Un poeta del viaje y el fervor
Ser poeta no es lo mismo que ser escritor. Parece más delicado, tiene algo de batalla íntima y a la vez de designio celestial. Decir "soy poeta" suena casi a "soy un ángel", o un artesano que forja lo inefable.
Hay poetas que le brindan su ser a la literatura. Es lo que ocurrió, a comienzos del siglo XX, en la escena literaria argentina. Con pocos años de diferencia, tres poetas argentinos, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Raúl González Tuñón, marcaron a fuego a las siguientes generaciones, de tres maneras tan distintas como personales. El más injustamente arrinconado en la historia quizá sea González Tuñón, cuyos libros (¡casi veinte!) estaban agotados, quizá por su afán de marginalidad, por el hallazgo de lo bello en lo bajo, por su cuchicheo con la muerte, su compromiso político junto con el goce del vagabundeo apartado del prestigio social?
Por eso vale festejar la Poesía reunida recién publicada por Seix Barral, en cuyo prefacio, titulado "La música del mundo", Adolfo González Tuñón y Eduardo Alvarez Tuñón cuentan que buscan que en estas páginas resuene "el ruido -la música- de los puertos, la aventura, la amistad, el asombro, los deshollinadores, la revolución -las revoluciones-, las guerras -el Chaco paraguayo, la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial-, el horror, la esperanza, el amor, los cafetines y las catedrales, París, Buenos Aires?".
La edición incluye poemas de casi todos sus libros, y la publicación íntegra de La rosa blindada , de 1936 (maravilloso título), Poemas para el atril de una pianola (1965) y El rumbo de las islas perdidas (1969), en homenaje a Hölderlin.
El prólogo de Jorge Monteleone forma parte de la afinación de las cuerdas musicales del propio González Tuñón: comienza con "el ritmo políglota" de El violín del Diablo (1926), y a partir de allí va marcando los distintos tiempos del poeta, sus idas y venidas; el apego a su personaje andariego, Juanito Caminador (un guiño etílico a Johnny Walker y a sí mismo), y rescata "uno de los poemas de amor más conmovedores de la lengua española", dedicado a Amparo Mom, "Lluvia" (una verdadera cascada de vida, en verso); finalmente, Monteleone lo considera un "lírico de la modernidad", poeta porteño por excelencia, o más bien, por resistencia.
La obra de Raúl González Tuñón tiene la actualidad del rescate de lo usado, del hurgar en las reliquias, el gusto por lo viejo, lo dejado. Lejos del vintage como moda de consumo, más próxima a las marcas que los objetos dejan en cada uno. Pero también, como se titula uno de sus libros, sus poemas llegan bajo la forma de Una demanda contra el olvido (1963), que podría ilustrarse con algunos versos de un poema titulado, risueñamente, "El optimismo histórico": Yo sé que todo cambia,/ que nada se detiene,/ y aun la piedra es viajera./ La soledad no existe./ El mundo es compañía./ Ni la muerte está sola./ Todo lo que es, es lucha./ Soy inmortal, pues paso./
Borges escribió Fervor de Buenos Aires , pero González Tuñón fue todo un poeta del fervor.
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