Lectores, esos cazadores furtivos
En circunstancias normales (propias de la normalidad anterior a la actual pandemia, claro) por estos días estaríamos celebrando y visitando la Feria del Libro. Lenguas maliciosas del ambiente suelen murmurar que el encuentro tiene más de feria que de literatura (atracciones musicales, venta de comida y objetos diversos, apariciones de "famosos" que se prodigan en autógrafos, firmas de ejemplares y selfies), pero lo cierto es que con la cancelación de las ferias literarias en general ha quedado suspendido un modo peculiar de aproximación al libro, que nada tiene que ver con la lectura individual en la intimidad de la biblioteca hogareña o aun de la biblioteca pública, y muy poco con la forma de hojear y de ojear que facilitan las librerías. De pie en pasillos bulliciosos y atestados de gente, saltando de un puesto a otro o sentados en alguna de las tantas salas donde simultáneamente se presentan y leen obras, en esas ceremonias colectivas de la página impresa tributamos un módico homenaje, acaso sin saberlo, a formas de lectura ancestrales.
Vale la pena, en estos días de reclusión forzada, repasar el exhaustivo trabajo publicado desde hace ya más de veinte años bajo la dirección de dos eruditos en la materia, Guglielmo Cavallo y Roger Chartier: Historia de la lectura en el mundo occidental (Taurus). "Los lectores son viajeros, circulan por tierras ajenas, nómadas dedicados a la caza furtiva en campos que no han escrito, arrebatando los bienes de Egipto para gozar de ellos", citan ambos especialistas a Michel de Certeau no bien comienzan la introducción de su libro. Las distintas modalidades que esa "cacería" intelectual ha ido adoptando desde la Antigüedad clásica según las épocas, los cambios culturales y tecnológicos, son el tema de esta investigación que reúne múltiples voces de historiadores, a partir de al menos una premisa para destacar: el texto solo existe porque hay un lector para conferirle significado.
Lo que más importa a estos detectives del pasado es rescatar aquellas formas de lectura centrales en su momento, pero hoy perimidas o relegadas a un segundo plano, como la lectura en voz alta, transmisora de un mensaje de otro modo indescifrable para la mayoría, pero a la vez creadora de lazo social. "En el mundo clásico, en la Edad Media, y hasta los siglos XVI y XVII, la lectura implícita, pero efectiva, de numerosos textos es una oralización, y sus ?lectores' son los oyentes de una voz lectora. Al estar esa lectura dirigida al oído tanto como a la vista, el texto juega con formas y fórmulas aptas para someter lo escrito a las exigencias propias del ?lucimiento' oral", recuerdan Cavallo y Chartier.
De allí, un viaje a la Grecia clásica, donde la escritura era una herramienta para dar materialidad al texto y de esa manera conservarlo, hasta las primeras diferencias entre los libros destinados principalmente a fijar y conservar los textos y aquellos destinados a la lectura. Lecturas que entonces no eran de "entretenimiento" ni mucho menos de "evasión", sino referidas a la práctica de una determinada profesión; así se habrían organizado también las primeras colecciones de libros, entre las cuales los autores destacan las de Eurípides y las de Aristóteles.
Hoy, circunstancialmente privados de ferias y otras modalidades gregarias y festivas de la lectura en compañía presencial, nos queda la opción de agruparnos y compartir textos virtualmente, o disfrutar la lectura como placer privado aunque no necesariamente egoísta; un repliegue sobre nosotros mismos que la palabra ajena leída en un libro puede volver más fructífero. Mientras la polis combate la pandemia y nos da la oportunidad de volver a nuestra vida cotidiana (cuando eso finalmente ocurra) si no más sabios -con un poco de suerte- no tan necios.