El recuerdo de Belén
Jesucristo nace en un lugar concreto y real que todavía se puede visitar. Es una pequeña gruta enclavada en las colinas de Judea, hoy dentro de la ciudad de Belén, en Cisjordania, pero hace más de 2.000 años estaba fuera de Bet léhem Efrata ("la casa del pan fecundo"). Así se cumplía la profecía de Miqueas que anticipaba que de este pequeño poblado de Judá, saldría el rey de Israel cuyo prestigio se extendería por todos los confines de la tierra. Jesús nació fuera de la ciudad de David, porque según el relato bíblico de Lucas, "no había lugar para ellos en el albergue". Entonces, José no tuvo más remedio que llevar a María a una gruta donde los pastores solían guarecerse de la noche y del frío, porque "le llegó el tiempo de ser madre". Era invierno y en las colinas cercanas a Belén, las temperaturas pueden bajar de cero para esta época del año en la que se celebraba la antigua fiesta de la "Consagración del Templo", establecida por Judas Macabeo. San Justino, uno de los llamados Padres de la Iglesia, ya en el siglo II afirmaba con certeza que según la tradición ese era el lugar del nacimiento de Cristo.
"María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre", sigue relatando Lucas. Un pesebre, no es otra cosa que un cajón de madera donde se coloca el heno para dar de comer a los animales. Puede decirse entonces que Jesús nació en la "la casa del pan fecundo" y fue colocado como alimento en un pesebre. Justamente por eso, según la tradición cristiana que llevó a Italia (desde Tierra Santa), san Francisco de Asís, se representa el "nacimiento de Cristo", colocando al niño junto a un buey y un asno, animales que estarían también allí, en la gruta, protegiéndose del frío y comiendo del heno. Según muchos exégetas (entre ellos el actual Papa, Benedicto XVI), la presencia de ambos animales estaría cumpliendo con una profecía de Isaías: "Conoce al buey su dueño y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne"; ya que el hecho de no hubiera lugar para que el hijo de Dios naciera en un albergue de Belén, podía traducirse en una falta de discernimiento sobre la llegada del Mesías y su posterior reconocimiento.
Los pastores fueron los primeros testigos de aquel nacimiento. Un ángel se les apareció en esas mismas colinas donde acampaban y "vigilaban por turno su rebaño durante la noche". Ellos se llenaron de temor al ver una luz que los envolvió, rompiendo con la oscuridad. Pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Los pastores fueron y vieron, llenándose de gozo. En ellos, parecía cumplirse anticipadamente aquellas palabras que treinta años después Jesús diría en oración a su Padre: "porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los humildes". Los pastores, se me ocurre, eran humildes en al menos dos sentidos: en su condición de pastores y en su apertura de corazón al misterio que viene de lo Alto (representado por el mensaje que les traía el Ángel).
Hasta aquí, lo que para muchos puede parecer un cuento salido de la ficción literaria, pero que el sistema consumista en el que vivimos se ha encargado de explotar no sólo en el mundo Occidental, enraizado en la cultura y tradición judeo-cristiana, sino en la aldea global. Eso sí, el sistema con la ayuda del relativismo más secular y escéptico del que se tenga memoria, han procurado conservar la escenografía (el pesebre, los animales, la estrella, etc…) pero vacía de su contenido trascendente. En una palabra, en hacer una representación de Belén, sin la fecundidad del pan ofrecido en alimento, que no es otro que Jesús, el hijo de Dios hecho hombre. Por eso, pese a los más de 2.000 años que nos separan de aquel acontecimiento histórico y real, valdría la pena preguntarse si hoy, en esta nueva Navidad, le damos lugar a Dios en el albergue de nuestros corazones; si nos convertimos en humildes pastores abiertos a la "buena noticia" del misterio que viene de lo Alto; o, si como decía Isaías, somos parte de la humanidad que no discierne y que, no sólo no conoce, sino que desconoce a Dios, anulando toda posibilidad de ser "abordados" por Él y su gracia que en Belén se tradujo en fuente de paz, luz y alegría.
* El autor es escritor y Licenciado en Administración. Su último libro publicado es Tengo sed. Tras los pasos de Teresa de Calcuta.