Jineateadas por TV: ¿El fin de una tradición?
Algunos la defienden en nombre de la tradición, pero otros la fulminan en beneficio de nuestras víctimas, los animales
Los argentinos del montón, espectadores de la tele, compradores de diarios y devoradores de milanesas, vivimos por lo general en grandes ciudades como Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Somos la famosa "clase media urbana" que constituye más de la mitad del país.
Estamos muy orgullosos de nuestra nacionalidad, pero no se puede decir que sigamos la "tradición gaucha". No sabemos andar a caballo, ni distinguimos un malacara de un zaino, un pangaré de un gateado. Apenas sabemos tomar mate.
Estamos muy orgullosos de nuestra nacionalidad, pero no se puede decir que sigamos la "tradición gaucha"
Por lo tanto, estamos muy lejos de labores rurales como la doma, la yerra, el arreo, la esquila, el ordeñe. Además, el campo argentino ha cambiado mucho y hoy se ven inmensas extensiones de soja, maíz y sorgo donde antes pacían las vacas y de vez en cuando, en la ruta 2, rumbo a Mar del Plata, nos cruzábamos con un grupo de paisanos bien montados que nos dejaban asombrados:
- ¡Mirá, son gauchos! – exclamaban los niños, mirando por la ventanilla del auto como si estuvieran contemplando el aterrizaje de un plato volador.
En los últimos quince años, se acortó la distancia entre la Argentina rural y la gente de las ciudades, gracias a la televisión. Empezaron a transmitirse en vivo las fiestas ecuestres, que se celebran casi todos los fines de semana en lugares tan distantes como Neuquén y Corrientes, San Luis y Entre Ríos, La Pampa y el Chaco. Jineteadas y domas con un público entusiasta y colorido. Rasguido de guitarras, cuartetas rimadas de payadores, olor a chorizo asado. Y, en primer plano, el jinete. Nos habituamos al show de la jineteada como quien ve un partido de la primera de Boca, el desfile de unas niñas bonitas desde Pinamar o una pelea desde Atlantic City.
En los últimos quince años, se acortó la distancia entre la Argentina rural y la gente de las ciudades, gracias a la televisión
El Festival de Jesús María se ha incorporado al menú de la tele. Mucho nos alegramos, porque es una fuente de trabajo para paisanos y peones, domadores, payadores, criadores de caballos, y una manera de mantener viva la esencia criolla de nuestro país.
Pero… ¡Atención, peligro! La TV ha puesto su lupa sobre la vida del campo argentino, donde los protagonistas son el hombre y el potro. Y sucede que en la teleaudiencia hay millones de personas de toda edad y condición. Entre otros, los simpatizantes de Greenpeace, los enemigos de la crueldad con los animales, los vegetarianos, los veganos, los amantes de las mascotas, los que se horrorizan ante la lidia de toros o la riña de gallos o los pájaros enjaulados.
Lentamente se va levantando un clamor. Observaciones críticas y condenas humanitarias de la jineteada. Algunos la defienden en nombre de la tradición, pero otros la fulminan en beneficio de nuestras víctimas, los animales.
La causa del medio ambiente y el respeto a las "otras" especies que pertenecen a nuestro ecosistema va creciendo. En un futuro próximo no habrá lidia de toros, ni rodeos, ni matanza de focas y ballenas, y tal vez no se consuma la carne de vacas y gallinas, sino sólo brotes de soja, lechuga, tofu, frutas y legumbres. Es posible que esto llegue a suceder, y que nuestros nietos se encuentren en un mundo mejor. Nos preguntamos: si no hay nadie que se dedique a criar vacas, caballos, gallinas y ovejas, entre otras especies virtualmente "inventadas" por el hombre...¿Desaparecerán del planeta estos animales? ¿Quién se ocupará de ellos? ¿Serán ejemplares de zoológico? Imposible: los zoológicos también van a desaparecer, por una cuestión de respeto a los animales. ¿Entonces?
En medio de estos interrogantes, leemos los conceptos de Oscar Scarpati Schmid, domador de caballos de acuerdo con la tradición de la doma india: "¿Es ético aceptar que, para que muchos se diviertan, los caballos deban padecer las reiteradas puñaladas de la espuela, la marca ardiente del rebencazo y la llaga sangrante de la encía, herida por el ceñido bocado de lonja, cuando no de cadena envuelta en trapo? A mí, como domador, me compite defender los derechos de los potros, por eso me repugna que en esos espectáculos, que volvieron a ser noticia recientemente por la muerte de algunos caballos, las más de las veces se premia el horror por el que pasa el noble animal con un fervoroso aplauso".
Nos habituamos al show de la jineteada como quien ve un partido de la primera de Boca, el desfile de unas niñas bonitas desde Pinamar o una pelea desde Atlantic City
Se nos hace un poco increíble que, en las civilizaciones ecuestres (pensamos en Andalucía, en Arabia, en Mongolia, en México, Canadá, Estados Unidos de América, Uruguay, Brasil y por supuesto la Argentina) el hombre se haya metido en el arduo trabajo de "domar a un potro", arriesgándose a porrazos, revolcones, fracturas y caídas que lo pueden dejar muerto o cuadripléjico, por el gusto de complicarse la vida. Según nos explica Scarpati Schmid, hay una diferencia abismal entre la jineteada y el amanse-doma. Esto último sería ayudar, por un proceso educativo y persuasivo, a que los caballos aprendan cosas útiles para el trabajo, el deporte y la equinoterapia.
Tal vez tenga razón este "domador de la escuela india".
Lo que está fuera de toda duda es que los organizadores de rodeos, jineteadas, domas y torneos ecuestres se han metido en un importante berenjenal. Lo que era una fiesta rural, limitada a los pueblos del interior, donde la gente comparte estos usos y costumbres, se ha convertido en un show para todo público, y tal vez ese sea el final de la historia. Ya nos encontramos con algunos lectores de diarios que opinan furiosos contra la jineteada, comparándola con el toreo, y escuchamos mensajes de los radio-oyentes que hablan poco menos que de un holocausto.
Veremos.