Mirar a la Argentina desde lejos no es lo mismo
La tentación de los intelectuales argentinos que se van a vivir a sociedades desarrolladas y son más indulgentes con los populismos de izquierda
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Europa siempre observó, desde la tranquilidad que otorga la lejanía y el propio bienestar social, los exóticos (y tóxicos) avatares políticos de América Latina. La fascinación por el “realismo mágico” de estos pagos siempre ha gozado de invariable atención por parte del Viejo Continente.
La colección de “repúblicas bananeras” (denominación vintage, que, sin embargo, no perdió encanto ni vigencia), la romantización de los movimientos insurgentes y de su máxima divinidad, el Che, elevado a los altares de todas las revoluciones y de todas las remeras progres del planeta, el mundo inquietante de los millonarios negocios ensangrentados del narcotráfico creciente y el contraste cada vez más abismal entre la pobreza endémica de una gran parte de sus habitantes y las engordadas castas de políticos enriquecidas por la corrupción es algo que todavía se consume con fruición del otro lado del Atlántico, al resguardo de instituciones más sólidas y economías que aún son de bienestar, a pesar de las dificultades crecientes, como una novela atrapante en capítulos que, eso sí, se consume a prudencial distancia.
El asunto se complica cuando desde ese confortable continente, con vistas a paisajes soñados y callejuelas milenarias, ya no son meros observadores extranjeros de nuestras “divertidas” (diría la exministra de Seguridad, Sabina Frederic) desventuras, sino argentinos afincados por mero gusto en sociedades avanzadas en las que los Estados facilitan que la vida transcurra con mayor previsión y sin tanto ineficiente intervencionismo. La transculturización suele volverlos más indulgentes al analizar desde lejos los fenómenos políticos latinoamericanos. Mostrarse comprensivos con las desmesuras de populismos dotados de cierta pátina izquierdista es habitual.
El caso más paradigmático fue el de Ernesto Laclau, instalado desde 1969 en Gran Bretaña y hasta su muerte en 2014, en Londres. Junto con su esposa belga Chantal Mouffe procuraron insuflar bases filosóficas al kirchnerismo. “La creación de una Junta Nacional de Granos sería una buena medida” y “las retenciones al campo deberían ser más altas”, sugería Laclau desde la sociedad que había elegido para vivir y que no aplica tantas restricciones a la producción. Tal vez, fue un efecto no querido de la neblina londinense sobre su comprensión. O que no es lo mismo escribir un ensayo mirando el Támesis que el Río de la Plata.
En esta semana que pasó, el Indec dio a conocer los datos del primer semestre. Un 40,6% de la población es pobre, nada menos que 18,5 millones de personas. ¿Puede haber una noticia peor? Sí: el 54,3% de los chicos de este país son pobres. Futuro más que hipotecado. “No hay democracia con hambre, no hay desarrollo con pobreza”, advirtió el papa Francisco días atrás.
Breve historia del antipopulismo, es un valioso libro de Ernesto Semán que se deja leer con interés por su amena combinación de algo no tan usual como es un ensayo académico, con cierto nervio periodístico.
Dotado de filosas teorías y logrados raccontos, enhebra nuestra bicentenaria historia nacional con un esfuerzo loable por ofrecer un equilibrio ideológico que no siempre está dispuesto a mantener. No son errores del texto, sino intermitencias del sentido profundo que desea darle a su obra y sus no tan solapados intentos de tomar partido por uno de los dos bandos que a lo largo de 278 páginas pone en tensión (antipopulismo vs. populismo) ya desde el subtítulo de tapa: “Los intentos por domesticar a la Argentina plebeya, de 1810 a Macri”.
Es muy original su meta de contar la historia del antipopulismo, entendiendo que ese mote recae sobre grupos diversos a través del tiempo que se definen mejor por lo que combaten que por lo que quieren hacer. Mariano Grondona solía decirlo con palabras más directas: que la Argentina tiene dos problemas, el peronismo y el antiperonismo.
Semán pone de un lado a indios, gauchos, compadritos, lúmpenes y choriplaneros, y del otro, a las élites liberales, el modelo agroexportador, los palacios de los ricos y hasta las formas de hablar de las clases acomodadas (con una elegante burla clasista: “se deslizan de una vocal a otra salteando el obstáculo prescindible de las consonantes”). También revela por ahí un sueño húmedo que sugiere más de lo que dice: “Apenas siete años separan la muerte de Sarmiento en 1888 y el nacimiento de Perón en 1895″. Llamativa su caracterización de los diez primeros años de gestión de los casi 38 que ya acumulan en la cima del poder los distintos peronismos: “democratización autoritaria”.
En la solapa delantera del libro se nos informa del autor que “después de enseñar historia en la Universidad de Richmond, se sumó a la Universidad de Bergen, en Noruega, donde vive con su mujer, su hija y su perro”. Argentinos por el mundo.