Los tesoros que guarda la Academia
El jueves pasado, se realizó el acto de mi incorporación a la Academia Argentina de Letras, y debí pronunciar un discurso que había preparado durante un año. Ese lapso me llevó leer libros sobre los temas que había elegido para desarrollar: los cuatro académicos que me precedieron en el sillón de Sarmiento, mis maestros de civilización y barbarie, la metáfora, la memoria y el cuerpo. Además, resolví leer una buena cantidad de los discursos de incorporación de otros académicos. No lo hice por orden cronológico. A medida que estudiaba un tema, me venían a la mente uno o dos académicos, buscaba sus textos en el sitio de la Academia en la red, los imprimía y los leía. Encontré en ese verdadero tesoro algunas frases o pasajes que voy a compartir con mis eventuales lectores.
Marco Denevi, que dedicó su discurso a Osvaldo Loudet, dijo: "En manos de niño pusieron mis padres el billete de un viaje que desde entonces no ha cesado y que se renueva cada día: el de la buena lectura".
Y, más adelante, en el mismo texto, encontré lo siguiente: "A menudo la sociedad va más lejos que la estadística y ve en el creador a un transgresor. Por lo general no se equivoca. Cualquiera que sea la ley que el artista transgreda es siempre una de las que fundan la paz del llamado 'orden social'".
Como yo planeaba hacer una exposición distinta de las habituales, lo que hoy se llamaría una performance, releí el magnífico discurso de Isidoro Blaisten La solemnidad destruida. Me alegro de haber estado presente el día que la leyó. Acá va la cita: "Mi humilde teoría consiste en afirmar que, entre otras cosas, la literatura es solemnidad destruida". Y aclara ese concepto de este modo: "Cada lector podrá haber su propia selección, pero es indudable que Borges, Roberto Arlt, Marechal, Silvina Ocampo, Cortázar, Bioy o Denevi se han abocado a una destrucción. Se han propuesto destruir lo solemne".
Va más allá: "Pero la solemnidad nunca es inocente. Ataca y se defiende, y forma un sistema defensivo amparándose en esa parodia de la ética que es 'lo políticamente correcto'".
Esa estupenda y lúcida definición de lo "políticamente correcto" me hizo recordar una de las máximas de François de La Rochefoucauld: "La hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud".
Victoria Ocampo fue la primera mujer académica. Le propusieron esa distinción dos veces. La primera, la desechó porque se preguntaba, y les preguntaba a los académicos que la visitaron, de qué serviría a esa altura de su vida un homenaje de ese tipo: de nada. La segunda la convenció su amigo André Malraux. En su momento, a él, la Académie Française le había propuesto sumarse a sus filas. Malraux se negó. Por eso, cuando él le insistió a ella para que aceptara un título semejante en la Argentina, Victoria le respondió que él no tenía ningún derecho a presionarla porque había rechazado una distinción equivalente en la Académie Française. Malraux la persuadió con un argumento irrefutable: era la única mujer argentina a la que los académicos australes, en su mayoría de mentalidad machista (seguramente no habrá usado ese adjetivo), no podían rechazar. Si ella se negaba, el nombramiento de una mujer en la Academia Argentina de Letras se iba a demorar mucho en el país.
Cuando Victoria ingresó en 1977 en el Palacio Errázuriz, la Académie Française todavía no contaba con una mujer bajo la ilustre Cúpula.
La cita de la autora de La rama de Salzburgo es la siguiente: "Cuando los seres humanos son realmente personas, el reconocimiento o el desconocimiento no los cambia. A Gabriela Mistral, nacida en el Valle de Elqui, con cincuenta por ciento de sangre india, no la cambió el Premio Nobel".
A Victoria tampoco la cambió la designación de académica. Murió en 1979.