La gata narcisista de Freud
El domingo 2 de febrero de 1913, Lou Andreas Salomé escribe en su diario sobre la gata narcisista de Sigmund Freud. Había pasado la tarde conversando con el creador del psicoanálisis y él le había confiado la irrupción del pequeño felino en su consultorio vienés y el respeto que le inspiraba esa suerte de egoísmo que ostentaba la gata, que sin hacer demostraciones de cariño se había ganado un lugar nada menos que en su casa. Esa misma tarde, Freud le contó a Lou que con el tiempo la gata sucumbió a una neumonía, "sin dejar tras de sí más que el símbolo, plácido y juguetón, del más auténtico egoísmo".
Lou Andreas Salomé vivió una época en la que la cultura del mundo estaba cambiando, y no le costó mucho establecer relaciones cercanas con los principales artífices de esas transformaciones. Friedrich Nietzsche le propuso casamiento cuando ella tenía apenas 20 años. Rainer Maria Rilke, el poeta que deslumbró a Heidegger, fue su amante, y Víctor Tausk, psicoanalista del círculo de Freud, le confió sus más preciados secretos antes de suicidarse. Recordemos que Lou Salomé había nacido en Rusia en 1867, y murió cuando los nazis ya estaban en el poder, en 1936. "El mundo entero –escribió– estaba en erupción. El espíritu de la revolución lo impregnaba todo. El arte, la ciencia, la filosofía, la política, la moral. Todo era debatido, cuestionado. Fue un verdadero privilegio haber vivido en ese tiempo."
Mario Diament, en Por amor a Lou, su última obra, indaga en distintas facetas de la personalidad de Lou Andreas Salomé. Compone una obra en la que se escuchan diversas voces. Y lo hace con sensibilidad, equilibrio y talento para hilar fino en zonas oscuras o, al menos, enigmáticas. ¿Por qué Lou convivió con su marido más de cuarenta años sin haber tenido relaciones sexuales con él? En una de las escenas más logradas de la obra, Carl Friedrich Andreas se lo recrimina con violencia. Lou se permitía tener vínculos eróticos con varios amantes, pero no aceptaba que su esposo se acercara a ella. ¿Habrá sido así? Nadie puede saberlo con precisión. Y tampoco es importante. Lo que no deseaba Lou era convertirse en una de las mujeres que Ibsen describía en sus textos, como Nora en Casa de muñecas, o la señora Alving en Espectros. Lou anhelaba cierta libertad y, vaya a saber por qué motivo, pensaba que la sexualidad matrimonial era una especie de condena. Diament, lejos de cerrar el enigma, lo deja abierto. Lo mismo hizo en La banalidad del amor, una de sus mejores obras, en la que indagó en la relación de Heidegger y Hanna Arendt. Allí las preguntas son más angustiantes: ¿cómo fue posible que el mayor filósofo del siglo pasado cayera fascinado en las redes del nazismo? Y algo más: ¿cómo una intelectual judía de la talla de Arendt lo amó casi toda la vida?
Diament, como dramaturgo e intelectual, sabe que las leyes del amor no se rigen por la lógica. O mejor: tienen otra lógica. De cualquier forma, ese momento de la historia en el que habitaron, casi en los mismos años, Chejov, Strindberg, Benjamin, Freud, Nietzsche, Kafka y Wittgenstein, entre tantos otros, fue tan luminoso y provocativo que despertó el odio de los enemigos de la cultura y la libertad con tanta fuerza que se abrió paso el nazismo para oscurecerlo todo y convertir el mundo en lo más parecido al infierno.
Hemos visto alguna foto de Freud con un perro. De la gata no sabíamos nada. Pero en esa misma invernal tarde de febrero, en Viena, Freud le contó a Lou Andreas Salomé las razones de por qué se había dedicado tan plenamente al psicoanálisis. Y volvió a hablar de la gata narcisista. Y le dijo que el felino se había ganado un lugar porque sus movimientos nunca habían atentado contra su colección de antigüedades. Como se ve, en la vida todo es cuestión de cuidado.
De la obra de Mario Diament, se desprende que Lou Andreas Salomé, a su manera, quiso cuidar de los otros. Quiso hacer de su propia vida una obra de arte. Quizá no pudo mirar lo mínimo, lo que estaba al lado, lo insignificante. Como Freud miró a su gata.
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