¿Cantar el futuro o llorar el pasado?
La semana pasada, el semanario inglés The Tablet publicó una entrevista en la que el papa Francisco hablaba, ya en la inminencia del Triduo Pascual, de las posibles conexiones entre la pandemia y la conversión. Sin embargo, por debajo de la actualidad, hay en esa conversación un detalle, tal vez subsidiario: Francisco recurre dos veces a Virgilio y la Eneida como cita de autoridad.
La primera cita alude a la futura condición pasada de este presente y, por esa misma condición, a su mudanza en puro objeto del recuerdo. Escribe Virgilio en la Eneida (I, 203): "[...] forsan et haec olim meminisse iubavit", "Tal vez un día nos dará placer este recuerdo". La entrevista progresa y, hacia el final, sobreviene la segunda mención, que pertenece al final del Libro II, cuando Eneas deja Troya para siempre y con ella su vida pasada. "[...] nec spes opis ulla dabatur./ Cessi et sublato montem genitore petivi", "No quedaba esperanza alguna; me resigno y con mi padre a cuestas subo a la montaña". Concluye el Papa: "Esto es lo que tenemos que hacer hoy. Con las raíces de nuestras tradiciones a cuestas, subir a la montaña".
Es claro que hay que entender la cita de Virgilio en relación con la "raíz de nuestras tradiciones", es decir, las de Occidente. Pero evidentemente no es la única implicación de estas citas. Sería demasiado previsible remontarse a la relación entre Virgilio y el cristianismo, un tópico que tuvo probablemente su última palabra, la definitiva, en un ensayo de T. S. Eliot recogido en On Poetry and Poets y que se resume en la afirmación de que Eneas es el "prototipo de un héroe cristiano".
Puede resultar en cambio un poco más interesante llamar la atención sobre el hecho de que esas dos citas hablan, aunque en peripecias muy diferentes, de lo mismo: la esperanza, aun cuando el poeta consigne que no la hay. De eso hablan también los últimos versos del Libro VIII, los que están inmediatamente después de la famosísima descripción del escudo. Eneas no comprende las figuras que ve en él pero le "causan gozo y alza al hombro la gloria y el destino de sus nietos". En todos los casos se impone el aplazamiento: falta para que el dolor sea recuerdo que complace, y no queda sino cargar: al padre, en la montaña, y el destino de los nietos, que no existen todavía. Claro que a Virgilio lo ampara una coartada cronológica, eso que los latinos llamaban vaticinatio ex eventu, la ilusión de un agüero, el del Imperio, una vez que los acontecimientos ya han sucedido. Pero a pesar de todo, ¿apuntan estos versos en la dirección de la épica?
El poeta canadiense Mark Strand se hizo esa misma pregunta en el libro Sobre nada, y para contestarla optó por otro pasaje. Cuando Eneas, en el Libro VI, visita el inframundo trata tres veces de abrazar a su padre, Anquises, y las tres veces fracasa porque su imagen se esfumó como "sueño volátil". Dice Strand: "Las cosas están allí y aun así no están. La visión y la acción gozan de proporciones épicas pero con matices líricos. El futuro es futuro, pero también pasado". La épica se convierte en elegía, y "todo lo que está llamado a ser adopta la triste cualidad de haber sido".
Cuando Eneas vuelve del Inframundo, lo hace por una puerta de marfil, aquella por la que se envían a la tierra los "sueños falsos". ¿Cuál sería la falsedad? Según Strand, que "no es posible conmemorar lo que aún no ha ocurrido ni hacer pasar lo que ya ha ocurrido por algo que ocurrirá".
La elegía imagina un futuro que lamenta el pasado. De ese crecimiento temporal desparejo proceden las estrías de la Eneida: Virgilio simula cantar una gloria que vendrá cuando, entrelíneas, llora la gloria que pasó y, al hacerlo, propicia sin embargo la imagen de otra venidera. La lírica es un espejo que nos devuelve una imagen propia más exacta que cualquier otra.