Poetas de la música y de la vida
Hay una poesía que va más allá del papel. Es un texto poético que se conforma en el ritual colectivo y se expresa en el movimiento de los cuerpos de los que acuden a un recital de rock. Esa sensación de que lo poético va más allá de la palabra, y que en el teatro tiene su origen en las fiestas dionisíacas, pudo apreciarse días pasados en el logrado recital que ofreció el grupo Catupecu Machu en el Luna Park.
No es casual que la nota publicada en este mismo diario sobre el recital concluya con una frase que apela a la celebración de la vida. De celebración poética se trata. El concepto va más allá de este grupo -que volverá a presentarse el 22 en La Trastienda- y se inscribe en una reflexión más general sobre la música y la palabra.
En Caligrafía tonal , ensayos sobre poesía, de Ana Porrúa, la autora dedica un capítulo a "la puesta en voz de la poesía". Y lo hace con una sensibilidad extraordinaria y un conocimiento profundo de la relación entre el texto y la oralidad. Cita a Mladen Dolar: "La entonación es otra forma en que podemos advertir la voz, porque el tono particular de la voz, su melodía y su modulación particulares, su cadencia y su inflexión pueden decidir el significado. La entonación puede dar vuelta el significado".
En ese sentido, Fernando Ruiz Díaz, el líder de Catupecu Machu, no es sólo un poeta por lo que escribe. Lo es también por cómo lo expresa. Las letras de "Oxido en el aire", "Gritarle al viento" y "Grandes esperanzas" deben analizarse en la combinación de música, desplazamientos en el escenario y miles de cuerpos de gente joven bailando y cantando a la par de la banda. Allí hay también un concepto de poesía que no figura en las antologías.
"El poema en la voz del poeta -sostiene Ana Porrúa- se convierte en un fragmento discursivo diferencial y melódico, en un canto." Y cuando el poema llega a los cuerpos de quienes bailan al compás de esas letras y esos ritmos, podría decirse que es en ese momento cuando se ha completado. No es casual que el rock siempre haya sido observado por los sectores más conservadores de la sociedad como un peligro para los jóvenes. Como si la danza, la alegría compartida y la fiesta resultaran peligrosas. Quienes todavía no se han dado cuenta de la potencia estética del rock deberían reflexionar sobre un arte que combina diversas disciplinas y que hace una exaltación de la fiesta de los cuerpos, que acompañan cada tema con asombrosa vitalidad.
El teatro tiene mucho que aprender del rock. Es más: debería alguna vez tener una vitalidad parecida. En la época de los griegos asistían a las representaciones alrededor de once mil espectadores. Los imaginamos padeciendo los tormentos de Antígona y sufriendo con las heridas infligidas en el cuerpo de Filoctetes. También sabemos que las obras de Shakespeare convocaban un público heterogéneo y que muchos seguían la acción de pie y padecían con el destino de las criaturas del genial bardo. El teatro se acerca al ritual cuando impacta en el cuerpo de los espectadores. De esto saben los rockeros; lo que quizá no saben es que son poetas. Poetas de la música y de la vida.
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