Ojala no sea cierto
Ferretti ha comenzado sus vacaciones. Un poco aburrido por el debate ontológico que se ha desatado en las filas peronistas, y apenas sorprendido por el previsible revisionismo de los medios que han trasladado a Moyano de la lista de los réprobos a la de los elegidos, me entretuve estos últimos días con dos curiosos informes aparecidos en los diarios.
Asegura uno de ellos que, entre 1945 y 2010, "decenas de miles de niños" sufrieron abusos sexuales en instituciones católicas holandesas.
La conclusión demoledora reconoce como responsable a Wim Deetman, un ex ministro de Cultura de extracción demócrata cristiana, que presidió una comisión especial cuya creación fue respaldada por la propia Iglesia de Holanda. Después de 34 mil entrevistas y a lo largo de 1.200 páginas el trabajo demuestra que cientos de curas participaron de esas atrocidades contra menores de ambos sexos. Como consecuencia, el 10 por ciento de los holandeses que hoy tienen más de 40 años fue víctima de violaciones y otros abusos antes de cumplir los 18 años.
Los obispos aseguraron en un comunicado de prensa sentir "vergüenza y pena" y se mostraron dispuestos a indemnizar (entre 5 y 100 mil euros) a quienes sufrieron las experiencias más graves. "Algo es algo" sospecho que habría dicho Ferretti con su ironía impenitente.
Un año atrás, cuando los holandeses terminaban su investigación, el cardenal Jorge Bergoglio encomendaba a un abogado la redacción de un libro para tratar de demostrar la inocencia del cura Julio Grassi, todavía libre, pese a haber sido condenado a 15 años de prisión por el doble abuso sexual a un menor. El resultado: dos voluminosos tomos, titulados "Estudios sobre el caso Grassi" y firmados por el penalista Marcelo Sancinetti.
Parece improbable que el abogado querellante Juan Pablo Gallego -quien se encargó de difundir el hecho- haya inventado semejante historia. Sobre todo porque involucra en su denuncia a más de un testigo. Afirma, por ejemplo, que ambos tomos – a los que califica de "trabajo por encargo", "falto de seriedad" y "burdo"- circulan por los despachos de jueces y magistrados de la Suprema Corte bonaerense que aun tienen que tomar decisiones fundamentales en el caso.
Cuesta creer, sin embargo, que la osadía de Bergoglio llegara a semejante grado de solidaridad con el condenado. Aun cuando la contratapa de uno de los volúmenes explicite: "La Conferencia Episcopal Argentina encomienda la realización de un dictamen al profesor Sancinetti, consistente en un estudio del procedimiento en el que fue perseguido penalmente, enjuiciado y condenado respecto de dos hechos de abuso sexual (referidos a un denunciante) y absuelto por muchos otros (referidos a otros dos denunciantes) el Reverendo Padre Julio César Grassi".
No vacilaría en defender el derecho, y hasta la obligación, de Bergoglio a iniciar una suerte de sumario interno. ¿Por qué no? Un poco tarde, tal vez, pero por qué no. Son tan escasos los ejemplos en que la Iglesia argentina ha colocado la verdad, la condena y el arrepentimiento, por encima de su credibilidad, que hasta resultaría elogiable que el cardenal haya intentado averiguar qué es lo que realmente había sucedido.
Pero si la encomienda existió, si los dos libros apuntan a la inocencia de Grassi y si, como dice Gallego, fueron distribuidos en los tribunales que atienden el caso, todo eso junto merece algunas reflexiones.
Todo eso junto se llama presión (lobby en términos semánticos menos agresivos); todo eso junto significa desestimar las leyes de la justicia terrenal; erigirse en una corporación que a falta de razón esgrime la espada del poder y la influencia; exponerse a la imposibilidad de explicar, con pruebas y dentro de los límites del sentido común, cuál fue la retorcida conspiración que indujo a la opinión pública y a sus tribunales a pensar que Grassi es un abusador sexual que debe pagar por los delitos cometidos.