Manuscrito. La buena letra de los héroes
Otoño-invierno de 1955. Nunca tuve buena letra, salvo por un corto período en el primer año del colegio secundario. Una de las materias era Caligrafía. El ilustre profesor Berardi fue el que perpetró la feroz hazaña de mejorar el aspecto estético de mi escritura hasta el punto de hacerla legible. Recuerdo que sus alumnos nos ejercitábamos copiando centenares de veces en distintos estilos una frase modelo impuesta por Berardi: una reflexión de gran impacto del poeta y dramaturgo católico Paul Claudel: “La juventud no está hecha para el placer sino para el heroísmo”. Ese pensamiento me hizo antipático al gran escritor. Detrás del “heroísmo”, olía el martirio y la muerte.
Les debo esos recientes recuerdos al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, exalumno del Colegio Nacional de Buenos Aires, como yo, pero muchísimo más joven. Hace unos días, anunció la iniciativa de otorgar una suma de $30.000 a cada alumno del último año del secundario para colaborar con el viaje de egresados de los estudiantes que no habían podido realizarlo por la pandemia y la cuarentena. Fue un segundo, pero renegué de mi pasado. Le habría espetado la magnífica y odiada frase de Claudel.
El mandatario bonaerense dio razones no sólo educativas sino económicas (estímulo al turismo) para su cebo. Por cierto, no mencionó la palabra “comicios”. Habría sido demasiado directo, hasta para él. Esos 30 mil pesos, esos 30 denarios, llegarían en momento oportuno, antes de las elecciones del 14 de noviembre, es decir, cuando esa legión de jóvenes vote por primera vez.
La medida no es apropiada para muchachos en formación. Nadie ignora, tampoco los adolescentes, las dificultades económicas de la inmensa mayoría de las familias argentinas para mantenerse. En plena crisis, no es sensato ni digno emplear 6000 millones de pesos para enviar de viaje a 220.200 flamantes graduados, en vez de hacerlo en algo de verdad productivo. Aprender a renunciar es madurar. Ese es un modo de educar.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los niños y los estudiantes europeos no fueron a celebrar el fin del ciclo secundario en vacaciones de egresados en los balnearios de Francia, Italia o España; entre otros motivos, porque, a cada paso, encontraban miseria, ruinas, tumbas y mutilados. Los mayores les transmitieron a los menores un mensaje muy claro: sólo se podía emplear el dinero en lo imprescindible. Lo primero, era comer; educarse, trabajar, no pedir más limosna a los extranjeros. La necesidad había hecho que las mujeres se prostituyeran por sus hijos y sus esposos. Hasta llegaron a prostituir a sus pequeños hijos, como cuenta el escritor Curzio Malaparte, porque no podían alimentarlos ni pagarles medicamentos.
Los argentinos nos hemos acostumbrado a no pagar por los errores cometidos. En ese sentido, Cristina Kirchner no es la única a la que se le puede reprochar la búsqueda de impunidad a sus supuestas faltas o delitos; los ciudadanos parecemos incapaces de relacionar los subsidios, la inflación, los aumentos volátiles, con coimas legales por medio de los cuales los gobernantes nos miman y nos seducen para estafarnos mejor. ¿No nos damos cuenta de que la estrechez y el fracaso en que vivimos es el resultado de la procrastinación de las deudas pecuniarias, judiciales y morales?
Somos como niños que, sin saberlo, se entregan por un caramelo. Pero los niños no tienen conciencia de lo que hacen; los adultos, en cambio, tenemos “mala conciencia”. Aceptamos, haciéndonos los distraídos. Esa seducción degradante sólo pasará a ser un recuerdo cuando los “chicos-ciudadanos” no acepten el “caramelo-camelo”. El voto bien asestado puede terminar con la vejación.