Felipe, ante la urgencia de demostrar la integridad que prometió
MADRID
Felipe VI sabía que junto con la corona heredaba una bomba de tiempo.
La primera crisis del reinado, tan previsible como impactante, coloca al nuevo rey de España ante la urgencia de demostrar que su ascenso al trono es algo más que una operación cosmética para rescatar a una monarquía amenazada por el desprestigio.
El desencanto de los españoles con la monarquía se precipitó hace tres años justamente a raíz del fraude con dinero público por el que ayer quedaron procesados la infanta Cristina de Borbón y su esposo, Iñaki Urdangarin, hermana y cuñado del flamante jefe del Estado.
La herida resultó tan profunda que Juan Carlos I terminó por rendirse sin cumplir la íntima promesa de reinar hasta el día de su muerte.
La respuesta de Felipe VI a la decisión judicial empezó a construirse el mismo día de su proclamación ante las Cortes Generales. La casa real hizo todo lo que estaba a su alcance para resaltar la ausencia de la infanta Cristina de todos los actos oficiales de la sucesión. Y en el discurso inaugural del reinado emergió como párrafo más destacado su compromiso de conducir una corona "íntegra, honesta y transparente".
Pero el lapidario fallo de Castro interpela en silencio al rey: lo expone a pasar a la acción.
En el caso Nóos, de acuerdo con la reconstrucción judicial, se reflejan con precisión novelesca la corrupción, los privilegios de clase y la desfachatez de los poderosos que tanto enardecen a una sociedad golpeada por la peor crisis económica de su historia reciente.
Según el juez, la hija y el yerno de Juan Carlos usaron sus influencias para conseguir a dedo contratos millonarios de organismos públicos, crearon una red de empresas fantasma para quedarse con fondos que debían ser usados con fines benéficos, evadieron impuestos y dilapidaron el dinero estafado en darse una vida de lujos y frivolidad.
Para colmo, sobrevuela la sospecha –que Castro deja por escrito en su fallo– de que existió un intento del poder político por proteger a la infanta y adulterar evidencias para desligarla del escándalo.
Ayer la única reacción de Felipe VI se filtró en un comunicado de la casa real en el que por primera vez desde que la familia Borbón está bajo investigación ratifica su "respeto por la independencia judicial". En ámbitos políticos se esperan medidas más drásticas en los próximos días; señales que retraten un verdadero cambio en la conducción de la institución.
Felipe se distanció desde un principio de Cristina y Urdangarin. Dejó correr su "fastidio" e "intolerancia" con los negocios irregulares de su cuñado y, según la versión oficial, fue quien más presionó para que la pareja fuera excluida en 2011 de las actividades oficiales de la corona.
Pero en los hechos Cristina mantiene sus derechos dinásticos –es ahora la sexta en la línea de sucesión del trono– y sigue aferrada a su esposo, pese a los intentos de la Zarzuela por diferenciar la conducta de uno y otro. ¿Se atreverá el nuevo rey a despojarla de sus privilegios o a forzarla a renunciar? ¿Les hablará de manera directa a los españoles sobre lo que piensa de la corrupción, más allá de los mensajes cifrados en sus discursos?
El desafío que le plantea la desgracia judicial de su hermana engloba su misión como rey. Las encuestas de opinión conocidas muestran una brecha amplia entre su alta imagen positiva y la creciente desconfianza en la institución monárquica.
Pese a las altas expectativas que hay puestas en él, la Constitución le impide ejercer funciones ejecutivas o actuar de manera abierta en los graves conflictos institucionales, económicos y territoriales que enfrenta España. En cambio, recomponer el prestigio de la corona está exclusivamente en sus manos.
Algunas de las señales iniciales de su reinado le juegan en contra. Una de las primeras leyes que deberá promulgar será la polémica reforma gestionada de urgencia para darle fueros extraordinarios a su padre.
El caso Nóos derivará en un largo juicio oral y público en el que saldrán a la luz las miserias de la familia del rey. La onda expansiva del fallo de ayer puede resultar demasiado prolongada si Felipe VI no encuentra la forma de probar que sus promesas de una corona honesta y transparente son algo más que un puñado de palabras bonitas.
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