Los ojos de la obra de arte
Algún lector con buena memoria recordará seguramente un pasaje de Paralelismos y paradojas, el libro de conversaciones con Edward Said, en el que Daniel Barenboim hace una consideración sobre arte, historia y eternidad. "Creo que todas y cada una de las grandes obras de arte del pasado tienen dos caras: una hacia su propio tiempo y otra hacia la eternidad [...] El derecho de pernada en Las bodas de Fígaro, de Mozart, está totalmente unido a su tiempo, pero existen también aspectos intemporales que deben ser entendidos con un sentido de novedad".
La frase es llamativa por varias razones. La primera es su origen. Encontramos la formulación casi con las mismas palabras (pero ese "casi" lo es todo) en Cherubinischer Wandersmann (1674) (Peregrino querubínico), de Angelus Silesius, poeta religioso del barroco alemán. En el libro III, anota Angelus Silesius en una de las máximas: "Zwey Augen hat die Seel: eins schauet in die Zeit/ Das andre richtet sich hin in die Ewigkeit" (El alma tiene dos ojos: uno mira al tiempo, el otro está vuelto a la eternidad).
Pero Angelus Silesius, por su parte, recuperaba esa doble mirada que estaba ya mucho antes en Johannes Tauler, y después de él también en la discutible Theologia Deutsch (Teología germánica) de fines del siglo XIV, cuyo capítulo séptimo lleva por largo título "De los dos ojos espirituales con los que el hombre ve la eternidad y el tiempo, y cómo uno es obstaculizado por el otro".
Volvamos ahora a Barenboim. El Maestro, al tanto de la referencia o ignorándola -eso no lo sabemos ni importa- sitúa la obra de arte en el lugar del alma y del espíritu. Said, un intelectual moderno después de todo, no se queda satisfecho con la frase, como tampoco lo habría estado con la máxima del místico alemán, y entonces no se contiene y repregunta: "¿Por qué intemporal?". Barenboim responde: "Intemporal en el sentido de que no está limitado por su época. Siempre es contemporáneo".
Si no entendiendo mal, la obra de arte necesita de esas dos dimensiones que, a diferencia de lo que sugiere la Teología dogmática, no se obstruyen recíprocamente. La obra de arte que mira únicamente a su tiempo se muere muy rápidamente; la que quiere habitar ya mismo en la eternidad, arrebatada como una carne, no se dirige a nadie. Es una conclusión sensata y de vuelo un poco rasante.
Por eso, si tampoco entiendo mal, cuando habla de "obra de arte", Barenboim piensa sobre todo en la música, y la música tiene un modo de existencia singular: mientras dura, es ese lugar que queda a salvo de la muerte: es una eternidad destinada a extinguirse en el tiempo, que es lo que la constituye. En este caso, el de la música, el tiempo y la eternidad serían partícipes necesarios.
Sin embargo, hay todavía otra posibilidad, más cercana a las intenciones de Angelus Silesius.
Desde el momento en que la obra de arte ocupa el lugar del alma, el estrabismo se revela como un estado provisional. La eternidad, que por definición niega el tiempo, necesita de él para insinuarse.
La obra de arte nos lleva así del signo (que es ella misma, pasajera, temporal) a lo significado. Su materialidad, que desde luego es temporal, contiene la eternidad, que es siempre contemporánea porque nada puede erosionarla. La obra de arte podría entenderse, para decirlo con San Buenaventura, como un "vestigio", algo sin materia que podemos percibir con los sentidos en la obra.
No estoy seguro de que el Maestro Barenboim apruebe esta especulación idealista, sin duda apresurada, inconsistente. Pero, en cualquier caso, los pensamientos tienen el poderío de decir lo que no quiso necesariamente ser dicho; también la mala educación de no obedecer a quien se le ocurrió pensarlos.