidadas y limitadas, permitían la difusión, el pase de una mano a otra, como sucede con los diarios y la difusión entre un público mayor. Éste fue un delicado equilibrio que sólo el rigor de la personalidad de la artista pudo mantener. Su intención era lo múltiple, sin llegar a lo masivo. Pero la lectura de sus escritos es una ceremonia íntima y silenciosa.
En visitas de críticos de arte o curadores a su taller, ella los estimulaba a elegir y llevar algunas de las publicaciones. Tal era el destino que ella imaginaba para su obra: algo que puede pertenecer a todos. Hoy, sin su presencia, ya no es posible.
Lectura silenciosa
Entre las primeras exposiciones individuales que se realizaron en Buenos Aires se cuentan la de 2004 en la galería El Borde, y Mirtha Dermisache. Publicaciones y dispositivos editoriales, en el Pabellón de las Artes de la Universidad Católica Argentina, en 2011. Recorrerlas es una costumbre que deberían repetir al infinito los adeptos a las artes y las letras, si no fuera por la complejidad que supone su rigurosa y sofisticada modalidad de exhibición, según lo dictó siempre la artista.
Cada obra contiene un vocabulario específico, resultado de una experiencia siempre nueva para la artista, que no se mantenía ajena de la situación de los potenciales lectores de sus obras.
Cuando impulsó en El Borde un “dispositivo editorial”, como ella lo llamaba, sugirió la disposición de los textos sobre mesas blancas –continuidad de las hojas blancas de papel–, de un determinado formato, con sillas para que el público pudiera dedicar una lectura detenida.
En ese acto, el lector-espectador se convierte en un hemeneuta único, ya que la recepción de estos textos “ilegibles” no es imposible sino compleja, y abarca capas y momentos. No son sólo la razón o el gusto estético los que funcionan frente a estas obras, sino también otras facultades que se ponen en juego. Tal vez una clave sencilla pero indispensable para comprenderlos consista en entregarse a ellos de una manera íntegra, sin cuestionamientos anticipados. El rigor de las puestas en escena de la artista lo solicitaba.
Se trata de un proceso casi inverso de aquella extroversión de las jornadas multitudinarias de 1981 en Recoleta. En las salas de exhibición de sus dispositivos un silencio, al menos interno, se impone. El código aún no comunicado no lo ofrece la artista, sino que es sugerido por el lector-espectador. Así, tan abiertas, son las obras de Dermisache.
Reconocimiento internacional
El crítico Jorge Romero Brest señaló la sorprendente aparición de Dermisache con su propuesta de “insólitas escrituras, tan vivas para pensar en una semántica escondida y reacia a dejarse dominar” a comienzos de la década de 1970 en una nota publicada por la revista Plural, dirigida por Octavio Paz en México.
Desde la Argentina fue Jorge Glusberg, director del Centro de Arte y Comunicación de Buenos Aires (CAyC), su primer editor, quien también hizo conocer la obra de la artista en centros internacionales a partir de 1971. De ese mismo año data la carta que le escribió Barthes de puño y letra desde la Escuela de Altos Estudios de la Sorbona, en París.
Sus editores Schraenen y Fajole fueron sus interlocutores permanentes. Más tarde se sumaría Philippe Cyroulnik, crítico de arte y curador, director del Centro Regional de Arte Contemporáneo Le 19 en Montbeliard, Francia.
Todo este reconocimiento tuvo eco durante la organización de elles@centrepompidou, exposición realizada entre 2009 y 2011 en el Centro Georges Pompidou de París con obras de artistas mujeres pertenecientes a la colección, entre las cuales se contaba Dermisache.
Aun así, parecería que en lo íntimo de la prolífera y poética producción de Dermisache se halla guardado un enigma. Sin duda, su obra solicita una exégesis pausada.