El mensaje de la profecía maya
Antiguas predicciones agitaron en el mundo temores apocalípticos que convergen en el día de hoy. Más allá de las interpretaciones posibles, subyace una cultura misteriosa que enseña un modo más natural de habitar el tiempo
Cuando se acerca el fin año se precipitan los festejos y las despedidas. Todo se acelera y la vorágine nos arrastra hacia un tiempo sin tiempo -las Fiestas- en el que, navegando en medio de las obligaciones familiares, las compras y los brindis, podemos optar por entregarnos al olvido o aprovechar cierto aquietamiento del ritmo cotidiano para reflexionar y hacer balances.
Este fin de año además tiene algo particular: el fenómeno 2012. Desde que se difundieron modernas versiones de supuestas profecías mayas que habrían de cumplirse precisamente hoy, se ha creado una suerte de fiebre milenarista en la que se mezclan los temores apocalípticos y las esperanzas de iniciar una nueva era. Con menor intensidad que cuando se esperaba el colapso de las computadoras con el cambio de milenio, ahora también se han generado toda clase de premoniciones.
A raíz del fenómeno 2012, los antropólogos hemos sido interrogados a menudo. ¿En qué consisten las profecías mayas? ¿Es cierto que anuncian el fin del mundo? Ante la llegada de la tan mentada fecha, me gustaría volver sobre estas preguntas, sumando otras reflexiones sobre un aspecto insospechado que hoy ya es parte del legado maya, una de las culturas más enigmáticas y asombrosas de nuestra América indígena: la invitación a recuperar el sentido cíclico y las distintas cualidades del tiempo, algo que en Occidente se ha perdido junto con el advenimiento de la Modernidad y la idea cuantitativa y absoluta del tiempo lineal.
Para los mayas, en el solsticio del día de hoy termina un ciclo de unos 26.000 años
Efectivamente, uno de los más importantes calendarios de los mayas -llamado la Cuenta Larga, porque mide lapsos muy grandes de tiempo- indica el solsticio del 21 de diciembre de 2012 como la fecha en la que finaliza un gran ciclo de casi 26.000 años. No sabemos si los mayas conocieron el fenómeno astronómico del giro precesional del sol a través de la Vía Láctea, pero evidentemente lo dedujeron o al menos lo utilizaron. Al igual que otras culturas de la antigüedad, los mayas han tomado esta medida, que es el tiempo que el Sol tarda en recorrer las constelaciones estelares, para organizar su concepción del tiempo y la historia. Este gran ciclo de la precesión de los equinoccios se puede dividir en 5 ciclos de 5125 años, en 5 eras o edades. Según la mitología maya, cada una de estas edades han sido creadas y destruidas por los elementos naturales y acompañadas por sucesivos tipos de seres humanos. La Quinta Era, o Quinto Sol, correspondiente a los hombres de maíz, es la que hoy concluye, dando lugar a que el contador del gran calendario de los antiguos mayas vuelva a cero, indicando el instante del nacimiento de una nueva edad, que sus libros e inscripciones no nos adelantaron.
Paralelamente, en algunos documentos también aparecen jeroglíficos que asocian esa fecha con imágenes que pueden sugerir un cambio de era. Uno de los más recientes hallazgos es una estela de piedra proveniente del sitio Tortuguero, ubicado en Tabasco, México, que señala que el día 13.0.0.0.0., 4 ahau, 3 k'ank'in (cuyo equivalente sería el 21 de diciembre 2012 d.C.) descenderá el dios Bolon Yokte, una deidad asociada con la Vía Láctea y el árbol cósmico, representados en el arte maya por un cocodrilo o serpiente que tiene la forma alargada de nuestra galaxia. Esta misma imagen aparece en la ilustración de la última página del Códice de Dresde, actualmente en Alemania, uno de los cuatro libros sagrados que se salvaron de la quema masiva de textos indígenas que ordenó el Obispo de Landa en 1562. El dibujo describe un gran diluvio color azul turquesa -color sagrado para los mayas- que brota de las fauces de la gran serpiente cósmica y se derrama sobre la tierra.
