El desafío de una sociedad global
FLORENCIA.- Razones profesionales me llevaron una vez más a la ciudad de los Medici y allí observé que si bien Florencia siempre es la misma con sus imponentes palazzi , museos y monumentos sin par, comienza, sin embargo, a mostrarse diferente. ¿Por qué? Por un ininterrumpido e ingobernable aluvión inmigratorio que muchos italianos despectivamente llaman "las nuevas invasiones bárbaras", y también por efectos de la globalización; dos cuestiones diferentes pero que modifican sustancialmente el rostro de la ciudad.
Se entiende por invasiones bárbaras las que asolaron la península itálica entre los siglos III y VIII: germanos, vikingos, magiares, hunos -cuyo rey Atila llegó a apoderarse de Roma-, más tarde los árabes. Migraciones violentas que en el 476 asestaron el golpe de gracia al debilitado Imperio Romano de Occidente, con cuya caída se inició la Edad Media (todo eso es cierto, pero en esa lectura los italianos omiten referir que entre los siglos I y II el Imperio Romano, con sus legiones, avasalló gran parte de lo que hoy es Europa y la forzó a incorporarse a sus dominios). Sobre el ascenso y la caída de esa potencia, Alessandro Barbero acaba de publicar 9 agosto 378, il giorno dei barbari (Bari, Laterza, 2010), en el que explica que la batalla de Adrianópolis -ocurrida en esa fecha- fue tan decisiva para el debilitamiento y derrumbe de ese imperio como luego pudieron serlo la de Waterloo o Stalingrado.
¿Cómo poner freno al avance de los aluviones migratorios que hoy llegan a la península?
Sobre ese asunto delicado, agravado hoy por el alto índice de desocupación que hay en Italia, el politólogo Giovanni Sartori, el semiólogo Umberto Eco y, más recientemente, los escritores Alessandro Baricco y Claudio Magris han reflexionado en busca de posibles soluciones.
Frente a estos "invasores", Baricco sostuvo que es preciso sentarse con ellos y prestar oído a sus razones: el diálogo es el inicio del entendimiento. Estas mutaciones -al igual que las provocadas por obra de la electrónica y de los medios masivos de comunicación-, si bien alteran expresiones y prácticas culturales tradicionales, favorecen la instauración de otras, ni mejores ni peores, sino diferentes. En su ensayo Los bárbaros , estima que es posible resguardar identidades y valores no oponiendo resistencia al cambio, sino actuando dentro del cambio mismo. Ante esa cuestión, el poeta Constantino Kavafis, en una composición celebérrima ("Esperando a los bárbaros"), explica que muchas veces el derrumbe se produce por una descomposición e inacción interiores, ya que esperando en vano a los bárbaros "se hizo noche y los bárbaros no llegaron".
No se puede ir a contramano de la historia. Las migraciones se han dado siempre y, pese a las trabas y barreras con que intentan detenerlas, siguen y seguirán sus rutas. Con hábitos culturales y lingüísticos diferentes modifican la sociopolítica de las naciones y, con el tiempo, alteran incluso los límites entre pueblos, regiones y hasta Estados; también la manera de pensar.
Debido a silenciosos e incesantes desplazamientos poblacionales, la imagen de Florencia, como la de tantas otras ciudades, está cambiando de manera sustancial. Los nostálgicos de usos y hábitos locales, por ejemplo, echan de menos que ya casi no se perciban esos rostros de nariz rectilínea, ojos rasgados y boca pequeña característicos de los toscanos. Hoy, una pluralidad variopinta de pueblos y culturas ha sentado basa en la cuna de la Toscana y ha alterado la fisonomía de esos rostros; en ese movimiento migratorio, los orientales sobresalen notoriamente debido a lo elevado de su número.
Se ve en las calles florentinas numerosísimos chinos y taiwaneses que no son precisamente turistas; también gitanos, rumanos y árabes que, día a día, en número incontable, llegan a Italia anhelando mejores condiciones de vida. Se suman a ellos legiones de africanos -el color de su piel revela en mutismo sus orígenes- que, acuciados por la miseria que reina en su continente, buscan con desesperación un sitio donde, al menos, poder sobrevivir.
