Cristina debería ser intelectualmente más honesta
Se vuelve protagonista central de una revolución que anida en su ánimo
Se cumplen 31 años del retorno de la democracia. Miles de personas han sido convocadas a Plaza de Mayo para escuchar el mensaje de la Presidenta. Todo funciona según lo planeado, pero la intensidad de una lluvia no prevista desbarata el objetivo. La gente busca dónde refugiarse de un aguacero inclemente, la plaza se vacía y la voz presidencial se refugia en los salones de la Casa de Gobierno.
Entonces Cristina se hace oír por la cadena de radio y televisión. Es lo habitual. Sin embargo, sus palabras iniciales son elocuentes de su más íntimo sentir."La democracia no se suspende por mal tiempo", dice. Cree que si la lluvia le impide hablar, la democracia se pasma. Si ella no habla, la democracia enmudece. Supone que ella carga en sí todos los valores de una joven democracia que ha costado muchos sinsabores a los argentinos.
Cristina sabe que el tiempo de descuento ha comenzado a correr
Con esa idea, ella es la verdad. Los otros, falsificaciones. Siente que su voz es la voz de la democracia y que el decir de los otros, sólo palabras huecas y atentas a intereses espurios.
Cristina ha construido un relato que rara vez se condice con la verdad. Así, ha ido ajustando la historia a sus necesidades de cada momento. Por eso hubo un instante en que Repsol "hacía Patria en Argentina" y otro instante en que sólo fueron "expoliadores de nuestra riqueza".
En ese relato, tan voluntarista como arbitrario, Cristina se vuelve protagonista central de una revolución que anida en su ánimo y que no siempre encuentra correspondencia con la realidad. Con el individualismo propio del fin de la modernidad, siente que lucha en soledad como alguna vez luchó Belgrano para independizar la Patria. Hasta se anima a sentir que ambos han debido enfrentar a los mismos enemigos que han permanecido constantes con el correr de los años. Siente que solo es su voz la que sentencia verdades y reclama justicia para fiscales que ante los estrados judiciales sólo defienden los intereses del poder. Ensimismada en su epopeya no advierte sus errores y carga los malos resultados en cabeza de mercados financieros o de formadores de opinión según le resulte conveniente en cada ocasión.
Por muy progresistas que suenen sus conceptos, Cristina debería ser intelectualmente más honesta
Es indudable que muchas cosas buenas se han hecho en la Argentina de la última década. Casi todas ellas han sido recordadas por la Presidenta en sus palabras. No creo que le hayan quedado muchas otras en el tintero.
Pero es innegable también que en los mismos años ha habido muchos retrocesos que la selectiva memoria oficial no registra. La pobreza que ha crecido merced a una inflación jamás admitida, la presión impositiva sobre el ingreso de los que trabajan, la corrupción aún impune y preservada desde el poder o el dispendio que se ha hecho permitiendo que las reservas monetarias sean hoy poco más de la mitad de lo que alguna vez fueron, son solo parte de la cruel realidad que esta cuidada amnesia presidencial olvida.
Por muy progresistas que suenen sus conceptos, Cristina debería ser intelectualmente más honesta. Nadie que se precie de tal condición, cobija con su pasividad a un vicepresidente cuyas inconductas son más que elocuentes. Nadie que se precie de defender los derechos humanos, entrega la conducción de las fuerzas armadas a alguien sindicado de haber encubierto en los años de plomo la desaparición de un soldado que estaba bajo su mando.
Nadie está democráticamente legitimado para parcelar la historia o el presente y rearmarlo según le convenga
En el relato de Cristina los problemas reales no existen. Ella entiende que si los cuenta da crédito a quienes los exponen. Está convencida que con sus palabras harán dudar sobre aquello que todos están viendo. Tal vez no advierta que la negación es el primer recurso del que duda de sus fuerzas y que inevitablemente aquello que se niega se vuelve sobre el negador con tanta fuerza que ninguna verborragia puede detenerlo.
Cristina sabe que el tiempo de descuento ha comenzado a correr. Y tal vez tenga razón cuando demanda de algunos opositores algo más que un festival de slogans y afiches coloridos. Pero también, debería saber, que las medias verdades encierran medias mentiras, y que de boca de una Presidenta solo deben salir verdades plenas por mucho que pesen.
Nadie está democráticamente legitimado para parcelar la historia o el presente y rearmarlo según le convenga, potenciando aciertos y desvaneciendo pecados. Porque como alguna vez dijo Cristina, "los votos sirven para legitimar políticas y no para legalizar escándalos".
Claro que este concepto debe haber quedado atrapado en la amnesia presidencial.