Cambio de cuadros
José de San Martín y la bandera nacional parecen formar parte del kit básico de un presidente argentino. Así, por lo menos, lo entendieron los dos anteriores, Cristina Kirchner y Mauricio Macri, quienes detrás del escritorio del despacho de la quinta presidencial de Olivos mantuvieron en lugar central un cuadro con la figura del Libertador ya mayor, originada en el daguerrotipo que le tomaron en París, dos años antes de su muerte, en 1848. Así, cuando se sentaban, quedaba por encima de sus cabezas, a manera de custodio virtual, la imagen del máximo prócer del país. Tiene su lógica: el presidente asociado a una figura amada por todos los argentinos y sin grietas.
Después, cada uno le agregó por debajo su folclore personal: Cristina Kirchner armó una suerte de altarcito, con una imagen de su marido y pequeños bustos de Juan Domingo y Eva Perón; Macri, una Copa Libertadores en miniatura (suerte de autohomenaje a las cuatro veces que la ganó Boca Juniors cuando él presidía ese club).
Con Alberto Fernández, San Martín cedió su espacio a una ilustración inspirada en el famoso abrazo de Perón y Evita, en el balcón de la Casa Rosada, el 17 de octubre de 1951. Cuestión de gustos.