Se nos cae encima el modelo
Para impedir que los argentinos siguieran comprando dólares baratos, en noviembre de 2001 el gobierno de Fernando De la Rúa les prohibió el acceso a sus depósitos, lanzando el corralito bancario. Exactamente diez años después, el gobierno reelecto de Cristina Kirchner buscó idéntico objetivo con el lanzamiento del corralito cambiario de noviembre de 2011. El dólar es más barato hoy que entonces y su poder de compra es inferior: en 2001, 1 kilo de pan costaba 1,6 pesos/dólares, menos que los dos que cuesta hoy, y lo mismo ocurre con el 95% de los productos de la canasta básica. Durante aquel año, habían salido de la Argentina 18.000 millones de dólares, por la desconfianza en un régimen agotado y el fuerte atractivo del dólar barato. Por esas mismas razones, el año pasado se fueron 21.000 millones.
Los corralitos paran la fuga, pero al consagrar el atraso cambiario y difundir la desconfianza terminan ahogando la economía. La desaceleración de la actividad económica ha sido tan notable en estos últimos seis meses que los dos sectores más dinámicos del "modelo", la construcción y la industria automotriz, han entrado ya en recesión.
Más notable aún es que el Gobierno esté dispuesto a estrangular la economía hasta la recesión con tal de asegurarse los dólares para el pago de la deuda externa. Sorprende este esquema de prioridades para un gobierno que se dice progresista. Y es notable también que quien dice haber renegociado exitosamente la deuda y haberse desendeudado desde entonces deba ahora soportar y provocar tantas penurias para pagarla.
El ahogo del corralito de 2011 es también muy nítido en el campo de las finanzas provinciales. Al igual que en 2001, los gobernadores penan hoy por equilibrar sus cuentas subiendo impuestos y endeudándose en el mercado local. Como entonces, las políticas inconsistentes del gobierno nacional empujan a las provincias a un ajuste brutal, el mismo que la Presidenta critica a sus pares europeos cada vez que elige mofarse de aquella crisis para intentar disimular los errores de acá.
La prueba más contundente de que la economía ha completado en diez años un giro de 360 grados es la creciente especulación respecto del eventual retorno de las cuasimonedas, el signo más emblemático del desorden económico, social y financiero de finales de los años 90. Confieso que como uno de los encargados de rescatar aquellas cuasimonedas en 2003, jamás pensé que volvería a oír hablar de ellas. El fantasma de las cuasimonedas y un nudo de pobreza que aún afecta a más del 25% de los argentinos son las dos caras más visibles (esta última la más condenable) de la mala praxis del "modelo de desarrollo de matriz diversificada con inclusión social".
Lo advertimos por primera vez desde estas páginas, en octubre de 2005 (ver "Canción de otoño en primavera"). Desde entonces, se han ido repitiendo uno a uno los vicios de política económica que han marcado nuestra larga decadencia y creciente desigualdad en la distribución del ingreso: la obsesión con el tipo de cambio fijo; la estafa de la inflación; el móvil cortoplacista de cada medida, aún de las llamadas épicas; la negación de los problemas, y el atajo de un relato engañoso que esta vez llegó al extremo de la mentira en las estadísticas oficiales.
A pesar de la inmejorable coyuntura mundial de altos precios de materias primas, bajísimas tasas de interés internacionales y fuerte apreciación del real brasileño, la renovada esperanza termina nuevamente en frustración tras los desmanejos de los últimos siete años.
Así como el corralito bancario de 2001 desnudó el inverosímil relato que nos decía que ya estábamos en el Primer Mundo, su actual versión cambiaria desnuda también el relato kirchnerista y todas sus falacias. Nunca antes la Argentina recurrió al control de cambios con tantas reservas en el Banco Central. No hay antecedentes, en nuestra historia y quizá en la mundial, de una recesión tan gratuita. Me solidarizo con la confesión/lamento de Beatriz Paglieri, secretaria de Comercio Exterior: una economía que depende de 30.000 firmas suyas por mes no puede funcionar, más allá de su buena o mala voluntad.
La evolución de los últimos meses va dejando cada vez más en claro que el principal obstáculo para un desarrollo sostenido de nuestra economía no está en nuestros generosos recursos naturales, en la calificación y talento de nuestros recursos humanos, en los avances tecnológicos y la creatividad de nuestros emprendedores, sino tan sólo en las malas decisiones de política económica acumuladas.
A diferencia de otros momentos de nuestra historia en los que enfrentamos barreras objetivas y elevadas para crecer, momentos en los que no había casi margen de error, hoy lo único que necesitamos para despegar es que el Gobierno deje de equivocarse. No le pedimos ya ni que acierte ni que se asesore bien; sabemos que no lo pueden hacer. Tan sólo le pedimos que dejen de cometer errores. Para el bien de 40 millones de argentinos y el de ellos mismos. © La Nacion