Confesiones de un adicto a las encuestas en rehabilitación
Hola, me llamo David y soy adicto a las encuestas. Durante los últimos meses, dediqué una exorbitante cantidad de tiempo a analizar cuidadosamente las encuestas electorales. Un par de veces al día, chequeo los sitios web para ver la evolución de los porcentajes. Controlo mi Twitter para seguir de cerca las últimas cifras de Gallup. Leí innumerables artículos dedicados a desmenuzar las erróneas metodologías de sondeo que desapruebo.
¿Y saben qué aprendí de esas horas de atención? Que si las elecciones fueran hoy, el presidente Obama tendría más chances de ganar. Y en consonancia, parece haber un repunte de Romney. Eso es todo. Cientos de horas de atención para extraer dos observaciones banales.
Desperdicié un lapso grande de mi vida que nunca voy a recuperar. ¿Por qué? Porque tengo un problema. Miren, a la fría luz de la razón, yo sé cómo debería tomarme los datos de las encuestas. Primero, debería considerarlas una borrosa foto de un momento en particular. No debería leerlas y por eso pensar que conozco el futuro.
Si hay algo que sabemos es que hasta los expertos que manejan simulaciones computarizadas son pésimos a la hora de predecir el comportamiento humano. Las empresas financieras se pasaron décadas intentando generar modelos predictivos que los ayudaran a elegir en qué acciones invertir y fracasaron estrepitosamente.
Los académicos de la Universidad Duke estudiaron 11.600 predicciones hechas por los jefes de finanzas de grandes corporaciones sobre el comportamiento durante el próximo año del índice de 500 acciones de Standard & Poor’s. La coincidencia entre sus estimaciones y el índice real fue menos que cero.
Y si es difícil predecir el comportamiento de las bolsas o de la economía, la política es el terreno perfecto para hacer fracasar cualquier precisión exacta.
Las elecciones nacionales son infrecuentes, y por lo tanto la muestra de casos a analizar es ridículamente acotada. Las campañas no les brindan a los encuestadores una respuesta inmediata, de modo que puedan ir corrigiendo sus errores, sino que tienen que esperar los resultados, y sólo es verificable la certeza del último sondeo. Y lo que es más importante: pasan cosas. Obama sale mal parado de un debate. Romney hace comentarios ofensivos en un acto de recaudación de fondos. Esos eventos no cuantificables modifican la trayectoria de las campañas ajustadas. Es imposible saber lo que puede pasar, y menos aún saber cómo reaccionarán ante lo que pase esas 100 millones de personas. Es imposible calcular las reacciones desconocidas antes eventos desconocidos.
Lo segundo que aprendí es que si uno va a mirar las encuestas, no debe hacerlo más que cada tanto, para hacerse una idea general del estado de la contienda. He leído estudios que demuestran que la gente que chequea todos los días sus inversiones en la bolsa obtiene menos ganancias que quienes sólo lo hacen cada dos semanas, porque los primeros toman pésimas decisiones por el ruido que reina en los mercados. Y comprobé el efecto que tiene el exceso de información, que deprime, estresa y paraliza la mente. Puedo asegurarles que chequear constantemente las encuestas conduce al autoengaño y la ansiedad.
Ya sé todo eso, ¿pero le hago caso? Claro que no. Las chequeo cada dos horas, movido por la ilusión de que contienen un saber inmanente.
También me motiva la emoción de un festejo anticipado. Las elecciones no se refieren solamente a diferentes opciones políticas. Son competencias de estatus. Cuando las encuestas soplan a favor de nuestras preferencias, nos sentimos justificadamente reafirmados en nuestras convicciones. Y uno puede ver la humillación y el dolor que aflige a sus adversarios.
Cuando las encuestas nos dan la espalda, al fin y al cabo, ¿quién les cree?
Finalmente, me motiva también el poder de la pereza cognitiva. Es difícil imaginar cómo hará cada candidato para manejar el así llamado precipicio del presupuesto fiscal o la incertidumbre que genera Irán. Pero los números de las encuestas son como los caramelos: traslúcidos y muy digeribles.
Vamos David, hay que pensar en algo más que en las encuestas. Éste es el primer día del resto de tu vida.
¡Alto! ¡Esperen un segundo! Acaban de difundir una encuesta de último momento. Una miradita y lo dejo. ¡Obama va ganando por robo!
Traducción de Jaime Arrambide