Sin filtro
Ocurre algo de verdad extravagante con los grupos de WhatsApp. Las personas se dicen cosas brutales, juzgan asuntos de interés común de formas salvajes, se descalifican despiadadamente y los niveles de violencia verbal alcanzan alturas (¿abismos?) que, cara a cara, conducirían a una escaramuza. Cosa que de ninguna manera acontece, más tarde, cuando los participantes de ese grupo se encuentran en el mundo real. Muy raro. Es como si la mediación de la pantalla inhibiera las destrezas sociales más elementales.
No es en realidad un fenómeno nuevo. Lo experimentamos hace más de veinte años en los canales del Internet Relay Chat. Pero, a pesar de sus limitaciones técnicas, había en aquel servicio de la red un avance que no llega (y probablemente nunca llegue) a WhatsApp: el operador. No es que siempre funcionara, porque algunos tenían demasiados participantes o porque en ciertos casos se juntaban a eso, a maltratarse. Hay de todo en la viña del Señor.
Pero el operador era todopoderoso, y si alguien se comportaba como un troll (sí, tampoco son nuevos) lo expulsaba del canal o, llegado el caso, le impedía volver a entrar. Me pregunto, sin embargo, quién sería tan valiente, en un grupo de WhatsApp, para asumir tan titánica misión.