Rex González, arqueólogo y humanista
Hace escasos días falleció, a los 93 años, Alberto Rex González, insigne antropólogo argentino reconocido internacionalmente. Nacido en Pergamino en 1918, se recibió de médico en la Universidad de Córdoba en 1945, profesión que ejerció hasta doctorarse en arqueología en la Universidad de Columbia en 1954, cuando en nuestro país la carrera ni siquiera existía. Profesor en las universidades de La Plata, Buenos Aires, Córdoba y el Litoral, se desempeñó como jefe de la División Arqueológica del Museo de La Plata, y en el Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires.
Más de cien trabajos publicados, entre libros y artículos, constituyen su legado fundamental. Fue una figura señera en una época heroica de la arqueología, de grandes cambios, muchos iniciados por él. Epocas en las se llegaba a los sitios arqueológicos a lomo de mula, llevando hasta la última gota de agua que fuera necesaria.
Tuve el privilegio de conocer a Rex González y a su mujer -Ana Montes, documentalista y cineasta que lo acompañaba en sus campañas arqueológicas- desde muy pequeño. Cuando comenzó a ejercer la medicina en la ciudad de La Plata, atendía a sus pacientes en el consultorio de mi padre, médico como él, que nunca le acepto retribución alguna. Más adelante, ya dedicado de lleno a la arqueología, mantuvimos un contacto más espaciado, pero igual de cercano y profundo.
Un día Rex llegó a ver a mi padre con una carta de un laboratorio de Estados Unidos en su mano. Era el resultado del primer análisis de datación por carbono 14 que se efectuaba sobre material arqueológico proveniente de la cueva de Inti Huasi, en la provincia de San Luis. Fue la primera determinación de este tipo en la Argentina y nosotros, los primeros en enterarnos de que los restos, de una antigüedad supuesta de 1500 años, tenían en realidad cerca de 8000. No podré olvidar jamás la pasión que brillaba en sus ojos. Más adelante fue uno de los impulsores de la instalación de un laboratorio similar en nuestro país, y más recientemente propició lo que actualmente es la antropología forense.
Alberto Rex González dedicó gran parte de su vida a estudiar la alfarería del noroeste de nuestro país y a reivindicar las culturas de los pueblos originarios.
Pero su tarea como arqueólogo no era simplemente la de recuperar fragmentos de cacharros y cerámicas, de armar un rompecabezas al que le faltan piezas y de conocer la época y la cultura en cuyo seno se fabricaban. Era mucho más que eso. Era la utopía quimérica de resolver el rompecabezas del hombre. De conocer a ese otro del cual somos semejantes, aquel que fabricaba esas vasijas algunos miles de años atrás, de saber qué pensaba y qué sentía, para conocerse así un poco más a uno mismo. Tratar de saber cómo, cuándo y por qué nos convertimos en lo que somos. Cómo fue que nos erguimos en dos patas y nos quedaron las manos libres para fabricar cuchillos y vasijas, y vestiduras y chozas, y canoas y templos. Y cómo llegamos a dominar el fuego y a hablar y a escribir? y cómo un hombre pudo descubrir la vida y la muerte ocultas en bloques de mármol y otro imaginó nueve sinfonías, y Leonardo, una sonrisa, y Neruda, sus poemas, y cómo dos hermanos fabricantes de bicicletas nos instalaron en los aires. Cómo devenimos Homo sapiens sapiens y cómo podemos ser capaces de lo más sublime y de lo más ruin.
Percibí, hasta nuestro último encuentro en La Plata, esa mirada de humanista con que se dedicó a esta tarea inacabable. Mis visitas fueron como continuar la amistad de mi padre.
Con los años vamos quedando huérfanos de nuestros afectos. Uno los cultiva "como quien cultiva un árbol?, pero es imposible plantar una encina y disfrutar de su follaje?", como escribió Saint-Exupéry en Terre des Hommes . Si fuera posible volver a disfrutar de la compañía de aquellos he perdido, mi padre y Rex serían los dos primeros.
No hay nada que pueda escribir sobre Rex que supere lo que él plasmó en Tiestos dispersos , su último libro, con relatos de su vida de médico y arqueólogo: "Estoy más que agradecido a la disciplina que cultivé toda mi vida. Ella me hizo vivir en un mundo de esperanza y asombro, con el afán siempre renovado de la investigación, con el atractivo de sus incógnitas, nunca resueltas del todo, o resolviéndose mediante el planteo de nuevos problemas, en un sinfín interminable de fascinantes enigmas. [?] He gozado de las cosas sencillas de la vida y he amado con intensidad. La vida me dio la compañera más extraordinaria que pudo brindarme y juntos transcurrimos la mayor parte de nuestra existencia. Estoy en paz y agradecido por lo que tuve y lo que pude hacer, lo que pude comprender y el insondable misterio nunca resuelto que rodea el existir, llego en paz y conforme a los límites de mi destino, compuesto, como en todos los humanos, de una dosis de azar en juego con la fuerza de la propia voluntad y el deseo de hacer lo que uno cree correcto y verdadero".
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