Carta de Camilleri a su bisnieta
Poco antes de morir, el escritor italiano Andrea Camilleri decidió dejar un legado especial a su bisnieta. Matilda tenía entonces 4 años y el creador del comisario Montalabano, de 92, la certeza de que no vería a la niña convertirse en adulta ni conocería el mundo en el que le tocaría ser protagonista. Le escribe entonces una carta que es, en verdad, un compendio de sus memorias y biografía. Para que Matilda sepa "de la boca del caballo" (como reza el refrán turfístico que Joyce Cary elevó a título de novela magistral) quién fue su bisabuelo, más allá del relato de sus padres y demás parentela. Nunca se sabe cómo lo recordarán a uno quienes sigan respirando después del último adiós.
Así, Háblame de ti (Salamandra) es un mensaje en una botella lanzado al océano del tiempo y la incertidumbre (¿será en el futuro Matilda una mujer que se interese por comprender su propia historia y la de su país, el aire de los tiempos que la precedieron?, ¿o preferirá flotar, ignorante de todo, en la inmanencia y la pequeñez del presente que le toque?). "Te escribo a ciegas, tanto en sentido literal como figurado. En sentido literal, porque en los últimos años la vista me ha ido abandonando poco a poco. Ahora no puedo leer ni escribir, solo dictar. En sentido figurado, porque no consigo imaginarme cómo será el mundo dentro de veinte años", confiesa Camilleri. Sin embargo, para los lectores de este siciliano global (por no decir universal, algo que él tampoco hubiera imaginado, por lo menos, antes de la década del 90 del siglo pasado), el testimonio vale, ahora y mucho. Especialmente en momentos en que el mundo ha vuelto a cambiar -esta vez merced a una pandemia- cobra singular relevancia el recuerdo de alguien que vio derrumbarse el sistema de vida conocido por una guerra mundial y el ascenso y la caída de los totalitarismos.
Dado que, en última instancia, la destinataria de esas páginas es una niña, resulta difícil dilucidar si lo que anima estas líneas es esperanza genuina o cítrica ironía peninsular: "Prefiero ser yo quien te hable de mis tiempos con mis propias palabras, aunque (así lo deseo de todo corazón) algunas de ellas, como por ejemplo ?nazismo', ?fascismo', ?racismo', ?campo de concentración', ?guerra' o ?dictadura', te resulten remotas y obsoletas".
Nacido en 1925, Camilleri comienza evocando su infancia en Porto Empedocle, pueblo de pescadores. "Los hijos de los campesinos iban al colegio con los zapatos colgados del cuello para no gastarlos y no se los ponían hasta el momento de entrar en el aula", le cuenta a la niñez próspera de Matilda. Luego abundan los recuerdos de una adolescencia rebelde y una juventud bohemia, en la que ya despuntaba el talento artístico del narrador y dramaturgo. Llegado a este punto, el joven Camilleri, desencantado de las ideas de Mussolini y seducido por el comunismo, aprendió una lección que no olvidaría. En 1949, viajó a Roma para rendir el examen de ingreso en la carrera de dirección teatral de la Academia Nacional de Arte Dramático. Necesitaba una buena puntuación que le permitiera acceder a una beca, único modo de cursar los estudios. Al término del intenso intercambio de preguntas y respuestas, Orazio Costa, el profesor que lo examinaba, le dijo: "Sepa usted que no comparto nada de lo que ha dicho durante nuestra conversación". Formado en sucesivos regímenes de pensamiento y de fe en los que la disidencia era pecado mortal, Camilleri se dedicó a vagar por Roma, seguro de que había sido rechazado. Hasta que se enteró de que desde la Academia lo buscaban desesperadamente: de todos los que se habían presentado, él era el único alumno que Costa había admitido. Ante la perplejidad del joven estudiante, el profesor explicó: "No compartir las ideas de una persona, cuando son certeras e inteligentes, no significa en absoluto rechazarlas. Al contrario". Para Camilleri fue toda una lección de vida de la que muchos aun hoy podemos aprender.