Genet, un sonámbulo en escena
La angustia del sonámbulo consiste en representar una obra que los otros le cuentan al despertar. Durante el episodio de sonambulismo, el sujeto parece dominado por un fantasma que le dicta cada movimiento. El sonámbulo vive un mundo propio y ajeno al mismo tiempo. Desde su zozobra, construye un ritual desgarrador. Sabe que está habitado por otro, pero no puede detenerse. Construye, acaso sin saberlo, una escena de enorme verdad. Es la escena del fantasma. El sonámbulo no tropieza con los muebles de su casa. Parece un actor consumado montando un guión dictado por otro.
Jean Genet es el gran sonámbulo de la historia del teatro. Sus obras más significativas fueron construidas entre los muros de la cárcel. Como es el caso de Las criadas, puesta en escena de manera admirable por Ciro Zorzoli en el Teatro Presidente Alvear, con un elenco encabezado por Marilú Marini, como la señora, y Paola Barrientos y Victoria Almeida en la piel de Solange y de Clara, las criadas. Son ellas las que no pueden dejar de actuar un guión que las conduce a la tragedia.
Madame es un producto del imaginario de las dos criadas. La verdadera señora es, quizá, la anciana que aparece al costado del escenario en una transformación fugaz y perfecta de Marilú Marini. Pero de la misma manera en que los sonámbulos tienen pesadillas reiterativas, Clara y Solange no pueden dejar de repetir un ritual de redención y sacrificio. En ese juego macabro no sólo se pone de manifiesto la fascinación por la muerte; se hace visible también el amor y el odio hacia esa mujer cruel, perversa y seductora que es la dueña de casa. Ella ocupa el lugar del amo. Un amo deseado y temido al mismo tiempo.
En Jean Genet comediante y martir, el libro que Jean Paul Sartre escribió sobre Genet, el filósofo analiza vida y obra de este autor considerado maldito y señalado como ladrón y pederasta. Recordemos que Genet era hijo de padre desconocido y de una prostituta que lo abandonó al año de nacer. Pasó buena parte de su vida en reformatorios y cárceles de Francia. Gracias a la gestión de Pablo Picasso, Jean Cocteau y Sartre, salió de la cárcel y se dedicó a escribir el resto de su vida. Su obra es un intento de construir belleza en el corazón del horror. Lo único que tenía para construir una vida singular era la palabra. Su desafío fue utilizarla en función poética, lo que significa encontrar otro escenario para el lenguaje e intentar una construcción formal.
Su obra está construida de restos y desechos. Pero es allí donde Genet encuentra la belleza. La idea del mal le resulta atractiva. Ya en Severa vigilancia (1946) el problema del mal se impone en un universo carcelario donde tres personajes –Ojos Verdes, Lefranc y Mauricio– compiten entre ellos por ser el mejor delincuente. En El balcón, la vida transcurre en un prostíbulo y desde allí los personajes observan los avatares de una revolución incierta. El crimen, el odio, la sumisión, los celos y la locura son los temas favoritos de este autor inclasificable. Delincuentes, homosexuales, prostitutas y marginados son sus personajes. Los rituales del teatro les dan vida a estas criaturas.
En Las criadas, además, el autor aborda el vértigo de la locura de las relaciones humanas cuando no se han podido forjar individualidades. Clara y Solange no pueden distinguirse una de otra. Están dominadas por un libreto que no controlan. El director Ciro Zorzoli, el mismo de la estupenda Estado de ira, inventa personajes mudos que evitan que nadie salga de escena. De esta forma, Zorzoli no sólo regresa a una de las constantes de su estética, la de poner al descubierto la teatralidad del espectáculo, sino que aborda también algo más filosófico: la condena o la dicha del ser humano de no poder escaparse del mundo, al que ha llegado sin desearlo, pero al que está atado a lo largo de toda su existencia.
Desde el desamparo, Jean Genet construyó un universo donde lo bello emerge de lo abyecto. Tal vez como el sonámbulo, el autor de Nuestra señora de las flores intuyó que toda existencia tiene siempre otra escena. Y que como la verdad tiene estructura de ficción, no se llega a esa otra escena si no es a través de la representación. En ese sentido, el teatro es siempre cosa de sonámbulos. También del cuerpo del actor se apodera otro. El actor piensa con su cuerpo. De ahí que encontrar el tono justo para los personajes del dramaturgo francés sea una tarea compleja. Sobre todo porque la palabra alcanza singular belleza a la hora de expresar los sentimientos de seres desposeídos, arrancados del sistema, olvidados, solitarios y muchas veces crueles con sus semejantes.
Una de las funciones de la literatura es transformar el dolor en belleza. Pocos lo hicieron mejor que Genet. La buena conciencia se hace trizas frente a un dramaturgo que se acercó a la verdad con la lógica del que no tiene nada que perder. Como el que hace señas desde la hoguera, no sólo nos enseñó a convivir con la incertidumbre: también reinterpretó aquel proverbio chino que sostiene que el lugar más sombrío está siempre bajo la lámpara. Es decir, iluminó aquello que ya conocíamos, pero lo hizo con tanta potencia que nos encandiló. La belleza siempre es un efecto de enceguecimiento. © LA NACION