Nos duele Venezuela
Retrocedamos unos años en el tiempo; precisamente, hasta mediados de abril de 2002. Se celebraba en Costa Rica la reunión anual del Grupo de Río; los presidentes que participábamos teníamos ante nosotros una urgente, nutrida y complicada agenda, pues no eran pocos ni fáciles los problemas que en aquel presente y en el futuro inmediato debían enfrentar nuestros pueblos.
Después de casi dos décadas de iniciado el proceso de redemocratización de nuestros países, lo que no esperábamos era la dramática irrupción del pasado a la que tuvimos que abocarnos; como un reguero de pólvora, corrió entre nosotros la noticia de que se había dado un golpe de Estado en Venezuela. Nadie creía posible que algo así sucediera en la región. Consternados, nos mirábamos unos a otros procurando intercambiar las últimas noticias que nos acercaban nuestros auxiliares.
Por nuestra parte, pueblo y gobierno argentinos nos expresamos de inmediato; hubo una movilización social de repudio y un claro pronunciamiento oficial.
El curso autoritario, la militarización de la democracia, tienen en el mundo un nefasto antecedente; debiera conocerse, como que sucedió en la culta Europa durante el siglo XX. En el período de entreguerras, las democracias languidecían en su debilidad mientras que los Poderes Ejecutivos se hacían fuertes a expensas de las instituciones; todo terminó en tragedia, porque el autoritarismo devino totalitario y los Hitler, Stalin, Mussolini y Franco, entre otros, llevaron a la muerte a cuarenta millones de europeos. El esfuerzo por reconstruir Europa llevó a sus pueblos a décadas de sacrificios, y si lo lograron, fue gracias a que sus nuevos líderes eran consecuentemente democráticos, respetuosos de la división de poderes y del Estado de Derecho. Así lo ha definido la canciller alemana Angela Merkel: "Las nuevas democracias europeas nacieron de las ruinas humeantes de las dos guerras; en ellas no hay más lugar para los autoritarios".
Ciertamente, nuestras democracias han pasado desde entonces por otras aflicciones, pero el fantasma de los golpes de Estado fue devuelto a su sarcófago. Sin embargo, cuando hoy decimos que "nos duele Venezuela", lo hacemos desde la convicción de que el curso del actual gobierno del país hermano lo va alejando crecientemente de su originaria legitimidad electoral. Se torna cada día más autoritario, más conculcatorio de las libertades públicas; buena parte de los venezolanos se resiste y entonces aflora la violencia, que cada día produce nuevas víctimas entre la población civil. Lo notable es que el presidente Maduro parece haber optado por la ilusión de fortalecerse militarizando su gobierno: en los diez meses que lleva su mandato, ha nombrado a más de 400 hombres de armas en los más altos cargos. El vicepresidente es militar; los militares dominan el gabinete ministerial, controlan la defensa y la seguridad, la inteligencia y, últimamente, hasta la economía; de 23 gobernadores, 11 son militares, así como muchos alcaldes y embajadores. Los hay a cargo de universidades, de estaciones de radio y canales de TV, y hasta de bancos públicos. Y han impuesto su retórica: el gobierno venezolano hoy sólo habla de guerra, de batallas, de ofensiva, de combates.
Como muchos otros compatriotas, me pregunto: ¿qué hace el actual gobierno argentino ante el drama del pueblo venezolano? El gobierno se ha solidarizado totalmente con su par venezolano, en términos que hacen pensar en que Venezuela estuviera siendo agredida por una potencia extranjera, y no desangrándose porque Maduro no tolera ningún tipo de oposición. Pese a nuestra terrible experiencia de haber vivido los horrores de una dictadura militar siniestra, el gobierno argentino apoya sin cortapisas un proceso de militarización que puede terminar en algo similar. Ningún mensaje contemporizador, ninguna convocatoria a calmar los ánimos.
Un ilustre latinoamericano, el papa Francisco, se acaba de expresar de manera categórica, exigiendo que en Venezuela se restaure la paz y el diálogo, pues el camino del enfrentamiento sólo lleva a la tragedia. Como viene reiterándolo, sólo en el marco de la cultura del encuentro es posible escuchar al otro, debatir sin agravios y llegar al consenso. Eso es lo que debiera pedir el gobierno argentino a su par venezolano, y ése es el mensaje que los argentinos de buena voluntad enviamos a estos queridos hermanos de la nación bolivariana.
© LA NACION
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