Una radio que se evaporó
Desde el 17 de diciembre último, Radio de la Ciudad cambió de directores, levantó toda su programación y sólo emite música. Se evaporó del aire, sin que las nuevas autoridades hayan expresado públicamente cuándo ni cómo será, de haberla, la operación de rescate. Silencio de radio y sólo rumores. Cuando ya se veía "venir la noche", con los compañeros del piso bromeábamos rebautizándola como Radio Beckett-Ionesco.
Me explico. El gran tema de Beckett fue el vacío y el de Ionesco, lo absurdo de la condición humana. Durante las tres temporadas que conduje e hice la producción artística de "La ronda de los teatros" (noticiero del Teatro San Martín y salas asociadas), cada sábado que desembarcaba en la AM 1110 pasaban cosas que me hacían evocar de inmediato a esos dos grandes dramaturgos.
El clima metafísico se inauguraba en los ascensores del Centro Cultural General San Martín (el de la calle Sarmiento) en cuyo octavo, noveno y décimo piso funciona la radio. Muchas veces no andaban y tanto personal de la casa como invitados a los programas subíamos por escalera, con más de uno a punto de perecer en el intento; pero cuando funcionaban era toda una decisión existencial montarse en ellos. Así como la Winnie de Los días felices de Beckett se hunde en la arena, el temor era que los elevadores, al agitarse como cocteleras, se estrellaran contra el foso en alocada caída final. Y cuando quedábamos encerrados, padecíamos un ahogo idéntico al de los espacios asfixiantes tan característicos de Beckett.
En otro ascensor, secundario, ocurría otro hecho patafísico. Es de esos "inteligentes", que hablan cuando las puertas quedan trabadas. Y así podía estar horas, sin que nadie viniera a repararlo y cacareando a viva voz "córrase de la puerta, por favor", en un loop sonoro enloquecedor. Ionesco puro: una radio con ascensores parlanchines, pero cuya salida por la Web enmudece seguido y cuya señal por aire se capta mejor en el Gran Buenos Aires que en la CABA, donde es difícil de sintonizar y llega con muchas "frituras".
Otro espectro lleva directo a Esperando a Godot , la obra cumbre de Beckett. Desde hace casi veinte años (cuando la por entonces Radio Municipal perdió durante la intendencia de Fernando de la Rúa la mejor frecuencia de AM, la 710), circula en los pasillos la leyenda de que un fabuloso y potente transmisor está por llegar en barco de allende los mares, criatura técnica fabulosa que lograría por fin hacer captable la señal.
Algunos expertos en cuestiones del éter se reían con piedad de quienes nos ilusionábamos con que Godot estaba al caer. Explicaban que dada la altura de la frecuencia no hay antena ni transmisor que puedan entrar en sincronía como para que el milagro comunicacional se produzca. El estudio mayor, majestuoso aun en medio de la debacle, estaba más veces cerrado que abierto, y desde allí, grandes retratos de Niní, Tita o Discépolo siguen dando testimonio de esplendores pasados, mientras los talentosos operadores aprietan los botones con presión fina de cirujano, ya que los dispositivos fallan cada dos por tres. Pese a tanta dificultad, la audiencia estaba. Llamados había. Y a veces muchos. Lo testeamos: cuando hicimos un especial con Enrique Pinti hablando de Molière, el teléfono estalló.
Con alambre, clavitos y mucho entusiasmo, hicimos una programa cuyo norte fue evitar los tonos protocolares y el mero autobombo institucional, y en su primera temporada la Mención Especial que ganamos en los Premios Éter nos indicó que estábamos en el rumbo correcto cuando el jurado resaltó en sus considerandos "el modo original y distinto" con que abordábamos la cultura porteña.
La misteriosa situación de Radio de la Ciudad no produce revuelo mediático ni político, como cuando, por ejemplo, estalla el Teatro Colón. Es la hermanita pobre del sistema cultural porteño. Lo repetitivo de sus crisis terminó hartando. Es como una obra absurda, donde pasa de todo pero en definitiva, al final, nunca pasa nada o todo termina siempre igual. Desde hace veinte años, Radio de la Ciudad es un "síntoma" de Buenos Aires.
De terminar de disiparse ese aire, grandes creadores de las artes, la cultura y el espectáculo se quedarían sin valiosos espacios (como los de Osvaldo Quiroga, Natu Poblet, Liliana Daunes, Juan Carlos Montero, Marcela Cairoli, Moira Soto y otros) donde poder difundir su obra, de la que raramente se ocupan las AM comerciales. Y hasta ahora no hay ninguna señal de que haya un proyecto superador. Las autoridades del Teatro San Martín, que en su calidad de coproductores de "La ronda de los teatros" mostraron voluntad y gestos de querer seguir adelante, me comunicaron hace pocos días que el programa había dejado de existir.
La hasta ahora imparable evaporación de Radio de la Ciudad dejaría, así, en el dial un agujero tan sin fondo como los de Beckett y sería la consumación de un absurdo a la altura de Ionesco.
© La Nacion
El autor es psicoanalista, periodista y crítico teatral