La cantidad de información nunca será suficiente
El arribo de 2012 nos ha traído el 190 aniversario del año en que Charles Babbage presentó un modelo de su calculadora o "máquina diferencial", transformándose en contendiente al título de padre de la computadora. Buen momento para considerar el supuesto exceso de información que, según muchos, amenaza con sepultarnos.
¿Cómo considerar excesiva la cantidad de información que nos rodea, si cuando se busca un dato contenido en el alud, la primera oferta de respuestas aparece en la pantalla en una fracción de segundo? En su libro La información , James Gleick recuerda cuando el teléfono era tan nuevo que todavía no se había inventado el concepto de número telefónico. En Lowell, Massachusetts, había 200 personas que ya tenían teléfono en 1879; para poder pasar las llamadas, los cuatro operadores del conmutador del pueblo tenían que gritarse unos a otros los nombres de quienes se querían comunicar.
Doscientas identidades -doscientos datos- y ya el volumen de lo que había que recordar estaba al borde de exceder las posibilidades de manejarlos. Pero entonces, a un tal Moses Greeley Parker se le ocurrió la idea del número telefónico y, como corolario, la de la guía telefónica. Repentinamente, ya no había ningún exceso de datos; había un sistema que iba a permitir agregar miles de millones de teléfonos más sin apabullar a nadie. Gleick narra la anécdota con otro fin, pero acá se la puede usar para ejemplificar el hecho de que no es la cantidad de datos, en sí misma, la que hace que la información sea demasiada o no, sino la existencia, o la falta, de métodos para manejarla.
Sin embargo, son insistentes las voces que hablan del incremento de información calificándola de calamidad, como "avalancha" o "imparable marea". Alvin Toffler se refirió a "sobrecarga" informativa ya hace más de cuarenta años, en 1970.
A veces, si se indaga por qué una determinada persona experimenta un sofoco por la cantidad de información que le llega, se descubre que se basa en que siente que su vista es asaltada por demasiados avisos en la avenida Lugones, o que la televisión la bombardea con mucha más información sobre ciertas figuras de la farándula que la que debería ser de interés. Pero no le molesta la "explosión" informativa si, por ejemplo, intenta recordar la letra de una canción de la cual no sabe ya ni el título, y escribe en la computadora un fragmento cualquiera para, en segundos, encontrarla completa. No hay que detener esta clase de cambio sino hallar formas, sociales e individuales, de encauzarlo y manejarlo.
No todos los datos que se le acercan al usuario son fidedignos, claro. Los que se bajan de Internet deben ser corroborados. Así y todo, un aspecto llamativo de Wikipedia, gran recopilador de información, es el evidente esfuerzo por ser minucioso y por prestar oídos a todas las campanas.
Lejos de haber una "inundación" de datos, hay muchísimos que todavía falta difundir masivamente. Por ejemplo, se van a subir a la Web los textos completos de decenas de millones de libros de dominio público, y leerlos será técnicamente más fácil.
El peligro no es que nos asfixien los datos. Es que se frene su ritmo al extinguirse la actual generación de entusiastas que, encantados con el chiche nuevo que todavía es la Web, generosa y desinteresadamente han subido tanta información que nos es útil. © La Nacion
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