El rencor lleva a la frustración
Algunos luchamos por un mínimo de coherencia, movidos por la idea de no terminar siendo a los 70 todo lo que repudiamos a los 20. Hay una cuota de rebeldía que es inherente a la dignidad, y un realismo que deambula entre la necesidad y la madurez. En la juventud asignamos a las ideas una fuerza que las convertía en dueñas de las propias vidas. Luego el poder las fue carcomiendo y en demasiados casos terminaron sirviendo para justificar conductas y amoldarse a designios ajenos. Entre la vida y los libros forjamos una mirada que podía estar más o menos condicionada por la necesidad o los principios. El dinero y las prebendas, los cargos y las ocupaciones debieron explicar a veces, justificando otras, las mil maneras de adaptarnos a la etapa.
No todo es material. Muchos, quizá demasiados, necesitan depositar su confianza en cada coyuntura como manera de tranquilizar sus conciencias. En rigor, no son distintos a otros que extreman sus críticas como si nada los conformara. Entre el oportunismo exacerbado de beneficiarios reales o psicológicos y el resentimiento de otros que cultivan la queja sin imaginar la propuesta: entre esos dos mundos se mueve la percepción social de la política.
Siempre pensé que la percepción de las clases bajas era profundamente distinta de la visión de las medias. El peronismo, desde su origen, se encarna en los humildes, descamisados, enfrenta alpargatas con libros, logra un escaso apoyo de intelectuales y le cuesta superar sus límites de clase. En los años 70 las capas medias intentan el salto cultural que les permita acercarse a la clase baja que había forjado su propia identidad. En rigor, el peronismo es una concepción cultural que enfrenta a otra. Ambos sectores tienen izquierdas, centros y derechas; las ideologías son simples instrumentos de dos concepciones de Nación. Aquel triunfo fue un gran avance en el forjado de la conciencia nacional.
Los pretendidos demócratas que producen el golpe serán responsables de violencias y proscripciones. Lo cierto es que el golpe genera la tragedia y desde ella se intenta explicar luego la historia del movimiento nacional.
Esto implica que las capas medias y universitarias se sentirían encargadas de interpretar y juzgar el comportamiento popular y recuperar, por la vía de los derechos humanos, un lugar y una lucidez que no les corresponde en la política. En la conciencia de las capas medias se refugiaron los golpes convocando seguridades, el radicalismo con su aporte democrático y el menemismo, del que nada se puede recuperar. Como si la necesidad de creer los llevara a aceptar cada etapa con fe inocente y a juzgar luego sus consecuencias sin asumirse responsables.
El peronismo fue una etapa de la historia nacional que necesitamos superar. Claro que los no peronistas deben en principio asumir su impotencia por generar una alternativa donde el individualismo que profesan les permita reunir un universo de ideas superior al de los candidatos.
Y los que participan del Gobierno con votos logrados con el nombre y los rituales del peronismo deberían aceptar que lo importante es el sudor que hace la historia y no la tinta que se consume en su crítica.
Es hora de superar al peronismo, asumiendo sus aportes y ubicándolo en la complejidad de sus tiempos sin confundirlos con las facilidades del presente. Resulta triste, casi patético, que quienes profesan la obediencia absoluta a las palabras de la Presidenta encarnen tanta liviandad y dureza para cuestionar la conducta de nuestro fundador. Como si la valentía sobrara para enfrentar a los muertos que carecen de defensa y los silencios se impusieran como lealtades necesarias en los favores del poder.
Hay un respetable pasado que fue la construcción de los humildes, de aquellos que llenaban las plazas sin necesidad de que nadie los convocara ni llevara en colectivos. Esa historia merece el respeto de los que se sumaron en los 70, optaron por la violencia, y consideran que con sólo mentar al nefasto López Rega se liberan de los errores que cometieron y que tanto retroceso nos costaron como Nación.
En lo personal, me molesta el papel de defensor de una causa anclada en el pasado, pero mucho más me duele que desde adentro o desde afuera se la utilice como chivo expiatorio, cuando sin duda es el pedazo de historia del que más elementos tenemos para rescatar.
Perón eligió para sucederlo a Cámpora y a una juventud que no entendió el valor de la democracia y que lo enfrentó soñando que el poder estaba en la boca del fusil. Desde el enfrentamiento por un palco cuando se tenía gran parte del gobierno hasta la renuncia a las bancas para cuestionar una ley inherente a toda democracia, nunca se terminó de asumir ayer el pragmatismo que se exagera hoy.
El error de Perón no fue López Rega. Fue confiar en una juventud que se equivocó ayer al expresar una rebeldía suicida y se vuelve a equivocar hoy al vivir una obediencia ilimitada.
Resulta absurdo imaginar alguna madurez si sólo nos dedicamos a buscar culpables fuera de nuestras propias responsabilidades. Pareciera que eligieron la violencia, y la culpa era de Perón. Jamás se asumió la derrota, como si ésta se justificara con las atrocidades del enemigo, y ahora se intenta echarles las culpas a los demás, bajo la batuta de personajes que no logran darle coherencia ni a su propio relato.
No ejerzo esta crítica con otro sentido que el de entender que se eligió un camino equivocado, y que se vuelve a transitar un proceso que lleva a la frustración.
El gobierno otorga un espacio de poder a sectores progresistas y de izquierda que están agradecidos y no esperaban esa consideración. Pero no son esos grupos y sus propuestas las que dirigen los rumbos políticos; sólo defienden un supuesto modelo que así como los integra a ellos deja fuera demasiados sectores de necesitados. Y sustituir al sindicalismo y a los cuadros peronistas por algunos que nunca fueron votados no es superación, sino retroceso.
Tomar a sectores triunfantes en las recientes elecciones, propios y ajenos, como enemigos de derechas e intentar a tan poco tiempo agredirlos con el fin de debilitarlos es fruto de una demencia más cercana al suicidio que a la revolución.
Se siembran odios mientras se sostienen personajes, gobernadores e intendentes, que actúan de leales a todos los poderes ya que sólo los seduce la renta que generan los cargos. Con grandeza y humildad se puede gobernar y trascender; con fanatismos y rencores, sólo encarar el camino de una nueva frustración.
Es hora de enfrentar el enemigo de nuestra propia limitación; es el único responsable de nuestra impotencia. Lo demás son excusas que ya no convencen a nadie. © La Nacion
El autor, politólogo, ex dirigente justicialista,fue responsable del Comfer
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