Siervos de la tragedia y la comedia
Sabemos que los personajes de la comedia del arte, ese teatro popular que apareció en Italia en el siglo XVI, no tenían espesor psicológico. Pero esto no quiere decir que no tuvieran profundidad; esa profundidad familiar, aunque ideal, que los acerca al arquetipo. Giandomenico Tiepolo le dedicó al siervo Polichinela ciento cuatro tablas que llamó Divertimento para los muchachos, y sobre esa serie el filósofo Giorgio Agamben escribió un libro entero, justamente Polichinela (Adriana Hidalgo).
Como pasa siempre con los ensayos de Agamben, el asunto parece ir por un lado, pero en realidad va por otro, sin abandonar el primero (en eso consiste, después de todo, la escritura de un ensayo). Podría ser Tiepolo (lo es), aunque el corazón del libro es el modo en que la tragedia y la comedia se solapan. La filosofía no puede pensarlas por separado. Anota Agamben: "La risa y el llanto son los dos modos por los cuales el hombre experimenta los límites del lenguaje". Podría haber citado a Schopenhauer, para quien la historia, vista de cerca, era una tragedia y, de lejos, una comedia. Nada más nuevo que las viejas verdades.