Gallardo, inquieto intelectual
Pronto se cumplirán dos meses de la muerte de Jorge Emilio Gallardo. Enhebro algunos recuerdos y anécdotas para rescatar su memoria del olvido. Cuando lo conocí, me lo presentaron como "el hermano de Sara Gallardo" y así lo consideré durante algunos años, como una imagen en sordina ante la imponente figura de la autora de Los galgos . Sin embargo, esa primera impresión fue variando con el tiempo. Al pasar los años, y a la luz de la diversidad y calidad de la obra de Jorge, tal vez pueda decirse, sin menoscabar los méritos literarios y el encanto de los relatos de Sara, que esta novelista fue la hermana del escritor Jorge Gallardo.
De Jorge me sorprendieron sus silencios, que al principio tomé como rasgo de timidez, acrecentada por ser el menor de la familia y por llevar sobre sus espaldas la gravedad de un pasado familiar ilustre: nieto de Angel Gallardo, hermano de una novelista prestigiosa y, como si fuera poco, saber que por sus venas corría sangre de Mitre y de Cané. ¿Cómo alcanzar identidad propia frente a semejantes ancestros?
Se abrió camino en LA NACION, donde llegó a ser jefe del Suplemento literario. En esas funciones le tocó tratar a grandes personajes del mundo de la cultura y el raro privilegio de asistir a lo que podríamos llamar la gestación de algunas creaciones. Así recordaba las visitas de J.L. Borges a las oficinas del Suplemento para rectificar la puntuación de un poema en prensa o revisar que en tal o cual composición se respetara debidamente la separación estrófica (valoraba siempre la seriedad, celo y rigor del autor de El Aleph ). Me hablaba de V. Ocampo, de Mujica Lainez, de R. Caillois o de E. Mallea, a este último lo recordaba con particular afecto. La conversación giró muchas veces sobre H. Murena, quien fue su cuñado, ya que estuvo casado con su hermana Sara. Lo tenía como una mente privilegiada y recordaba que este ensayista solitario había traducido la ahora famosa Dialéctica de la Ilustración, de M. Horkheimer y T. Adorno, cuando sólo era conocida por pocos; su versión apareció en la mítica Editorial Sur. Compartía con él la idea del arte, la metáfora y el símbolo como mediación con lo sagrado.
Los intereses culturales de Jorge se orientaron en diferentes direcciones, no excluyentes sino concomitantes: el periodismo, la antropología, la difusión cultural y el cultivo de las letras.
En cuanto a lo antropológico -fervoroso lector de Eliade, de Malinowski, de Mauss y de Lehmann-Nitsche-, desarrolló una mirada perspicaz, enriquecida durante los años en Brasil como corresponsal de LA NACION, que le permitieron conocer ritos y culturas que nos resultan extraños, así como despertar su interés por el estudio de lo esotérico. Se ocupó también del animismo al que, en lugar de rechazar de plano como lo hace el pensamiento lógico, sin perder la objetividad de la razón, trató de comprender en el marco de la mentalidad de pueblos coetáneos primitivos y lo entendió como una muestra de la rica y polifacética diversidad humana. Esa actitud lo llevó a considerar la cuestión de "la otredad" no como curiosidad etnológica, sino como forma de acercarse al otro, nuestro semejante. Así fomentó la aquiescencia y valoración del prójimo, cualesquiera fueran sus valores y sus maneras de sentir y categorizar la realidad; su Norte fue siempre el respeto por el otro, así como una actitud silenciosa y reverente ante el misterio y ante lo sagrado.
En Brasil se ocupó del problema de la esclavitud y de ese modo historió la trata de negros en el Africa occidental y su venta a los dominios portugueses ( Presencia africana en la cultura de América latina , 1986); en reconocimiento por esa labor, diversas publicaciones científicas lo mencionan como "africanista".
También en Brasil, al contacto con gauderios (campesinos andariegos de Rio Grande do Sul), se interesó por la figura del gaucho, al que, evitando el tópico de su lengua certeramente analizada por Borges y por A. Battistessa, se acercó con mirada de antropólogo ( El nacimiento del gaucho , 2000).
Como difusor cultural editó cuatrimestralmente, en forma ininterrumpida y en impecable tipografía, 25 números de la gaceta cultural Idea Viva , publicación valiosa y, en un futuro, importante testimonio del acontecer cultural de la Argentina.
De sus últimas intervenciones públicas recuerdo que organizó las "I Jornadas sobre Artes, Humanidades y Ciencias", que inauguró el canciller del Instituto de Francia, académico Gabriel de Broglie (en ellas, Gallardo sostuvo la idea de cultura como un proceso dinámico, universal, irreversible y sostenido de conquista del espíritu mediante el espíritu), o bien cuando, en nombre de LA NACION, despidió los restos del destacado periodista Bartolomé de Vedia. Sus palabras, precisas y sentidas, fueron un adiós afectuoso y conmovido.
En cuanto a Gallardo escritor, sería fatigoso enumerar los títulos de su variada polifonía: relatos de viaje, cuentos, narraciones breves, presentaciones de libros. De ellos evoco su Geografía de la infancia (2008), en el que, junto a lo autobiográfico, remite a la quinta familiar a cuyas tertulias asistía gran parte de la intelectualidad argentina (esas memorias constituyen una rica estampa de época) y Elogio de lo mejor , que se presentó en el hotel Alvear, en 2011. En toda su producción se advierte un humor sutil -sin que esa nota le reste mérito; por el contrario, se trata de un fino rasgo de originalidad- mediante el cual parece burlarse de la solemnidad y pompa de las cosas aparentemente grandes, orientando su mirada y afecto a la grandeza de lo minúsculo.
En toda su producción literaria se advierte como en filigrana el hilo de una prosa muy elaborada pero fluida al mismo tiempo, que nos permite incluir su nombre en la lista de destacados escritores argentinos.
© La Nacion