Una luna para dos Pascuas
Este año debemos agradecer a la luna llena hoy, cuya luz ilumina días trascendentes para la cristiandad y también para el pueblo hebreo, que a partir de esta noche y hasta el domingo festeja el inicio del Pésaj o Pascua hebrea.
Seguramente, en estos días, en un mismo edificio de departamentos en Buenos Aires, ciudad de la convivencia, habrá vecinos que en puertas contiguas se desearán mutuamente ¡Felices Pascuas!, mientras degustan huevos y roscas de Pascua, en tanto otros comerán el pan ázimo o matzá y otras especialidades elaboradas sin levadura.
Se sabe que los últimos días de Jesucristo coincidieron con la Pascua hebrea. Incluso él mismo pidió a dos apóstoles que prepararan la cena de Pascua (Lucas 22,7-8). Lamentablemente, la convivencia actual no coincide con el devenir histórico, pues una incorrecta interpretación de los Evangelios generó durante siglos persecuciones a los judíos coincidentes con estas fechas. El Concilio Vaticano Segundo dejó definitivamente cerrado el tema del supuesto "deicidio" que pesaba sobre el pueblo judío cuando señaló, en 1965: "Lo que en su Pasión (de Jesucristo) se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy".
Nos preguntamos: ¿qué recuerda realmente la Pascua hebrea o Pésaj? ¿Es, meramente, como muchos creen, la fiesta de los panes ázimos o es mucho más? ¿Los judíos del siglo XXI continúan con esta antiquísima festividad?
Se trata, quizá, de la festividad religiosa más antigua de la historia de la humanidad, celebrada desde aproximadamente 3200 años en forma continuada. Inicia cada año el 15 del mes hebreo de Nisán, habitualmente con la luna llena, en el mes de la primavera (en el hemisferio norte). La primera tuvo lugar en el propio Mizraim , Egipto, en la tierra donde el pueblo hebreo fue esclavo. La tierra del culto a los muertos en vez del culto a la vida. Los cabalistas han analizado el origen de esta palabra, Mizraim , y encontraron su relación con la palabra hebrea metzarim , "limitaciones", "angosturas", "estrecheces", "penas"; tal era la percepción de la vida hebrea en el país del Nilo. Por el contrario, la idea de la libertad nos remite a lo amplio, espacioso y vasto. Es, pues, en una primera acepción, una fiesta de la liberación que, con el paso de los siglos, se transformó en una festividad familiar, la más respetada hasta hoy.
En estos días, la Pascua hebrea llega para recordarnos el nacimiento del pueblo hebreo, generador de las ideas del monoteísmo ético, de igualdad de los seres humanos ante el Creador, del respeto por el extranjero, la viuda y el huérfano, del derecho al descanso semanal y de la obligación de solidaridad con los semejantes. Creencias que hoy, a través de las grandes religiones monoteístas (cristiana, musulmana y judía), representan los ideales de la fe religiosa -todavía muy lejos de ser alcanzados- de media humanidad.
Si leemos las recientes tristes noticias de la masacre de Toulouse, hoy estamos cada vez más alejados del "ama a tu prójimo" de las Escrituras (Levítico XIX, 18). Por todo esto, esta festividad es mucho más que la recordación del pan ázimo: representa la evocación de uno de los momentos fundacionales en la historia humana. La primavera de la historia. © La Nacion
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