La otra lección de Londres
Son muchos los ejemplos positivos que han dejado los Juegos Olímpicos de Londres. Entre otras cosas, las enseñanzas pasan por el cálido y sereno comportamiento del público, que acompañó de modo singular todas las manifestaciones deportivas, tanto en el interior de formidables recintos arquitectónicos como en los hermosos exteriores de la capital de Gran Bretaña. Y es en este último punto donde quiero detenerme para proponer algunas reflexiones que quizá resulten útiles para el debate sobre las ideas de preservación y sobre la estéril antinomia entre las nociones de tradición y modernidad.
Porque entre las numerosas y bellas imágenes urbanas que acompañaban las competencias realizadas en las calles o en los parques se podía observar un armonioso paisaje ciudadano. Y ese panorama solía ofrecer casi siempre algún ejemplo de arquitectura contemporánea en diálogo con un conjunto de construcciones históricas.
Incluso en el perfil esquemático que utilizaban los organizadores o las señales de TV o las agencias informativas, aparecían en un dibujo la silueta del Big Ben y la catedral de San Pablo junto con el Gherkin (ese edificio de oficinas con forma ovoidal que fue bautizado "el pepinillo") y el Ojo de Londres, una construcción muy alta que alberga un mecanismo que mueve una serie de cabinas transparentes para regocijar a los turistas con una visión completa de Londres desde las alturas. Esos perfiles actuales se sitúan en la misma vista donde está el clásico London Bridge, sin que nadie haya puesto "el grito en el cielo" londinense. Que yo sepa, por lo menos.
Años atrás, en un comentario crítico publicado en este diario, fui áspero al juzgar el Gherkin, levantado en un distrito histórico de la ciudad, nada menos que la City of London. Más tarde pude ver más de cerca aquella construcción en varios films, entre ellos Match Point, de Woody Allen, y atemperé mi opinión. Pero cuando estuve en Londres y la directora de planificación urbana, arquitecta Maureen Joyce, me llevó a recorrer el barrio histórico de la ciudad, al ver aparecer el Gherkin en el paisaje tuve que admitir el estupendo logro del arquitecto Norman Foster y el acierto de su gesto futurible ante aquella rara integración de la escala y la forma que coloca a su obra en diálogo singular con la cúpula de San Pablo.
Un joven y talentoso amigo, Gonzalo Molla Villanueva, trabaja desde hace años en el mundo de la construcción y los negocios inmobiliarios de Londres. En uno de sus viajes a nuestra ciudad, me contó cómo lo habían obligado a cortar piso y medio en uno de los extremos del edificio que se aprestaba a iniciar en el barrio de Islington. El recorte se debió a la denuncia de un vecino, que objetaba que la construcción le quitaría el sol durante buena parte del año. Y Gonzalo, en lugar de protestar, se avino a suprimir una parte del proyecto; también tuvo que aceptar la eliminación de cocheras, para que los usuarios de su edificio caminaran hasta un garaje próximo.
Utilizo este ejemplo cercano en el tiempo para dejar en claro que el London Council no aprueba cualquier proyecto, que no "vale todo" y que no se descuida el fascinante patrimonio arquitectónico y urbano de esa ciudad.
Hace dos años, en Bérgamo, Italia, se realizó un encuentro de tres jornadas al que asistí como ponente. Lo organizaba la Associazione Nazionale di Centri Storici e Artistiche (Ansca), institución italiana que trabaja a escala mundial en la investigación, asesoramiento y análisis de casos complejos de restauración y renovación en arquitectura y urbanismo.
Me quedaron, de aquellos tres intensos días de trabajo, algunas manifestaciones del arquitecto Bruno Gabrielli, profesor emérito de Urbanística en la Universidad de Génova. Con la serena y firme modalidad de los maestros, sentenció: "No hay conservación sin renovación. La historicidad es inseparable de la contemporaneidad". Y añadió, como colofón, que "el tejido histórico y su lenguaje también se renuevan cuando las demandas de la sociedad buscan expresarse".
Estas ideas quedaron ratificadas en las vistas que recibimos de Londres durante estos días. Del mismo modo en que durante las cautivantes fiestas de apertura y de cierre se alternaban música y bailes actuales con austeros coros y música clásica, en las imágenes callejeras se vieron, en un diálogo casi siempre armonioso, arquitecturas de rasgos seculares cerca de brillantes volúmenes de cristal.
Los dichos del profesor Gabrielli fueron materializados y se divulgaron gracias a esta otra lección práctica impartida como dato colateral de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Y es del caso agradecerla. © La Nacion