Educar con límites claros
"¿En tu escuela se puede salir al patio en invierno?", preguntó el investigador. "Depende. Si le preguntás a Martha, te dice que no. Alicia te deja, y cuando Martha viene bien, también te deja", contó Manuel. La respuesta describe normas de "mala calidad" que dependen de Martha, Alicia y sus humores. ¿Por qué son de mala calidad? Porque no permiten aprender, no dan parámetros para pensar nuestras acciones y no son un contrato "claro"; sólo nos enseñan que lo que se puede o no se puede depende las personas que ejercen la autoridad.
Lo mismo ocurre con las sanciones cuando los padres levantan una penitencia anticipadamente porque les dio lástima o cambiaron de opinión. Allí los chicos tampoco logran entender la pauta y aprenden que las sanciones pueden negociarse o son relativas al humor de los adultos.
¿Se puede o no se puede? ¿Cómo puedo saber cuándo la norma rige y cuándo no? Si cada vez que los adultos fijamos un límite lo terminamos negociando, ésa pasa a ser la pauta: la negociación. La enseñanza, entonces, es: "Las normas no están para cumplirse sino para negociarse". ¿Y después nos preguntamos por qué los chicos no respetan las normas?
El mensaje de las "normas confusas" es tan malo como el permanente "porque sí" o "porque lo digo yo" de las "viejas normas". Ninguno me permite entender, ser libre, porque la libertad consiste en construir mi autonomía personal a partir de las reglas que regulan la vida de mi comunidad.
La calidad de los límites no depende de que sean más "duros" o más "blandos", sino del tipo de relación que proponen entre el que los pone y el que debe cumplirlos. Son buenas normas aquellas que nos permiten entenderlas más allá de las circunstancias y de los actores. Los padres "confusos" pueden ser tan autoritarios como los "viejos padres" que planteaban límites que no se entendían, no eran explicados ni se conversaban. El autoritarismo no reside en la dureza de las pautas, sino en la imposibilidad de aprenderlas y asumirlas, para "ser esclavos de la ley y no de otros hombres".
La ruptura con la "vieja de autoridad" no pasa por el relajamiento de los límites, sino por la posibilidad de volverlos más claros y racionales para que puedan ser aprendidos y ayuden a crecer. Aunque a veces haga falta un "porque sí" o un "porque yo lo digo", serán menos cuando los chicos perciban que, más allá de nuestro humor, la pauta está allí y deben respetarla.
Es fundamental que los adultos estemos convencidos de que los límites que les ponemos a los chicos les sirven y los cuidan, que podemos discutirlos con ellos, pero siempre dejando claro que nosotros "los ponemos y los sacamos".
Las normas deben estar "ahí", más allá de nosotros, si no los chicos dependerán toda la vida de nuestra presencia, les costará integrarse a la sociedad, crecer libres y felices. Las pautas claras son una maravillosa oportunidad para crecer. © La Nacion
El autor es director del Centro de Estudios en Políticas Públicas