Girri, la fuerza de una iluminación
Ética, estética y elegancia de un poeta. El miércoles pasado, María Kodama organizó, en la sede de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, un homenaje al escritor Alberto Girri, en ocasión del centenario de su nacimiento.
Kodama habló muy brevemente de la amistad de Borges y Girri, así como de la que ella mantuvo con este. Destacó que, a pesar de esa amistad y de la admiración que Girri sentía por Borges, no siguió la senda de este.
"Girri tuvo una voz propia, no adoptó la entonación de ningún otro poeta". Después, Kodama cedió la palabra a los panelistas.
"Fue el mejor amigo varón que me dio la vida", dijo la novelista Alina Diaconú. "Lo conocí en la década de 1980, en casa de Marta Lynch. Tuvimos un diálogo de almas. Todos los domingos, nos encontrábamos él, mi marido y yo. Sabía escuchar como nadie. Era una mezcla de dandy y de monje zen. Vivía muy modestamente. Se vestía con una elegancia austera. Detestaba la enfermedad, la muerte, el sentimentalismo. Era muy exigente con la escritura, la propia y la de los demás".
La autora de la novela La rompiente, Reina Roffé, conoció a Girri en la década de 1970. Juan Martini Real, que en esos años era la pareja de Roffé, publicó Los mejores poemas de la poesía argentina, entre los que estaban los de Girri.
Para Roffé, la escritura de su amigo fue una revelación. Los poemas de Girri tenían a menudo la fuerza de una iluminación. La concentración de esas obras derivaba de la descentralización del yo y la neutralidad con que el autor consideraba la poesía y el mundo.
"Girri me convenció de que había que optar por la prosa o la poesía. Según él, no se podía hacer bien las dos cosas", recordó Fernando Sánchez Sorondo.
"Alberto encarnó en su obra lo que decía Hemingway: la literatura debía ser arquitectura y no adorno. El poeta no era un autor, sino un mediador, un 'mudo testigo', y la literatura, una tarea artesanal. La poesía de Girri tendía hacia la metafísica y la mística. 'Decir la palabra y enfrentarse con el objeto que nombra es lo mismo' pensaba".
Quizás el momento más rico de la noche se dio cuando habló Juan José Sebreli, porque se refirió a la prosa narrativa de Girri, al libro de cuentos Misántropo (1953), que comentó para la revista Sur. En ese entonces, Sebreli tenía 23 años.
El ensayista de Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades dijo, refiriéndose a sí mismo: "Cuando encontré este artículo en mi archivo, no me reconocí. Porque hace mucho que yo no escribo de ese modo". Lo curioso es que, en cierto modo, Sebreli adecuó en ese texto su estilo al estilo de Girri, su escritura a la de este.
El crítico establece en esa reseña los fines y requisitos de la narrativa y muestra cómo todos ellos faltan en los cuentos de Girri.
Pero esas carencias eran virtudes porque él buscaba esas ausencias. El ensayista señala que si la prosa es comunicación con el lector los cuentos de Misántropos están escritos en falsa prosa; para Girri, la literatura era una manera de afirmar su propia soledad. Escribía tan cerradamente que no dejaba nada librado al lector. Ante una sociedad, como la argentina, que rechaza la cultura, la reacción de Girri fue encerrarse en el solipsismo y cultivar una misantropía noble y viril: el fracaso asumido se convierte en triunfo.
Ese mundo impenetrable descripto por Sebreli se contrapone a la capacidad de amistad y solidaridad de Girri.
Luis Alberto Vittor, que habló en último término, se ocupó de la correspondencia del poeta con sus artistas amigos, entre ellos Luis Seoane, quizás el que le era más querido. Vittor señaló la variedad de temas, de sentimientos y recuerdos que hay en esas cartas, sin embargo concluyó: "Lo más esencial de esa amistad sucedía fuera de esa correspondencia".