Viseras para cuidar y seguir en marcha
Hace una semana, un auto de la Universidad de Tres de Febrero entraba en el Hospital Ramos Mejía. Lo aguardaba un grupo de médicas. Juan, el chofer, estacionó con cuidado, bajó y, sonriente, les entregó a las profesionales un envío muy particular: una bolsa repleta de protectores faciales hechos especialmente para el personal de la salud.
"Cuídense", les dijo Juan al despedirse. Poco después, una de esas médicas le envió un mail a Mariela Yeregui, directora de la Maestría de Artes Electrónicas de la Untref, el espacio que había impulsado la creación de las máscaras. "Cada vez que la use, formaremos juntos parte del hilo del universo", escribió.
Como tantos otros hilos, pequeños e imprescindibles en el tapiz de la vida en común, el gesto que en plena pandemia llevó calor y recursos a varios médicos en distintos puntos del AMBA comenzó con una simple palabra: "Hagámoslo".
La cuarentena los tenía aislados, pero no tanto. Demián, alumno de la maestría, comentó en un grupo de alumnos y profesores su experiencia al formar parte de Coronathon, una red de makers (comunidad de personas que imprimen en 3D) que se había organizado para hacer máscaras destinadas a los trabajadores sanitarios. Una profesora señaló que en la Universidad de Avellaneda estaban emprendiendo un proyecto similar. Hicieron inventario: la maestría contaba con dos impresoras 3D, algunos alumnos tenían equipos en la casa, la universidad ofrecía financiar la compra de materia prima. Hagámoslo.
"Mucho a pulmón -cuenta Mariela Yeregui a través del teléfono celular-. Más allá del apoyo institucional, estuvo la energía de un grupo de gente con ganas de hacer".
Trabajaron en red. Se sumaron alumnos de otras carreras y voluntarios por fuera de la universidad. Siete impresoras 3D, en puntos distantes, se pusieron en marcha. Cada modelo implica unas tres horas de impresión, y en una semana lograron hacer doscientos. Vincha de plástico Pla, visera de acetato. Y, en vez de elástico para ajustar los protectores a la cabeza (con las mercerías cerradas, se dificultaba conseguirlo), cámaras de bicicleta reutilizadas luego de que el dueño de una bicicletería cediera las que tenía en desuso.
"Para mí era muy importante garantizar que el trabajo llegara a las manos a las que tenía que llegar", explica Yeregui. Por eso, se ocupó personalmente de establecer contacto y supervisar los envíos a los responsables de distintos equipos médicos de hospitales del conurbano y la Capital.
La docente cuenta que todo este trabajo estuvo imbuido del espíritu que, en tiempos no pandémicos, también impregna su trabajo en el aula. "La idea, siempre, es articular lo que surge en clase con lo que ocurre en el entorno, queremos que haya un aprendizaje ahí". Además, agrega: "En esta época, en la que se habla tanto de la educación con medios virtuales, actuar es parte del proceso educativo. No hay que quedar inmovilizado".
Tras la entrega de las primeras viseras, ya preparan una segunda tanda, en respuesta a pedidos del Hospital de Lanús, una sala de salud en una villa de Moreno, una unidad que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires destinó al cuidado de los médicos infectados por coronavirus. "El sindicato de fleteros se puso a disposición para las próximas distribuciones", acota Mariela, y la sonrisa se le adivina en la voz.
Mientras hablo con ella, me asomo al balcón. Los pabellones del Hospital Ramos Mejía se vislumbran a dos cuadras, por sobre algunos edificios bajos. Tengo mi propia deuda con ese lugar. En una madrugada de unos cuantos años atrás, una ambulancia ingresaba con mi padre desfigurado, víctima de un accidente vial. Nadie preguntó su nombre, ni pidió su documento, ni indagó en si tenía o no tenía prepaga. Solo se abocaron a realizarle la intervención decisiva, la que salvaría su vida. Al hilo del universo siempre lo entretejen manos humanas.