Donna Haraway, poética y atrevida
Camille 1 nació en una comunidad en la que a cada niño, desde su concepción, se le atribuía cierta simbiosis con un ser de una especie diferente. A ella le fue adjudicada la mariposa monarca. Su descendiente, Camille 2, continuó y profundizó esa trama. Crecida en un tiempo en el que la tecnología permitía experiencias más audaces, incorporó a su rostro una barba hecha de filamentos de mariposa. De este modo, Camille 2 pudo sentir, tocar, saborear y vibrar con el mundo como lo haría un ser humano, pero también como lo hacen los insectos. Las dos Camilles provenían de las múltiples comunidades que, en un planeta devastado a comienzos del siglo XXI, habían comenzado a buscar un nuevo modo de crear lazos con lo viviente. Eran los niños del compost: niños de la noche, de la tierra, de lo subterráneo. Seres que estaban dejando fermentar una diferente y expansiva concepción del vivir juntos.
En esta historia hay, desde luego, elementos de ciencia ficción. Y poesía. Y el eco de reflexiones largamente decantadas. Son las reflexiones y el impulso poético de la bióloga, filósofa y escritora Donna Haraway. Es a través de su voz que nos llega este relato, durante las últimas escenas de Story Telling for Earthly Survival, documental de Fabrizio Terranova al que tuve la fortuna de acceder en estos largos días de cuarentena.
La película es una belleza. Y no solo por la delicadeza con que enhebra el registro documental con juegos visuales que hacen honor al complejo pensamiento de Haraway. Es bella, también, por la jovialidad erudita y amorosa que exuda la entrevistada.
La cámara se acomoda, plácida, en la casa californiana donde vive la científica. Paredes de madera, ventanales amplios, susurro de secuoyas, arroyo cercano. Haraway cuenta que fue en ese lugar donde comenzó a escribir, hace unos cuantos años. Muestra los libros que se acumulan en los cuartos, habla de los árboles que rodean su hogar y destaca la benévola trama de familia, amigos y amores que, asegura, siempre estuvo tras su trabajo.
A los 76 años, despliega un pensamiento disruptivo, estimulante, atrevido. Entre sus principales interlocutores filosóficos están Isabelle Stengers, Bruno Latour, Vinciane Despret (de quien Editorial Cactus publicó ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas?). Entre sus grandes inspiradoras, las escritoras de ciencia ficción Joanna Russ, Octavia Butler, Ursula K. Le Guin.
A Haraway, que en los años 80 generó lo suyo en el ámbito feminista con el ensayo Manifiesto cyborg, no le causa ningún escozor imaginar una deriva en la que lo tecnológico y lo orgánico entablen un diálogo estrecho. Muy, muy estrecho. Tanto que algunas de sus posiciones suenan inquietantemente distintas del humanismo tal como lo conocemos. Hasta que menciona ese don humano, la palabra. "Crecí en una familia en la que contar historias era tan importante como el aire que respirábamos", rememora en el documental. Y dice que en estos momentos de "profunda destrucción" hay que crear nuevas historias. Construir metáforas y mitos tan poderosos como los que nutrieron a la humanidad durante siglos, pero capaces, ahora, de impulsar "las artes de vivir en un mundo dañado". Sin condescendencia apocalíptica ni fobia tecnológica, lo que en última instancia propone es sacar el anthropos del centro y construir "comunidades de cuidado y atención" que miren hacia adentro, hacia la Tierra que tanto necesitamos, e incluyan "nuevos parentescos" entre humanos y no humanos.
No hay edén a recuperar ni paraísos por conquistar; solo un nuevo quehacer en un entorno arrasado. Haraway ríe y dice que la ciencia ficción, hoy, es pensamiento. Terranova inserta, entre las secuencias de la entrevista, imágenes de medusas. Silenciosas, tentaculares, antiguas. Un atisbo del misterio que Haraway reconoce en el mundo que, para bien o para mal, nos rodea.