La pícara sonrisa de Alvarez
Me propongo relatar a continuación un episodio ocurrido muchas décadas atrás, y alude a un maestro que se alejó hace pocas semanas: el arquitecto Mario Roberto Alvarez, titular de uno de los estudios de arquitectura más longevos del país, conducidos por su fundador.
Su obstinación, atribuida por él a los ancestros vascos de su rama materna, fue un rasgo permanente de su personalidad. A propósito de esto viene a mi memoria un momento en el que, como ocurriera en otras ocasiones, no estuve de acuerdo con él.
Estaba en su etapa final la torre de oficinas que proyectó para un banco multinacional, al 500 de la avenida Alem. Por una decisión del proyectista, se interrumpió, a lo ancho del terreno en el que se erigió la torre, la recova que caracteriza la vereda de esa arteria (y su equivalente Sur, Paseo Colón) que mira al Este. Y que era, dicho sea de paso, la línea que marcaba el borde de la ciudad frente al Río de la Plata.
Empezó entonces una enconada controversia que tuvo su centro en este diario. Que, por otra parte, está situado justo frente al edificio de marras, del otro lado de la plaza Colón.
Un actor protagónico de este debate fue el arquitecto Eduardo Sacriste, quien utilizaba la sección Cartas de lectores para argumentar a favor de la continuidad del paseo cubierto conocido entre nosotros como la recova. Yo adhería a la postura de Sacriste (otro inolvidable maestro), porque la recova no sólo es un espacio público a respetar sino que en este caso caracteriza, además, a un sector de la ciudad.
Fiel a esa tozudez vasca que era su marca de fábrica, Mario no daba el brazo a torcer. Pero al final, para no demorar más la habilitación de un edificio que totaliza miles de metros cuadrados, se hizo una austera y pulcramente modulada estructura de hormigón armado.
Como de algún modo yo había sido uno de los defensores de la recova, le mandé a MRA una esquela (no había mails en ese tiempo) en la que lo felicitaba porque, a mi parecer, ese primer plano era un aporte positivo para la visión de la torre, al tiempo que creaba un espacio de transición entre el vértigo de la avenida y la serenidad del jardín con una fuente que precedía al banco.
Lo fui a ver al viejo estudio de la calle Solís, y no puedo olvidar un gesto que definía lo que traté de expresar en las primeras líneas de este texto.
En ese bello rostro, coronado por una alta frente, la línea horizontal de la boca no se modificó un milímetro mientras yo reiteraba mis plácemes por un proyecto que se enriquecía con el último acorde de esa partitura.
Entonces, aquel firme y empecinado trazo horizontal dibujó en sus extremos dos pequeñas curvas ascendentes. Algo que parecía decir: "Puede ser, pero?."
Son muchos los que aseguran que el espíritu de los que han partido permanece durante un tiempo entre nosotros. Si así fuera, estoy seguro de que los labios del arquitecto Mario Roberto Alvarez tienen ahora la misma sonrisa asordinada y pícara.
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