La cuestión no es despenalizar
Mientras estaba en las villas, hace un par de años, los periodistas me pedían mi opinión acerca de la despenalización del consumo de drogas. Les comentaba que me parecía que se trataba simplemente de la última página de un libro y que primero había que tratar de llenar las páginas anteriores con la búsqueda de una sociedad más equitativa, para que los jóvenes más pobres y marginales fueran accediendo al sistema y pudieran ejercer su supuesta libertad de elección.
En la actualidad, vemos que desde posturas científicas serias, que trabajan a partir de las evidencias, se afirma una posición favorable y otra contraria a la despenalización. La realidad es que no podemos mirar el ejemplo de Portugal -que despenalizó el consumo personal hace más de diez años- y su camino de reducción de la demanda y compararlo sin más con realidades tan comunes en la Argentina como las que se viven en las villas de emergencia, partidos del conurbano bonaerense como La Matanza o el monte santiagueño, por ejemplo. Sería un despropósito y no deja de ser un argumento falaz.
En charlas con peritos de diferentes países, he constatado que ni la guerra contra las drogas ni la legalización de ellas responden o dan una solución y, menos, a los sectores más empobrecidos. Aun países desarrollados están todavía en un tiempo de análisis y búsqueda.
Las posturas científicas, como también cualquier otro análisis, deben tener en cuenta a los más pobres: tanto en su opinión como en el impacto en ellos de las medidas diseñadas. Allí está el verdadero progresismo social.
En este debate en el que sólo participa una pequeña parte de la nación no puedo dejar de tener presente los ojos de los niños y jóvenes de las villas de emergencia, parte de esta Argentina profunda donde viví tantos años de mi vida.
En esas discusiones escucho hablar sobre "la libertad de elección del consumidor" y en ese preciso momento vienen a mi mente las historias de tantos jóvenes de la villa "excluidos" de la sociedad. Ellos, por supuesto, no conocen el "uso recreativo de las drogas", porque no tienen las posibilidades de una vida acomodada o de inclusión.
Más bien tendríamos que preguntarnos si en ese contexto de pobreza y marginalidad en el que viven los niños y jóvenes en villas y barriadas pobres se puede hablar de libertad de elección en el consumidor. Habría que preguntarse si no estamos agregando a la vida de estos hermanos más pobres un problema que después no vamos a ayudar a resolver.
En la Argentina, lo que quizás es recreativo para un joven de clase media o alta se torna fatal en los ambientes pobres y marginales. Es necesario comprender que la vulnerabilidad social aumenta cuando no hay oportunidades de inclusión real; y que, a mayor vulnerabilidad, la brecha entre el consumo recreativo y el consumo problemático se acorta dramáticamente. El joven pobre no tiene de dónde asirse, porque vive la fragilidad en lo escolar, en lo laboral y lo sanitario; en consecuencia, un simple consumo de porro tiende a arraigarse más rápido y con mayor fuerza.
Es necesario que antes de hablar de despenalizar se implemente un programa preventivo en las escuelas, que existan centros barriales -como el Hogar de Cristo, presente en las villas 21, 31 y 1-11-14 de Buenos Aires-, y proyectos de inclusión en salud, trabajo y vivienda.
Creo fervientemente que no se debe criminalizar al adicto. Junto a mis compañeros sacerdotes villeros tenemos una vida comprometida en esta causa que nos avala. Son miles los adolescentes y jóvenes que han pasado por nuestros programas de prevención y recuperación en la villa 21; cada uno con sus ilusiones, sus metas por alcanzar en la vida en un medio tan adverso. Hemos conocido a muchísimos chicos adictos que luchan por estar bien, por superar la adicción que les impide experimentar la paz y la felicidad. Hay quienes recaen y se vuelven a levantar por esa luz de esperanza que guardan en su corazón. También hemos acompañado a otros en el duro momento de la privación de la libertad porque cometieron algún delito bajo los efectos de la droga, y hemos despedido con tristeza, en el cementerio de Flores, los restos de muchos que murieron por la droga.
El Estado tiene una deuda social muy grande con estos chicos que padecen estado de abandono en la calle, tuberculosis y sida, desamparo escolar y, sin embargo, pueden acceder a las armas y a la droga con una facilidad extraordinaria.
Coincidimos con los que afirman que la adicción es una enfermedad.
Este planteo ayuda a ubicar al adicto en un lugar más justo y a no criminalizarlo. Esta mirada positiva tiene, sin embargo, un largo camino de ejecución para que los adictos más pobres puedan acceder al sistema sanitario, que, además, está colapsado y no se encuentra preparado para desintoxicarlos y asistirlos.
Si alcanzara con un tratamiento convencional, bastaría con que el Estado otorgara mayor cantidad de becas para internación. Pero el desafío que el paco nos presenta nos obliga a ser mucho más creativos y a entender que este proceso de inclusión llevará muchos años.
Qué decir de los changuitos que en los pueblos del interior no cuentan con servicios médicos básicos, como psiquiatras y psicólogos, y deben trasladarse a la ciudad capital para ser atendidos aun cuando allí tampoco existen lugares a los que los profesionales puedan derivarlos.
Desde el año pasado he recorrido muchas ciudades de la provincia de Santiago del Estero, donde vivo actualmente. He sido invitado por intendencias, consejos deliberantes, escuelas y diferentes organismos no gubernamentales para dar charlas sobre mi experiencia en la villa de Barracas y he visto que padres, docentes y autoridades tienen la misma preocupación: qué hacer ante la dura realidad de que en sus pagos hay adolescentes que se drogan.
Miran la marihuana, o cualquier otra droga, como una novedosa propuesta negativa para la vida. Frente a esta "novedad" y buscando caminos de superación, quedan azorados cuando ven por los medios televisivos que en Buenos Aires se hacen marchas y se discute la despenalización del consumo de drogas.
Les parece un debate de otro país. Quizá querrían decir algo; pero este tema no se abrió para charlarlo en las escuelas ni se profundizó en el interior de nuestra patria. A veces los habitantes de las megaciudades creen representar a toda la Argentina en sus debates, pero debemos darnos cuenta de que, por su gran riqueza regional e histórico-cultural, nuestro país es mucho más grande que nuestras ideas.
¿Alguna vez nos animaremos a cotejar nuestras opiniones con todos los argentinos convencidos de que la opinión del otro puede aportar algo de verdad, y sin pensar que todo diálogo es un Boca-River?
En fin, lo más urgente es ocuparnos como sociedad de los primeros capítulos de ese libro imaginario, en los que todos podemos aportar algo positivo para disminuir la brecha social entre jóvenes que tienen al alcance de su mano lo suficiente para una vida digna y otros que están sumergidos en la más cruel marginalidad.
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