Las armas de Andrea Camilleri
A los 88 años, Andrea Camilleri fuma sin medida, viaja por Europa, trabaja intensamente en la escritura de sus libros al menos tres horas por día y bebe alcohol sólo a la mañana. Como no ha sido bendecido con los beneficios de la vejez, según dice, ha decidido disfrutar de la vida instalado en una perenne madurez juvenil. "Yo, de la edad avanzada, sólo tengo las desventajas", razonaba hace algún tiempo en una entrevista con el periodista italiano Fabio Fazio. "Porque todos coinciden en que esas ventajas consisten en una suerte de apaciguamiento del espíritu, de desapego de las cosas mundanas, como el sexo y la política. Ahora bien, ¿que a uno ya no le interesa el sexo? ¡Mentira!; ¿que no lo preocupa la política? ¡Yo me agarro cada bronca todas las mañanas!"
En estos días Camilleri es uno de los invitados más importantes del festival Barcelona Negra, dedicado a la novela policial, género que le valió al escritor italiano la popularidad mundial, de la mano de su magistral criatura, el comisario Montalbano, y con el que mantiene una relación vital y luminosa. Cuando Camilleri tenía 18 años y vivía en el campo, quiso portar el arma que su padre guardaba en un cajón de su escritorio, porque creía que eso lo haría sentirse más seguro. Su padre le pidió que trajera el revólver y que fuera a buscar al burro que pastaba por allí. Cerca ya del animal, su padre le ordenó que le disparara. El joven Andrea se negó, consternado: no había motivo para matar a un pobre burro que no le había hecho nada. "Ah, no hijo mío, el revólver se lleva para disparar", obtuvo por respuesta. "Por eso yo no lo porto, lo tengo en casa. Si sacas un revólver y no eres capaz de disparar, te lo hacen comer". Camilleri cuenta que, sin saberlo, su padre le había dado en ese momento el final de su primera novela.
Por sus colegas, contemporáneos o no, el escritor siente simpatías y antipatías que expresa con sinceridad despreocupada y una frescura que no se deja marchitar por el antídoto de la corrección política. Se sabe, por ejemplo, que no le gustan nada las novelas de Agatha Christie, pero no teme meterse en problemas haciendo extensivo su desagrado a la obra de toda mujer que escriba relatos policiales: "Son una caterva infinita que se multiplica, y resultan pésimas. Traman delitos sutilísimos pero no los saben contar, los cuentan mal". La excepción es Patricia Highsmith: "Ella me parece extraordinaria. La leo con miedo a veces porque en sus libros está siempre presente esa sensación de amenaza que uno no sabe bien de dónde proviene; acaso sea de una coma bien puesta". En cambio, le inspiran cariño Georges Simenon y su inspector Maigret. "Hay mucho en común entre Montalbano y Maigret. Los dos tienen una naturaleza gatuna. El gato puede estar concentradísimo en una cosa, pero de pronto pasa una mariposa y se pierde detrás de ella". Y en la sonrisa de Camilleri se advierte que esa naturaleza también lo toca.