En tiempos difíciles, no se escondió
Culto, amante del cine , del teatro y de la música , amigo de artistas y escritores, de trato franco , juicios directos e ironías punzantes siempre matizados por una honda sensibilidad enriquecida por la fe vivida como encuentro. Justo Laguna no podía ser sino, como lo fue, un hombre de diálogo y un obispo del Concilio Vaticano II, cuyo timonel , su admirado Pablo VI, fue quien, precisamente, lo elevó a la plenitud sacerdotal en 1975.
En las enseñanzas conciliares y el ejemplo de ese recordado pontìfice, abrevó Laguna y fue en esa Iglesia dispuesta al diàlogo con el mundo que creció y brilló su personalidad . Se hizo entonces frecuente y buscada su presencia en los más diversos ambientes sociales y en el escenario público de este tiempo, los medios de comunicación, a los que no rehuyó y con cuyos hacedores - periodistas, camarógrafos, productores, artistas - también supo tender puentes y abrir resquicios de comprensión y diálogo. Sacerdote cabal, no fue eso mera pose ni estrategia proselitista sino la auténtica tarea pastoral de una Iglesia al servicio y en diálogo con una sociedad plural.
En tiempos difíciles, Laguna no se escondió. Partícipe de la redacción de Iglesia y Comunidad Nacional el célebre documento que en 1981 marcó el compromiso de la jerarquía católica con la democracia, Laguna fue uno de sus activos intérpretes.
Incansable gestor de espacios de encuentro y diálogo, estimuló, alentó a toda la dirigencia a la recuperación de la democracia. Y esa tarea se hizo ímproba y no conoció desvelos cuando cumplió con la delicada y reservada misión requerida desde Roma: evitar que naufragara la propuesta del Papa Juan Pablo II en el diferendo con Chile por el Beagle.
Fue en esa tarea donde se ahondó su relación con Raúl Alfonsín, quien en los primeros días de su presidencia rescató la estancada Mediación Papal que a través de una histórica consulta popular devino en el Tratado de Paz y Amistad firmado por ambos paises. Obispo del Concilio, hombre de diálogo, hombre de paz. Eso fue Justo Laguna.
Culto, amante del cine, del teatro y de la música, amigo de artistas y escritores, de trato franco, juicios directos e ironías punzantes siempre matizados por una honda sensibilidad enriquecida por la fe vivida como encuentro. Justo Laguna no podía ser sino, como lo fue, un hombre de diálogo y un obispo del Concilio Vaticano II, cuyo timonel, su admirado Pablo VI, fue quien, precisamente, lo elevó a la plenitud sacerdotal en 1975.
En las enseñanzas conciliares y el ejemplo de ese recordado pontífice abrevó Laguna, y fue en esa Iglesia dispuesta al diálogo con el mundo que creció y brilló su personalidad . Se hizo entonces frecuente y buscada su presencia en los más diversos ambientes sociales y en el escenario público de este tiempo, los medios de comunicación, a los que no rehuyó y con cuyos hacedores -periodistas, camarógrafos, productores, artistas- también supo tender puentes y abrir resquicios de comprensión y diálogo. Sacerdote cabal, no fue eso mera pose ni estrategia proselitista sino la auténtica tarea pastoral de una Iglesia al servicio y en diálogo con una sociedad plural.
En tiempos difíciles, Laguna no se escondió. Partícipe de la redacción de Iglesia y Comunidad Nacional, el célebre documento que en 1981 marcó el compromiso de la jerarquía católica con la democracia, Laguna fue uno de sus activos intérpretes.
Incansable gestor de espacios de encuentro y diálogo, estimuló, alentó a toda la dirigencia a la recuperación de la democracia. Y esa tarea se hizo ímproba y no conoció desvelos cuando cumplió con la delicada y reservada misión requerida desde Roma: evitar que naufragara la propuesta del papa Juan Pablo II en el diferendo con Chile por el Beagle.
Fue en esa tarea donde se ahondó su relación con Raúl Alfonsín, quien en los primeros días de su presidencia rescató la estancada mediación papal que a través de una histórica consulta popular devino en el Tratado de Paz y Amistad firmado por ambos países.
Obispo del Concilio, hombre de diálogo, hombre de paz. Eso fue Justo Laguna.
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