Otro de los episodios de la mitología maya clásica que permite comprender mejor el simbolismo de todo esto es la lucha originaria de los héroes gemelos, que culminó con su ingreso al Inframundo y su renacimiento, convertidos en el Sol y la Luna. Los mayas concebían el Inframundo como el lugar de la purificación y el renacimiento. Casi semejante, arquetípicamente, al canal de parto, también lo veían representado en el cielo por la gran grieta de materia oscura ubicada en el ecuador de la Vía Láctea, donde cada vez que el Sol se aproximaba era como una recreación celeste de aquella gran gesta mítica. Esto, que según algunos autores se volvería a repetir ahora con el alineamiento entre la Tierra, el Sol y el centro oscuro de la Vía Láctea, es otro ingrediente para abonar el significado cosmogónico de este 21 de diciembre de 2012.
Cerrar un ciclo y despedir lo que habitó en él eran condiciones para que la energía se renovara
Sin embargo, creo que no deberíamos interpretar linealmente todos estos documentos, pues los mayas eran un pueblo de gran refinamiento intelectual. Como queda claro en estos pocos ejemplos, su pensamiento y sus sistemas de escritura y notación eran altamente metafóricos. Lo que nosotros, desde nuestra visión lineal, leemos apocalípticamente como el fin del mundo, para ellos seguramente era tan sólo el fin de un mundo, es decir, el constante renovarse de la energía vital y cósmica a través de la sucesión de ciclos más grandes y más pequeños. Cerrar un ciclo y despedir lo que habitó en él eran condiciones necesarias para que la energía se renovara y se abriera un nuevo espacio para lo que tenía que germinar.
En la antigua Mesoamérica se conjugaron dos grandes visiones sobre el tiempo. La perspectiva de los largos plazos -el tiempo profundo que permite anticipar sucesos que exceden el propio lapso histórico- y la visión cíclica del tiempo. A medida que registraron las cualidades de los ciclos que se repiten, pudieron encontrar regularidades y abstraer pautas que les permitieron profetizar, es decir, prever, que cuando se acerca el cumplimiento de una fecha determinada se puede recrear la misma cualidad.
El tiempo natural, concebido como el orden del cambio según ciclos, bien puede ser uno de los mensajes más profundos y actuales de estos pueblos.
Por nuestra parte, volver a conectarnos con los ciclos naturales, aunque sea a fuerza de los fenómenos cataclísmicos, significaría una importante ampliación de la consciencia colectiva. La tradición judeocristiana, a partir del Génesis, dio origen a la idea del tiempo unilineal, que luego se perfeccionó durante la Modernidad, al absolutizarse y cronometrarse. Esta concepción del tiempo nos brindó una serie de ventajas instrumentales, pero nos alejó de la percepción de otras temporalidades, por ejemplo de la vivencia de nuestra subjetividad temporal, de la intuición del momento oportuno -el kairós de los griegos-, del sentir y registrar las cualidades más sutiles del devenir, generalmente ligadas a los procesos orgánicos, que tanto nos cuesta aceptar.
La ininterrumpida sucesión de horas, minutos y segundos rige nuestros ritmos, organiza nuestro trabajo y condiciona hasta el descanso y el ocio. Nos marca el paso del tiempo y nos recuerda, implacablemente, nuestra finitud. Genera así ese terrible espanto a la muerte, como un final hacia la disolución en la nada. La idea lineal del tiempo nos ha convertido en esclavos de una de las mayores ilusiones que se han construido en Occidente.
Más allá de lo que pueda llegar a suceder en estos días, la famosa fecha maya ya ha generado un efecto notable en el imaginario colectivo. Las fantasías apocalípticas podrían cumplirse, sin duda; después de todo, ya hemos sufrido en las últimas semanas algunos escenarios de diluvio que parecían salidos de la película Waterworld . Pero aún así, si nos atenemos al antiguo sentido del término apokályipsis , que en griego significa revelación, es decir, remoción o levantamiento de un velo, esta fecha se muestra, sin duda, como una gran oportunidad para transformar nuestra conciencia.
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