Un Caballo de Troya en la ciudad de Dios
Desde ayer a las 20, la Iglesia Católica entró en fase de sede vacante. Pero una cosa es la sede vacante y otra muy distinta es el sedevacantismo. Esta última denominación designa a una corriente religiosa que sostiene que a partir de la muerte de Pío XII la Iglesia Católica Apostólica Romana se encuentra en estado de sede vacante, en virtud de que los papas elegidos posteriormente son ilegítimos por su abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia y su reemplazo por una nueva iglesia modernista.
El sedevacantismo supone una ruptura más extrema que la del obispo integrista Marcel Lefebvre, que si bien produjo un cisma, no importaría un rechazo global al Concilio. Los sedevacantistas, en cambio, sostienen una contestación radical y violenta contra las autoridades romanas, a las que consideran usurpadoras del primado y, lejos de constituir una unidad, se hallan también profundamente divididos entre sí.
El punto de dolor en esta historia reside en el Concilio Vaticano II, que es considerado por los tradicionalistas el Caballo de Troya en la ciudad de Dios. Un agravante del problema es que las reformas conciliares fueron presentadas en muchas ocasiones en un sentido diverso al original, y tal vez demasiadas veces fueron instrumentadas de manera distinta a lo que el Concilio había querido e incluso había realmente dicho.
Al clausurarse las sesiones conciliares se despertó un espíritu contestatario en la Iglesia que formaba parte de un clima de época, los años 60, y que produjo un gran desorden y confusión. Ratzinger llegó a calificar a esta corriente interna de la Iglesia como el könzilsungeist , el antiespíritu del Concilio, e incluso su renuncia al solio pontificio podría no ser ajena a ella.
Este cuadro se tradujo en una fenomenal crisis en las vocaciones y en que un crecido número de sacerdotes fueran reducidos al estado laical, pero lo peor ha sido una notoria disminución de la piedad del clero y de los fieles e incluso una creciente deserción de las filas católicas. Entre los propios teólogos progresistas cuyas ideas fueron recogidas por la asamblea conciliar, como Henri de Lubac y Jacques Maritain, hubo quienes lanzaron la voz de alarma sin ser escuchados. Esta situación de caos produjo la más profunda crisis de los últimos siglos dentro de la Iglesia Católica, que está aún lejos de reponerse.
Lo cierto es que una porción respetable y quizá mayoritaria de la opinión pública dentro y fuera de la Iglesia terminó asimilando la sensibilidad progresista con el Concilio (en realidad con la imagen del Concilio que ha construido el progresismo). Quedó instalada así la idea de que oponerse a ella implica una actitud integrista o preconciliar.
Los sedevacantistas coinciden con esta identificación, pero representan precisamente lo contrario, puesto que ellos promueven un túnel del tiempo: volver lisa y llanamente al período previo al Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia mostraba un semblante más saludable y airoso que en estos tiempos borrascosos y claudicantes.
No se trata sólo de un cambio más o menos formal, como volver al latín. Los sedevacantistas acusan a "la iglesia montiniana" (por el papa Pablo VI-Montini, impulsor del Concilio) de haber sustituido la misa tridentina por un rito protestante y de haber entronizado los criterios liberales del modernismo ya condenados por el magisterio; incluso, de haber abandonado el dogma de la única y verdadera iglesia para afirmar que ésta "subsiste" en la Iglesia Católica.
De tal suerte, existen hoy unos cuantos autoproclamados papas (en realidad, antipapas) sedevacantistas que reivindican la continuidad de la tradición católica, no exentos de un cierto pintoresquismo. Algunos sedevacantistas han decretado que el cardenal Giuseppe Siri fue elegido papa, pero el veto de la Unión Soviética provocó una nueva elección de la que resultó triunfante Angelo Roncalli (Juan XXIII). Otros sostienen que la Virgen, un santo o el propio Jesucristo les habría revelado la vacancia de la Santa Sede.
En la Argentina, el sedevacantismo tuvo su representante en el mítico profesor Carlos Disandro, cuya influencia se tradujo en algunos ambientes peronistas; visitó a Perón y mantuvo correspondencia con él.
¿Qué hará el próximo pontífice? ¿Retroceder, como quieren el lefebvrismo y el sedevacantismo? ¿Continuar el proceso conciliar reformista de Juan Pablo II-Benedicto XVI de volver al "verdadero" Concilio? ¿Profundizar una ruptura radical con la tradición, como desea el progresismo?
El hecho del Concilio no parece admitir una marcha atrás. Por otra parte, las demasías progresistas no han conseguido sino agravar la crisis. Benedicto XVI habló de la "hermenéutica de la reforma", pero ni él ni su antecesor pudieron contener los vientos desatados por el konzilsungeist . También hay que recordar que, según un antiguo proverbio teológico, en la Iglesia el Espíritu sopla donde quiere, y los buenos católicos sólo imploran que se abrevie el tiempo de la prueba, que ya supera el medio siglo.
Cualquiera que conozca la azarosa historia de la Iglesia, por lo demás, no debería escandalizarse de todas estas fintas. El cardenal Herranz describió el período posconciliar así: "Tiempo de esperanzas, con nubarrones en el horizonte, pero con una luz intensísima en la lejanía". No hay que temer, el Espíritu Santo guía a la Iglesia.
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