El enigma alemán
Desde el comienzo de la crisis griega, analistas internacionales y funcionarios de la Unión Europea insistieron en que Alemania debía asumir el liderazgo político que correspondía a su estatus como potencia económica. Veían en la coyuntura una oportunidad histórica para que, considerando su propio pasado, Alemania actuase como un "hegemón benevolente" con una Europa sin cuya ayuda no hubiera logrado democratizarse ni reinsertarse en el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
Así como sus vecinos no pusieron mayores reparos a la reunificación y aceptaron los riesgos que implicaba la reconstitución de un Estado nacional alemán demográfica y económicamente hegemónico, Alemania, sostenían, debería asumir las responsabilidades y traducir su peso económico en iniciativas políticas que saquen a la UE del actual marasmo. En lugar de esto, Berlín ha actuado de manera unilateral y con pocas consideraciones hacia sus aliados, percepción que se vio reforzada por la decisión de la canciller Angela Merkel de no participar en las operaciones militares contra el régimen de Khadafy.
¿Cómo explicar la aparente inacción política del gigante económico alemán? Algunos han hecho referencia a la persistencia de una visión "pueblerina" o provinciana de los asuntos internacionales producto de la tardía unidad nacional y la ausencia de un pasado imperial, que privó a la clase dirigente alemana de una experiencia internacional que sólo hubiera podido adquirirse (como fue el caso de España, Francia, Gran Bretaña y, en menor medida, Estados Unidos) tras una prolongada historia de encuentros, choques y fertilizaciones con otros pueblos. Este espíritu provinciano asociado con la estrechez de miras quedó puesto de manifiesto en los clichés prejuiciosos a los que funcionarios y políticos alemanes recurrieron para reprender a griegos, españoles y portugueses por su "incompetencia económica e irresponsabilidad fiscal".
Otros perciben en esta incapacidad para asumir responsabilidades políticas la acción corrosiva de un absolutismo moral que imposibilita la respuesta gradual y pragmática a cuestiones complejas. A comienzos del siglo XIX, el poeta Heinrich Heine detectó este rasgo de carácter al señalar que "en su temor a toda reforma cuyo resultado no puede predecir de manera categórica, el alemán elude las cuestiones políticas de importancia tanto como le es posible, o busca un arreglo improvisado a través de caminos sinuosos, y los problemas van creciendo y enredándose en una masa tan formidable que, al final, como el nudo gordiano, sólo puede ser cortada por la espada".
¿Hasta cuando, se preguntan algunos observadores, seguirá el gobierno alemán tomando rutas secundarias que le eviten comprometerse políticamente? ¿Es el acuerdo con Francia sobre la creación de un "gobierno económico" que vigile el cumplimiento del Pacto de Estabilidad una señal en esa dirección? (a mi juicio, una mala señal) ¿Será éste el corte del nudo gordiano que liberará a la política alemana de su mentalidad pueblerina? Es prematuro dar una respuesta; lo que sí podemos decir es que la conducta del gobierno ha sido, hasta ahora, avalada por la mayoría del electorado.
La conducta de Merkel en la actual crisis, además de mostrar un estilo excesivamente proclive a seguir los vaivenes de la opinión pública, es resultado de un gobierno muy debilitado tras los últimos reveses sufridos por ambos partidos de la coalición gobernante (CDU/FDP) en las recientes elecciones regionales. El mandato de su electorado (conservador popular y neoliberal) es estrecho y dificulta cualquier acción que empuje a Alemania hacia el centro de la escena internacional, especialmente si ello la amenaza con el contagio de males ajenos. La crisis actual es una nueva prueba de que tras su normalización como Estado después de la reunificación, Alemania ya no está exenta de los problemas que enfrentan otros Estados avanzados. La primera señal fue el 11 de septiembre de 2001, cuando varios pilotos reclutados entre la población alemana de origen musulmán estrellaron sus aeronaves contra las Torres Gemelas. El gobierno no hizo mucho al respecto, más allá de enviar algunas tropas a Afganistán; pero en la sociedad la "guerra contra el terrorismo" reforzó la xenofobia antiinmigrante, frenando un arduo proceso de integración que, aunque lento, venía haciendo sensibles progresos.
Así, el enigma alemán se presenta como una moneda de dos caras. La cara externa puede pensarse parafraseando el panfleto del revolucionario francés Emmanuel Sieyès, cuando en 1788 se preguntaba: "¿Qué es el tercer Estado?". Preguntémonos, entonces, ¿qué representa Alemania hoy? Mucho (a la pregunta "¿Qué es el tercer Estado?", es decir, el pueblo, Sieyès respondía: "Todo") ¿Qué ha sido Alemania hasta el presente en el orden político? Casi nada (Sieyès: "Nada") ¿Qué debería llegar a ser? Algo más (Sieyès: misma respuesta).
La cara interna de esta moneda muestra otra dimensión, la de las representaciones, aspiraciones y temores implícitos en la siguiente pregunta: "¿Qué Alemania quieren los alemanes?" A primera vista, las respuestas no coinciden con las divisiones ideológicas o partidistas convencionales. Hoy una amplia mayoría de los alemanes, independientemente de su color político, rechaza la idea de que su país debería traducir su poderío económico en hegemonía política, incluso en la versión moderada del soft power . Esta actitud, sin embargo, se funda en razones muy diferentes: en el caso del "arco social-liberal" (sectores urbanos profesionales, jóvenes educados y cosmopolitas) se asocia a un rechazo visceral hacia cualquier forma de nacionalismo político (pero no deportivo). Si caben las generalizaciones, podría afirmarse que este grupo es más proclive a aceptar la idea de una Alemania más activa, pero sólo en el terreno económico y siempre asociada con sus aliados. En esto difieren con aquellos compatriotas suyos de la Alemania "profunda", de las comarcas rurales y ciudades pequeñas, la de los jubilados, los desempleados y precarizados. Como quedó reflejado en la polémica desatada por el libro Alemania se autodisuelve , del economista Thilo Sarrazin, esta otra Alemania, las más de las veces "silenciosa", hoy se crispa y exaspera al escuchar hablar de planes de rescate y eurobonos que temen sean financiados a costa de sus magras jubilaciones y subsidios. ¿Cómo -se preguntan muchos de ellos- se va a financiar el gasto público en el futuro cuando, a raíz de la bajísima natalidad, el número de personas dependientes supere a las económicamente activas? Aunque aparentemente de naturaleza técnica, esta cuestión lleva implícita otro enigma: con cada vez menos "alemanes-alemanes" y más alemanes de origen inmigrante (y musulmán), ¿qué país será la Alemania del futuro?
El autor, doctor en Historia, ?es profesor en la Universidad Torcuato Di Tella
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