Debatir sin debate
A esta altura de mi vida, debo reconocer que mi admiración por Emile M. Cioran es casi una devoción. Leí con desesperación muchos de sus libros, y si bien pueden pasar meses o incluso años sin que abra alguno de ellos, están ahí, al alcance de mi vista. Y tengo varios. No todos, pero la mayoría. Junto con Samuel Beckett, Juan Filloy (¿Cómo es posible que Caterva no esté entre los 200 libros elegidos por el bicentenario?), Thomas Bernhard y una generosa lista de poetas, forma parte de mi panteón íntimo. ¿Por qué? No creen; saben de la derrota absoluta. No puedo más que caer rendido ante quien dice: "Creo en la salvación de la humanidad, en el porvenir del cianuro".
Y puedo citar de memoria unos cuantos silogismos suyos. Pero lo que me llevó a Cioran no fueron las citas sino haber caído -por designio azaroso del zapping- en un programa político, cosa que no hago habitualmente, simplemente, porque no me interesan los programas políticos de ninguna índole. En casa, la TV la maneja mi hija. Cuando la tele está prendida es para ver dibujitos, y si vemos programación de adultos, los canales elegidos son cualquiera que pase algún documental interesante. O no. Y si mi esposa no está, veo algo de deportes.
Vuelvo al tema. Caí en A dos voces y vi a Horacio González, Vicente Battista, Gabriel Levinas y Pablo Alabarces. Cuatro intelectuales. Los primeros dos del grupo llamado Carta Abierta y los últimos de Plataforma 2012.
(Perdón por la interrupción, pero recordé algo de Beckett, en Fin de partida:
Hamm: ¿has pensado alguna vez en algo?
Clov: nunca.)
Cuando uno dice "intelectuales", "sentados en la misma mesa" y "debatiendo sobre temas de interés nacional", a mí me llama la atención. Y debo reconocer que lo digo con admiración. Que la gente que piensa sea invitada a un programa de televisión es, para mí, una especie de milagro. Tipos que se quemaron las pestañas para entender algo merecen, al menos, una reverencia de respeto. Es más: cuando veo situaciones así hasta me imagino qué cosas acotaría yo, que apenas soy un pibe de barrio que leyó algunos libros.
Pero lo que me llevó a Cioran, a su acidez, a su sarcasmo, fue, justamente, la mirada nihilista con la que me siento a mirar esos programas y que ninguno de los de la mesa aportó. Todos creen en lo que dicen. Todos creen que su postura es superadora o al menos mejor que la de su colega. Todos creen. Tienen alguna verdad. Entonces el "debate intelectual" se diluye porque nadie escucha. No hay "intercambio de ideas". No sé qué le pasará a quien mira todos los programas políticos, pero la sensación que me dejó es que ese encuentro entre académicos es muy parecido a la nada. Y es lógico –me explico–: todo se reduce a la política partidaria.
Tal vez haya quedado como al pasar, pero el no escuchar al otro es un síntoma antiquísimo de la enfermedad nacional que lleva a negar el intercambio, la apertura verdadera, el aprendizaje, etc, etc..., hasta llegar a la negación del otro.
Pienso en esto y se me ocurre un tema que hoy no está tan de moda, pero lo estuvo: la crítica al velo que utilizan las mujeres en los países musulmanes, juzgado muy a la ligera, sin siquiera conocer una cultura milenaria. Pero no hay ninguna crítica al exhibicionismo y el culto a la desnudez que se les exige (por decirlo de una forma chocante) a las mujeres occidentales. Basta encender la TV para comprobarlo, o andar un poco despierto por la calle.
Con mis amigos me junto una o dos veces por mes. Vamos al bar, tomamos whisky y hablamos. De lo que sea. Tratamos de entender. Podemos empezar por lo caro que sale ir de vacaciones y terminar en tratar de explicar cuál es la imagen que cada uno se hace de Dios, sea o no creyente; hablar del último documental de Herzog o tratar de dilucidar si el tiempo ahora pasa más veloz por los avances tecnológicos o porque ya estamos grandes (un buen tema). Y nos contamos experiencias sencillas, cotidianas: los últimos descubrimientos como padres, cómo preparar ciertos platos, si vimos algún show que nos gustó. Ninguno quiere convencer al otro. Basta que imaginen el debate sobre dios entre alguien con formación católica, otro con formación judía y un agnóstico. No somos gemelos mentales; no pensamos igual. Sin embargo, siempre nos queda la sensación de que empezamos a entender algo más y que se abre el camino para más encuentros y más whisky.
No sé si la amable charla en
A dos voces
abrió el camino para nuevos debates (lástima que no esté bien visto en la tele pensar con un vaso de whisky en la mano). Me quedó la sensación de que, en realidad, no se planteó nada. Sólo se tiraron titulares, frases con algún efecto inmediato –el éxito en estos tiempos tiene mucho que ver con ese efecto inmediato–, pero que no apuntan al fondo de la cuestión sino a que el otro no gane la parada.
Yo, por las dudas, arriesgo un titular: "Si creemos tan ingenuamente en las ideas es porque olvidamos que han sido concebidas por mamíferos." Sí, lo escribió Cioran.
Y lo tengo siempre presente.