Cicatrices
Uno. Cristina aparece con el cuello envuelto en un leve pañuelo de seda negra de Hermès.
Dos. Cristina habla por cadena nacional de espaldas a la cámara.
Tres. La cámara hace un close-up sobre la herida mientras el doctor Pedro Saco señala con un puntero los detalles de la cirugía.
Cuatro. Cristina se aparta el pelo y muestra como al pasar y con gracia su flamante cicatriz.
Ferretti ha expuesto las cuatro posibilidades y se ha bebido de un trago su copita de grapa bien helada en el patio trasero de un bar al que ignoro cómo hemos llegado y que él insiste en llamar La Glorieta de Ciro, aunque no es así como se llama.
- Sigo sin entender el pudoroso espanto de algunos colegas que no vacilaron en definir la exposición, algunos como un acto morboso, otros como un gesto de mal gusto.
La habrían condenado igual. Por ocultamiento, por exhibicionismo, por auto victimización
- Incorregibles, mi amigo, incorregibles. La habrían condenado igual, aun cuando hubiese elegido cualquiera de las tres primeras opciones. Por ocultamiento, por exhibicionismo, por auto victimización…
- Los mismos, Ferretti, que enaltecieron las imágenes de Lula cuando se sometió públicamente a la máquina cero con que su mujer le afeitó la cabeza.
- A mí me gustan las cicatrices. Tienen una cierta dignidad...
- ¿Sabe cuántas veces, en alguna reunión, no conseguí reprimir mi voluntad de abrirme la camisa y mostrar el torso cruzado por los tajos que me dejaron dos operaciones a corazón abierto? Y si me pregunta por qué lo hice, creo que no sabría que responderle.
- Quizás sean marcas que testimonian el fracaso de la muerte.
- Más aún, Ferretti, si quien se entrega mansamente al cuchillo está convencido de que lo habrán de extirparle es un cáncer. Puedo asegurarle que la persona que entra a un quirófano no es la misma que sale. Y ahí está la cicatriz para expresarlo con su brutal y rugoso trazado. Cualquiera que haya pasado hasta por una operación de apendicitis lo sabe.
- ¿Coraje?
- Terror, Ferretti, y una angustia sin lágrimas que nos acompaña para siempre, que nos cambia la vida. ¿De dónde proviene su certeza de que algún día estirará la pata?
- De la estadística, supongo.
- La nuestra, digo la de quienes llevamos el cuerpo marcado, de habernos sentado a negociar con la muerte. Y créame que no hay dicha comparable a aplazar el final de esa batalla, en la que sólo contamos con la flaca voluntad de seguir vivos. ¡Cómo no mostrar esas cicatrices hasta con cierto orgullo!
- Ayer mismo difundieron fotos de Scioli ajustándose el brazo ortopédico al muñón con el que convive desde hace años. ¿Morbosidad? ¿Mal gusto?
- Todo lo contrario, Ferretti: necesidad de gritar todavía estoy aquí, mi capacidad de supervivencia está intacta y puedo sobreponerme a las peores tragedias.
- A nadie se le ocurre pedirle a Tevez que juegue con bufanda. O al doctor Castro que opine con tricota.
- Lo que se dice un especialista en romper los climas, Ferretti.
Puedo asegurarle que la persona que entra a un quirófano no es la misma que sale. Y ahí está la cicatriz para expresarlo con su brutal y rugoso trazado
- No se chive, largue un poco la metafísica y tomémonos otra grapa. Por otro lado, no me va a negar que el descubrimiento de la cicatriz presidencial tuvo bastante de puesta en escena.
- Yo no lo vi. Me inclino a pensar que Cristina decidió sola. Y que no necesitó meditarlo demasiado.
- Da la impresión de que el fundamentalismo opositor, que tantas veces la acusó de soberbia y calculadora, de impostar actitudes demagógicas, no supo ver esta vez a una mujer en su más genuina y vulgar humanidad, que eligió las desventajas de un cuello que ya no es joven para privilegiar su vital cicatriz. Y que, aun reconociéndolo, pueden seguir odiándola
- ¿Y del fundamentalismo oficialista qué me cuenta?
- Indefendible en su patética carrera por ganar el premio al Empleado del Mes. Previsible en su ineptitud para comprender que ningún relato es más poderoso que el que cuentan nuestras cicatrices.