La pandemia y sus metáforas
Las epidemias nos aterrorizan y nos fascinan. Lo sabemos todos y lo subraya en su prólogo Dread. How Fear and Fantasy Have Fueled Epidemics from the Black Death to Avian Flu (Pavor. Cómo el miedo y la fantasía motorizan las epidemias, desde la peste negra a la gripe aviar, Public Affairs, 2009), del autor norteamericano Philip Alcabes, que dedica un trabajo bien documentado a analizar la historia y las múltiples connotaciones de varias de ellas.
Basta con advertir la vasta producción académica y artística que inspiran. Hay cientos de libros y ensayos dedicados a explorar su desarrollo o recrear su impacto. Y todas estas obras no solo se refieren a las pasadas, como la peste negra del siglo XIV; la fiebre amarilla, que a mediados del siglo XIX transformó para siempre la fisonomía de Buenos Aires; la de gripe de 1918; la de polio de mediados del siglo XX, o la de VIH-sida y SARS, muy recientes e incluso todavía vigentes. Otros tantos anticipan las que podrían ocurrir en el futuro, como la premonitoria ficción científica Biovigilados, de Roxana Tabakman. Incluso les endilgamos el nombre de pandemia a muchos cuadros que no se transmiten por agentes infecciosos, como la obesidad, el autismo, el déficit de atención, la hiperactividad, la ansiedad, el uso de opioides, la adicción a los jueguitos de internet... En la larga lista de los que cayeron bajo el influjo de esta atracción figuran autores célebres, como Daniel Defoe, que le dedicó su Diario del año de la peste, Camus (La peste) o Michael Crichton (La amenaza de Andrómeda), entre tantos otros. También fueron tema de series y films, como The Hot Zone, Contagio, Virus, Doce Monos...
Lo interesante de todas ellas es que, como otros relatos, conjugan metáforas y mensajes que sacan a la luz los más profundos abismos del imaginario social. Los brotes de cólera de mediados del siglo XIX se atribuían a los inmigrantes irlandeses en Inglaterra, y en San Francisco y Los Ángeles se les achacaba la plaga a los inmigrantes chinos y mexicanos, del mismo modo que las epidemias de enfermedades venéreas se les endilgaron históricamente a las mujeres "fáciles".
Por otra parte, la vida no carece de riesgos y esta sensación de vulnerabilidad no necesita de germen o enfermedad que la propague. "La retórica del riesgo y el peligro son suficientes para echar a andar los engranajes de una epidemia", afirma Alcabes.
El miedo y el pavor son la verdadera respuesta a por qué estos fenómenos, que no reconocen nacionalidad, clase social, grupo o género capturan nuestra imaginación. Tememos a la muerte y es lógico que su recuento en vivo y en directo por todos los medios de comunicación nos aterre. Pero hay algo a lo que le tememos tanto o más y es a la posibilidad de que se desarme este castillo de cristal que reconocemos como la sociedad en que vivimos.
Por eso, las epidemias no solo son un evento biológico, causado por una disrupción microbiana en el ecosistema de las poblaciones humanas, sino una crisis social, y un tejido de historias que nos ayudan a darle sentido a lo que estamos viviendo.
Esta búsqueda de comprensión nos lleva al uso excesivo de metáforas bélicas que no solo nos atemorizan, sino que además nos llevan a desconfiar de todos o a comprar a destajo lo que venga. Muchas veces, esas conductas puestas en práctica para protegernos y cuidar a los más cercanos nos llevan a no darnos cuenta de que estamos pasando por alto otras mucho más efectivas.
"La historia de las epidemias cambia al ritmo de la sociedad", dice Alcabes. También cambia la sociedad que las padece. La causada por este coronavirus surgió inesperadamente, pero su huella será duradera. No seremos los mismos después de que la hayamos doblegado. Porque sí que lo haremos, no cabe duda.