Una fábula sobre los valientes comunes
Un chico está solo cuando aparece en la superficie de la tierra, de la página blanca, un topo. Juntos comienzan a compartir un camino que se abre en la naturaleza y el paisaje se vuelve más que el contexto en esta historia . "Lo salvaje es un poco como la vida, a veces aterradora, pero hermosa", se lee en el trazo grueso de un pluma cargada con tinta china. Enseguida, cuando se conocen, el animal (símbolo de que lo pequeño puede hacer una gran diferencia) le lanza aquello tan familiar: ¿Qué querés ser cuando seas grande? "Amable", responde sencillamente él. En verdad, se sabrá después, es el niño el que está lleno de preguntas.
The Boy, the Mole, the Fox and the Horse, del cartoonista Charlie Mackesy, se publicó antes de fin de año en Inglaterra y fue un hit la última Navidad en las librerías de Londres, donde aún se exhibe como best selleren torres de ejemplares que se levantan desde el suelo, poniéndose literalmente en el paso de cualquier lector. Por algo más que su atropello merece detenimiento: encuadernado en tapas duras, desde la portada promete una hermosa fábula ilustrada en la que, por supuesto, como anticipa el título, aparecen un zorro cauteloso y la criatura más grande y gentil que los otros jamás hayan visto, un caballo.
Lo hojeo por primera vez y no tardo más que las primeras líneas de la introducción en confirmar su tácito homenaje a El Principito. Más allá de mi indisimulable fanatismo por el ricitos de oro, el elefante, la boa, la rosa, el Asteroide B-612 y todo el universo de Saint- Exupéry, y en consecuencia, más allá también del sentimiento de celos que me atraviesa como una ráfaga, me gana finalmente el acto de celebrar que un libro que germinó en las redes sociales (en Instagram) venga a renovar entre los jóvenes los votos de confianza en los valores más esenciales del ser humano, el amor y la amistad. En verdad, como aquella famosa dedicatoria que dejaba el francés "A Leon Werth cuando era niño", esta no es una aventura solo para chicos. El autor -un dibujante que necesita las imágenes "como islas para llegar a un mar de palabras"- aclara que "los de ochenta y los de ocho" podrán seguramente verse reflejados en las fortalezas y debilidades de sus criaturas.
Veo cada página como una postal con leyenda: "Necesitamos una razón para seguir en el camino", dice el caballo. Aprecio cómo pasan los días y las noches de primavera en los dibujos, cómo avanza esta aventura de cuatro valientes comunes (no hace falta nada extraordinario para serlo: animarse, por ejemplo, a pedir ayuda). El recorrido de ellos atenúa el agobio de mi propia ruta de vuelta a casa y sobre el tránsito de la Panamericana pienso si ese alivio es eco de la amabilidad que transmite. Lo pienso, pero no lo digo porque suena cursi (eso no es valiente).
El libro de Mackesy llegó a mis manos hace unos días cuando una de mis sobrinas, de 18 años, volvió de estudiar inglés afuera. Fue ella la que se dio el tropezón irresistible con uno de estos ejemplares en Londres (el sello editorial Penguin no tiene en sus planes inmediatos traerlo en español). "Miralo y decime, tía", me lo dio, aparte de un volumen de colección de El Principito que me trajo de regalo. El círculo de la vida, virtuoso, me hizo acordar más tarde, ya en soledad, que tendría yo a lo sumo la mitad de su edad cuando mi hermana (su madre) me leyó por primera vez el libro de Saint Exupéry. Era una edición, como esta, preciosa, de tapas duras, con las ilustraciones originales; lamento que se haya perdido. Nunca podré olvidar de esa tardecita en la casa de mi infancia el deseo y la profunda curiosidad que me despertó la posibilidad de "domesticar" y sentirme "domesticada". Con el tiempo, su incondicionalidad y una amabilidad muy poco frecuente -"la amabilidad que se ve en silencio más allá de todas las cosas", diría el caballo- la convirtió en mi persona favorita. Hoy me reencuentro con ella cuando brilla, de noche, alto, como la estrella del Principito.