El problema de Aerolíneas no es sólo de Aerolíneas
El renovado conflicto entre funcionarios y sindicalistas de Aerolíneas Argentinas pone en superficie una vieja cuestión que nunca se resuelve. Y sobre todo evidencia que no se resolverá mientras no exista una política de Estado coherente en materia de transportes.
Es gravísimo lo que está sucediendo en nuestra zarandeada empresa aerocomercial, desde que se iniciara su destrucción en 1990. La privatización salvaje que duró casi dos décadas y que debemos a los señores Menem, Dromi y Cavallo, y fue revalidada por la vieja Corte Suprema Automática mediante un forzado "per saltum", inició el descenso a los infiernos para cientos de miles de pasajeros que somos rehenes permanentes de la ineficiencia operativa de AA. Aquel dislate se terminó de consumar cuando Cavallo le entregó a Iberia la acción de oro que todavía conservaba nuestro país y que era la herramienta de control más importante. La empresa, que en 1990 dejaba ganancias y era una de las más eficientes en manos del Estado, fue desguasada de manera poco menos que vil.
Desde entonces, Aerolíneas estuvo al borde de la bancarrota y el cierre de operaciones en varias oportunidades, hasta que en 2008 y con fuerte apoyo de todos los gremios aeronáuticos, la Presidenta anunció la reestatización. La deuda era de unos 890 millones de dólares.
Pero ahí se inició otra disputa, que es la que nos tiene en este presente lamentable: de un lado dirigencias de dudosa competencia en el manejo de la empresa; del otro dirigencias sindicales que proceden como bandas corporativas. Y los pasajeros, por millares, asistiendo a la nueva destrucción.
La verdad es que la única manera de superar el conflicto sería, como siempre, el diálogo. Pero a la luz de las acusaciones y la creciente belicosidad de las partes en conflicto —el Gobierno y los sindicatos— todo parece mal encaminado y lo que más falta son ideas propositivas, generosas y superadoras.
En esas circunstancias, especialmente los pasajeros que vivimos en provincias padecemos el pésimo servicio que nos dan. Yo invitaría a sindicalistas y autoridades a depender de esta compañía sólo un mes, y después nos cuentan.
Pero el problema se hace más y más complejo, porque se enmarca en un contexto de atraso casi legendario que arrastra nuestro país: el del transporte. Que es motor esencial de un país moderno. Puesto que sin transportes no hay desarrollo, ni crecimiento ni inclusión social.
Pero en la Argentina no existe un plan que prevea y estimule acciones coordinadas con vistas, digamos, a los próximos 10, 20 y 50 años. Sí existen ideas de consultores, empresarios, sindicatos, lobbistas, y acaso funcionarios bien intencionados. Pero nada de eso representa una política de Estado de transporte que permita dar un salto cuantitativo y cualitativo.
Así, el problema de Aerolíneas no es sólo de Aerolíneas y se relaciona con aquello. Porque la cuestión del monopolio aéreo no puede considerarse aisladamente. Debería ser parte de un Plan Nacional de Transportes que contemple la aeronavegación como un servicio público de fomento, que dé oportunidades a la iniciativa privada y funcione en coordinación con el desarrollo ferroviario y de líneas fluviales y marítimas, y aún del sistema vial.
La Argentina debería tener ahora mismo media docena de líneas aéreas transversales y complementarias, no para debilitar AA sino precisamente para fortalecerla. Y para que la ciudadanía pueda servirse de los más de 200 aeropuertos que hay en el país y que en su gran mayoría están inactivos, mientras siguen creciendo otros medios polucionantes, caros e ineficientes.
De igual manera nuestro país necesita recuperar la flota fluvial y marítima, por la sencilla razón de que el 90% del comercio exterior argentino sale y llega por agua. La marina mercante argentina —fluvial y marítima— fue desmantelada en los años 90. En aquellos años, por ejemplo, por la hidrovía Paraná-Paraguay se movían 500.000 toneladas de cargas, pero hoy se mueven 15 millones y se estima que serán 28 millones en 2016 y muchos más dentro de un par de décadas. Eso requiere transporte eficiente y barato, sobre todo ahora que las cosechas se multiplican. Entonces, si se recuperó la industria naval con la reapertura del Astillero Río Santiago y de Tandanor, ¿no sería lógico tomar al toro por los cuernos en materia de transporte naviero?
Lo mismo cabe decir del ferrocarril. Porque es francamente absurdo transportar millones de toneladas de cargas por carreteras sobre una planicie sobre la que ya tenemos tendida una extraordinaria red ferroviaria. La Presidenta debiera tener en cuenta que si el plan agropecuario que lanzó hace poco tiene previsto llegar a 160 millones de toneladas de granos en 2020, desde ahora mismo habría que prever cómo se los va a transportar.
Y ni se diga de la urgente necesidad de reordenar el sistema de trenes populares, que hoy pueden ser refaccionados en talleres argentinos, lo que de paso llevaría a la recuperación de miles de kilómetros de vías. Cierto es que ya se inició la fabricación de trenes de doble piso para las líneas Sarmiento y Mitre, y eso es excelente. Pero todavía es un corcho en el océano. Porque todavía el Gobierno deberá resistir los lobbies de la construcción vial, y de las automotrices, de los camioneros, de los petroleros y de tantos más que pusieron y ponen trabas —éste es un fenómeno mundial— al desarrollo ferroviario, que es más limpio, más seguro y más barato. Para resistir y reordenar hace falta un Plan Nacional de Transportes coherente, que la Argentina hoy no tiene.
Todo esto enmarca el problema del transporte aerocomercial. Me parece que el Gobierno debería ser consciente de que este es el contexto en el cual habría que repensar Aerolíneas, sobre todo porque en materia de transportes ya perdieron demasiado tiempo sosteniendo a un funcionario sobradamente inútil. Y digo inútil por no decir otras cosas que espero dirá pronto la Justicia.
Somos muchos los ciudadanos que apoyamos la reestatización de Aerolíneas y ahora la padecemos. No queremos que se vuelva a privatizar. Pero no dejamos de advertir que si Aerolíneas se sigue viendo sólo como un problema con éste o aquél sindicato; o solamente se cuestiona a éste o aquél funcionario, la calesita de la destrucción de nuestra línea de bandera seguirá girando.