Estos migrantes tienen prolífica descendencia, a diferencia de los italianos, que, por diversas razones -la crisis económica, el temor a la desocupación, una seguridad social incierta-, presentan una muy escasa tasa de crecimiento. Resultado, dentro de pocos años la población de Florencia habrá cambiado su fisonomía. ¿Y qué sucede con la lengua? Me tocó acompañar a un colega a un mercado; me llamó la atención verlo conversar de manera entusiasta con una mujer. Le pregunté: "¿La conoces?". Respuesta: "No, pero habla florentino". Sorprende hoy encontrar a alguien que en la ciudad de los Medici todavía hable la lengua de Dante: una rara avis , una especie en extinción, que mi amigo no quiso dejar escapar. En sentido contrario, la famosa Piazza della Signoria, sitio turístico por antonomasia, lingüísticamente se ha convertido en una Babel en la que se cruzan los idiomas más variados: el mandarín, el japonés, el rumano e, infaltable, el inglés; aunque parezca paradójico, casi no se escucha el italiano.
Las migraciones afectan ciertamente a las ciudades: por un lado les hacen perder sus notas distintivas -su folklore, sus regionalismos, incluso su cocina-, pero por el otro las enriquecen mediante sincretismos; con todo, es de desear que no lleguen a anular sus identidades y hábitos culturales.
Con la globalización sucede lo que con la medicina: una dosis adecuada cura; una desmedida enferma. Este proceso tiene aspectos positivos; así, por ejemplo, la alfabetización ha dado y da beneficios indudables; también el cine o modernos métodos masivos de comunicación son valiosos; pero hay una globalización malsana que, entre otros efectos deletéreos, invalida el encanto de la diversidad y de los regionalismos, por no decir que oprime la individualidad de los seres humanos y los cosifica.
En la Florencia actual, salvo palacios consagrados como el Medici-Riccardi, el Strozzi, el Vecchio o los Uffizi, el resto ha cambiado de rostro. Ahora muchas de esas mansiones principescas tienen como emblemas no la heráldica renacentista, sino marcas comerciales: Gucci, Paco Rabanne, Cartier, Pierre Cardin -por decoro omito citar las de los locales de fast food -, lo que no es un fenómeno privativo de la ciudad de Dante, pues lo palpamos urbi et orbi .
La incontrolada globalización mercantil asfixia el mercado de artesanías, con lo que la labor de sus operarios sucumbe. En Florencia, como en otros sitios, ya no existen los maestros del arte de la aguja, dado que prácticamente toda la ropa que se vende es de confección, fabricada en sitios donde la mano de obra es barata. ¿Qué otra cosa puede comprarse para un niño, en las inmediaciones de Lucca, si no una imagen de Pinocchio en madera? Así lo hice; el juguete revivía la inconfundible estampa del muñeco/niño ideado por Collodi. Tenía sonrisa, y lo juzgué nacido de manos de una artesanía centenaria, pero luego constaté que una inscripción casi imperceptible declaraba made in China ; lo mismo me sucedió con una prenda de cuero que imaginé florentina pero en cuyo orillo luego pude leer made in Taiwan .
Dejo de lado los bemoles de la crisis económica que atraviesa Italia para destacar que el egoísmo malsano de un sector privilegiado de la economía mundial ha generado -y genera- diferencias socio-económicas insalvables: zonas donde abundan el despilfarro y la acumulación de riqueza frente a otras castigadas por el hambre y, lo que es más grave, por la falta de agua potable. Estos hechos dan origen a migraciones sin duda no deseadas -a nadie le place abandonar su terruño-, sino obligadas por fuerza de necesidad: la cuestión es sobrevivir, no importa a qué precio.
Los países ricos se quejan de la oleada de inmigrantes desvalidos que pretenden invadirlos, a los que les ponen mil y una trabas; así, pues, recordemos que los italianos, otrora pueblo de emigración, hace un par de años repelieron a tiros a un barco de albaneses que pretendía recalar en sus costas. El problema no se soluciona poniendo obstáculos que luego son sorteados con destreza e ingenio, sino remediando las causas que dan origen a esas migraciones. El despiadado sometimiento con que en otros tiempos los europeos ultrajaron al continente negro, de resultados devastadores, tras la descolonización produce ahora el efecto contrario: we are here because you were there (estamos aquí porque ustedes estuvieron allá), parece escucharse como en sordina, según el conocido eslogan.
Hasta que no se ponga en práctica una economía al servicio del hombre, las diferencias socioeconómicas seguirán creciendo y, con ellas, los desplazamientos poblacionales. Pese a dos milenios de vigencia del pensamiento paulino que proclama la solidaridad entre los seres humanos ("el amor es entrega"), el viejo adagio homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre) no permite abrigar muchas ilusiones, aunque siempre debamos apostar en favor de la esperanza y luchar por el mejoramiento de la condición humana.
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